—Por fin he llegado, será un gran día —dije, extendiendo los brazos hacia el cielo de Estorné, la flor de Jeervalya. El aire olía tan bien, a pesar de que la temperatura para algunos les era fría, para mí estaba perfecta; tenía un camisón de mangas corta. —La plaza principal, el museo de arte, el museo de historia nacional, la calle de los traviesos. Tanto por visitar en esta ciudad.
Durante mis años más jóvenes crecí en Estorné, viendo cada uno de sus cambios importantes. Cuando era un mozuelo aún había algunas calles hechas de piedra que se fueron asfaltando, rumores indican que todavía se conservar calles así por estética y que los propios vecinos decidieron que se quedara así por cuestión de turismo. ¿Pero que son los rumores? Los rumores no son nada más que tonterías de la gente, chismes y cuentos para agradar masas o destruir reputaciones.
En mi trabajo me he acostumbrado a ellos, había ocasiones en las que eran el pan de cada día. En ningún momento bajé la cabeza, solo los ignoré, es la mejor manera de decirle a los demás que el daño que hacen no te afecta. Sonará cliché si es que confesara que los peores rumores que inventaron de mí fueron por parte de amigos cercanos y algunos familiares. ¿Y qué hice? Me alejé de todos esos charlatanes.
Besé la cruz que traía puesta de collar, esa cruz es el único recuerdo que tengo de mis hermanos y en parte de mi madre antes de que se divorciaran. Aunque ella me amó a mí y a mis hermanos, se apartó de nuestras vidas porque quería realizarse. Nos dejó con nuestro padre porque él, a pesar de que fue un descendiente de negros esclavos en una Jeervalya aún atrasada, era un hombre pudiente que encontró su propósito gracias a su fe y sus ganas de seguir adelante.
Se separaron cuando tenía dieciséis años, ella nunca dejó de visitarnos y estar en los momentos importantes, consintiendo sobre todo a mis hermanos menores. Me gustaría decir lo mismo de la esposa de mi tío Windsor, ella se fue un día, dejando cinco hijos a su esposo. Debería decir que al igual que papá, tío Windsor es también un hombre de dinero. Si hubo un rumor que era cierto fue que su esposa se casó con él por el dinero que tenía. A día de hoy el tío se encuentra bien, sacando profesionales a sus hijos. Toda la familia siempre lo nombra como lo que es: un hombre de bien y padre responsable.
La cruz-collar se levantó, emitiendo unos sonidos, la desabroché y metí en un bolsillo. Es increíble que hasta en mi día libre los del trabajo molesten, tienen suerte de que esté en un sitio de pocas personas.
Al ver los edificios medianos, de unos cinco a diez pisos, y las casas familiares de fachada bonita, entré en razón de que estaba en esa parte de la ciudad que le pertenece a los clase-medieros. No hay nada qué hacer, debí decirle al ángel que me trajo, que me dejase cerca de una plaza o un museo. Aprendí a no esperar nada de ese servicio tan ineficiente que brindan.
¿Tomar automóviles? Incluso con los cambios sufridos, la vieja Estorné conserva su estructura principal. Estoy en mi salsa, caminar es lo mío.
Las pisadas que hacía al caminar con mis zapatos sobre la acera, eran rápidas y podía escucharlas. Decidí ir al centro de la ciudad, ahí siempre se puede encontrar una actividad o una guía de qué hacer en la ciudad, pero claro, es también de preguntar a la gente, desde luego que con amabilidad.
—Mira que chico tan guapo —le escuché decir a una muchacha que iba con su amiga. Ella me guiñó el ojo cuando noté su presencia. Regresé la cruz a mi cuello, no creo que sigan insistiendo.
Pasa en el trabajo, pasa fuera de este. Lo usual que uno sea el que tenga que invitar a la mujer, pero conmigo ocurre al revés: ellas me invitan a fiestas, dar un paseo o hasta tomar un helado. Inclusive me pasó que una vez, una mujer atractiva y de dinero me regaló un perfume de esos finos que hay en las tiendas. Lo acepté por cortesía, lo uso en algunas ocasiones especiales.
Aleluya, Aleluya, Aleluya —la cruz collar empezó a sonar, emitiendo el tono de llamada que puse. Aleluya, Aleluya, Aleluya. Por si no fuese obvio y suficiente con que la cruz se alzase con cada llamada que hacen, el tono de llamada se volvía más fuerte con cada segundo sin contestar, por culpa de tan molesto detalle, tenía una turba de personas viéndome.
—Mamá, yo también quiero una cruz así —señaló un chico que estaba al lado de su madre, la señora madre le sostuvo su mano.
— ¿Cómo es posible? ¿Será acaso él un enviado del Señor? —preguntó un hombre de edad avanzada. Me sorprendió el hecho de que no metiera de por medio a Satanás o los demonios.
Tenía el cuerpo pegado a la pared, la maldita cruz se puso a sonar con vibración y todo, fue mala idea sacarla del bolsillo, aunque, en el trabajo es regla que estemos con las cruces en todo momento, solo se permiten estar sin ellas con un permiso que por supuesto, no tengo. Hice una inhalación y una exhalación. Uno, dos, tres, conté para mí mismo, acelerando como caballo de carreras; era mi única opción. Detrás de mí iba un joven larguirucho de cabellos desaliñados. Sentí un pesar interno que me quiso hacer retroceder y dar una explicación coherente, escapar como si fuera un cobarde no es lo mío, si hubiese enfrentado la situación, el destino desde luego que no sería igual.
Pero, existen secretos que necesitan ser guardados.
Vi un par de puertas abiertas a una distancia que no se me hizo tan lejana, después de tomar una bocanada de aire, haciendo un último esfuerzo me metí al edificio al que pertenecían.
—Parece que no hay nadie —dije, recuperando el aire después. Estaba con las manos sobre las rodillas, el piso del lugar era blanco con unas manchas en algunos lados. Cuando regresé a estar firme, una mujer de largo y hermoso cabello cenizo, me observaba con una expresión que me pareció decía: ¿Quién es este loco?
El lugar estaba puesto con maniquíes y pilas y pilas de ropa acomodada, algunas estaban en los maniquíes. Aleluya, Aleluya, Aleluya. Busqué un probador lo más rápido que pude dentro de la tienda. Al encontrarlo, cerré sus cortinas, intentando dejar la menor luz posible.