Ver a Jessie Smith era todo un lujo, un vicio que desde la insegura lejanía se transformaba en algo tortuoso. Era sencillo averiguar los lugares a los que ella acudía, si había alcohol, era probable que ella estuviera allí. Eso era algo que le mantenía tan inquieto como el cítrico aroma que desprendía, y su temperamento mordaz, que se encendía como una chispa cuando él estaba cerca.
A Jessie Smith le encantaba el alcohol, pero no estaba seguro si realmente era adicta a esa cosa. En cierta forma le asustaba, pero habían más cosas sobre ella que le hacían incapaz de apartar la mirada. Porque verla era un vicio incontrolable, de esos vicios que nublaban la mente, y te rompían el corazón cada vez que te atrevías a otro bocado, un vicio que agitaba su corazón y alteraba al animal que lo impulsaba a quedarse en ese bar, alejado y saboreando el limón mezclado con algún tipo de alcohol que le habían traído como bebida.
La intriga, con el tiempo, se fue volviendo una irresistible atracción, hasta el punto que le era difícil funcionar con normalidad, y aunque ella lo convirtiera en trizas cada vez que intentaba llegar a una conversación, seguía ahí, dispuesto a todo, a masacrarse a sí mismo en la distancia que ella exigía mantener, porque Jessie no le quería cerca... Pero su loba sí, y eso era confuso como el maldito infierno.
Demonios, sí, él no iba a negar que estaba rayando en una peligrosa obsesión y se encaminaba a comerse un juicio del tamaño de un elefante, pero, ciertamente no era un santo, tampoco un demonio, solo era Sawyer Arwall, una sombra insignificante hasta que decidía mostrar las garras, y sí, también era un cambiante hasta la médula, no como aquellos que negaban sus naturalezas y animales para encajar en la sociedad humana tan común y corriente, no, Sawyer era tan cambiante como la mujer que bebía una botella de cerveza en la barra del bar.
«Una loba... Elegiste a una loba...»
Todavía no lograba comprender muy bien la elección de su animal, había tantas mujeres compatibles, pumas, leopardos, linces... Incluso leopardos de las nieves, pero el complicado felino había elegido algo tan diferente que asustaba, las lobas eran peligrosas, mucho más si pertenecían a clanes, y Jessie Smith... Oh sí, se olía a distancia que ella era una loba de clan, perteneciente a uno tan difícil como los Moon Fighters, en el que tuvo que escabullirse entre sus líneas para poder estar cerca de ella.
Un clan que fue sacudido hasta sus cimientos, y sin embargo, con férrea determinación y coraje, seguían en pie.
Y Sawyer continuaba entre ellos gracias a la buena voluntad de su alfa, Derek Miller, si fuera por los demás, especialmente Jessie, ya lo habrían mandado a volar muy lejos.
En un acto de valor, Sawyer armó sus fuerzas que esperaban a ser destruidas, ya estaba acostumbrado, terminó su bebida y respiró el aire viciado por decenas de olores diferentes que aturdía el olfato de cualquiera. Muchas personas se cruzaban en su camino dificultando la ya ardua tarea de andar hacia la barra, aquí había de todo, mayoría humana, jóvenes, un par de pumas y algunos cuantos lobos que no pertenecían al clan, como él.
Entre roces y quejas, Sawyer alcanzó a ganarle el asiento a un tipo que le miró ceñudo, luego le hizo una señal con la mano a la mujer que servía los tragos. Colocando las manos en la superficie, sintió la aspereza del material, quién sabe de cuántas garras y arañazos fue víctima. De reojo vio las de Jessie salir lentamente, como una advertencia que se sabía de memoria, largas y de un tono gris oscuro, diestras y mortales para cualquier desprevenido que las tentara a atacar. Pero no tuvo miedo, porque Jessie era pura fuerza y poder, fuego encarcelado en la locura de una mujer que decía lo que pensaba sin tapujos.
—Hola Jessie.
No hubo respuesta rápida, ni contacto visual, ella solo se dedicó a hacer girar la botella con sus dedos largos y finos, aún con las garras expuestas tenía un gran dominio de la motricidad fina. De reojo le observó, conteniendo al felino impulsivo que le gritaba suplicante que la tomara en sus brazos de inmediato, no era tonto, sería un suicidio intentarlo, lo único que tenía de Jessie Smith era lo que abarcaban sus ojos.
Un cuerpo macizo de curvas peligrosas y llenas de carne, rebelde cabello corto que por caprichos repentinos solía transformarlo en diferentes estilos y peinados, también solía teñirlo hasta dos veces por semana, era curioso que el día de hoy llevase el castaño natural.
Jessie dio un largo sorbo a la botella y la dejó con un agudo sonido en el portavasos de madera.
—Hay veinte bares en todo Paradise City, ¿por qué tenías que venir justamente a este?
Su voz... No era delicada, de esas que engalanaban hasta al más cauto de los hombres, no, su voz era de esas que demandaban ser escuchadas, con un tono exigente. Y era precisamente eso lo que le chocaba contra sus sentidos, porque Jessie no se ajustaba al carácter y al tipo de mujer que solía buscar, ella no era dulce, no era suavidad, era fuego ardiente esperando quemar algo, y él... Sentía que quería arder.
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Editado: 05.12.2019