O la sospecha de un corazón herido...
Jessie sintió la garganta arder mientras veía la marcha del orgulloso leopardo, la ancha espalda recta y la mirada al frente hacían parecer como si su rechazo no le afectara en absoluto, pero sentía sus emociones y maldita fuera si mentía sobre lo mal que había reaccionado, tenía el enorme defecto de actuar por impulsos, y ahora, estaban más vivos que nunca.
Miró alrededor, y se encontró con el desconcierto pintado en sus compañeros de clan, el silencio le dijo todo, que su explosión de furia y dolor había sido demasiada y que Sawyer Arwall no se merecía ser el detonante y receptor del amargo dolor que estaba latiendo en sus venas. La loba herida susurró en su mente, y ella no quiso escuchar, dudaba de las acciones de aquel hombre que por un tonto capricho se había colado en su vida sin permiso.
Sentía que tenía razón, Sawyer no tenía derecho alguno de estar en un evento tan privado, ni siquiera de rondar libremente por un territorio del que no era dueño, el gato no pertenecía al clan, pero siempre volvía, siempre. Y aunque ella creía que había acudido a comprobar que su rival había perecido, en el fondo sabía que solo quería consolarle.
Pero no podía simplemente correr, buscarlo, tragarse las palabras y pedirle un abrazo. Porque los instintos primarios dictaminaban una cosa que se negaba a aceptar, estaba enfrentando a su animal constantemente, conocía el riesgo de eso, sin embargo, no pensaba retractarse, Sawyer Arwall no era para ella, así como ella no era para él, la idea de los compañeros de vida era una completa farsa, pues si fuera cierto como todos los demás creían, Jessie y Arif deberían estar emparejados y él... Él debería estar vivo, junto a ella, no en el fondo de esa tumba.
De entre la multitud, Sage se acercó despacio, todo el clan reconocía el hecho de que ella era una criatura emocional, Jessie Smith significaba peligro. Su hermana mayor lo sabía bien, llevaba años lidiando con un temperamento volátil y su alcoholismo, era la única persona que conocía cómo desactivar sus impulsos.
—Tranquila Jess —murmuró, Sage pasó una mano alrededor de sus hombros y le atrajo en un suave abrazo—. Ya pasó... Ya pasó.
Volvió a llorar, sintiéndose más vulnerable en los brazos de Sage, su llanto no fue silencioso, fue angustia y dolor derramándose en el aire, una pena profunda que compartieron los demás, el lamento se multiplicó hasta que todo el dolor se convirtió en uno solo, y el lugar de entierro se llenó de nuevo con el amargo sonidos de los sollozos de los lobos.
—Lo lamento Jessie —dijo Jeanine.
Despegó la mejilla del hombro de Sage, para mirar a los ojos oscuros de la mujer lugarteniente, sintió la rabia ácida al oler la marca de su vínculo con Derek, esa sensación se multiplicó cuando al expandir sus sentidos y ver alrededor, las marcas de los demás le impactaron para hacerle saber lo miserable y solitaria que era, Seth, Logan, Caleb, Milo y ahora Jeanine, sus más cercanos amigos tenían su alma completa y eso..., le producía una envidia mala que debía erradicar antes de que echara raíces en su corazón.
—Sí —respondió—. Yo también.
Su mente no había parado de inundarse con cientos de recuerdos de Arif, desde el momento en que el padre de Derek lo trajo al clan siendo un cachorro de apenas diez años, Jessie había llegado un año antes, siendo adoptada por una madre soltera, la madre de Sage. Ambos llegaron como dos cachorros solitarios y heridos, Arif fue difícil de tratar durante meses pero con su perseverancia se convirtió en su amigo, el mejor que podría tener, y desgraciadamente, Jessie tuvo la mala suerte de ver más allá y enamorarse.
Ahora estaba muerto. Y hace menos de doce horas ella todavía creía que tenía una vaga esperanza de ser verdaderamente compañeros de vida. Vaya sueño infantil.
—Es hora —anunció Derek con voz dolida—. Todos, tomemos un puñado de tierra y agradezcamos todo lo bueno que hizo Arif, demos gracias por la vida que tuvo sin importar su final.
Y en silencio, los demás se fueron acercando al montículo de arena, para tomar entre manos temblorosas un puñado y luego de mirar el cuerpo sin vida arrojarla a la tumba. Ya lo habían cubierto con una tela hecha de hojas de papel reciclado, blanca y delgada, para que la tierra jamás alcanzara su cuerpo, cortaron las lianas, Jessie no quiso ser parte del último adiós, porque el dolor quemaba y echarle tierra... Eso solo avivaría las llamas y ya no quería seguir sufriendo por la estúpida decisión que había tomado.
Las personas jamás se daban cuenta del enorme peso que representaban en las vidas de los demás, nunca estaban solas, sino que eran parte de una enorme red de familiares, amigos, parejas, colegas... Pero jamás se detenían a pensar un poco en el terrible dolor que ocasionaría la perdida, el vacío en la red que nadie podría llenar de nuevo. Pensar en eso le dio rabia, pero seguía creyendo que Arif Anyelev no era capaz de quitarse la vida, lo sentía en lo profundo de su corazón herido.
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Editado: 05.12.2019