Ámame

Capítulo 20

 


O cuando el cazador se convierte en presa...

 

 

 

Cuatro ventanales negros. Cuatro paredes blancas.
Una luz destellante en el techo.
Todo esto era... Desconcertante. Trataba de recordar cómo había sido tan idiota como para estar encerrado de nuevo, pero su cabeza estaba hecha nudos y el leopardo seguía mareado y confundido, igual que Sawyer.

Un dolor agudo atravesaba su cerebro de lado a lado, Sawyer se arrastró, todo su cuerpo se sentía pesado, le habían dormido y encerrado... ¡Estaba encerrado! Una alarma se encendió de pronto. Abrió los ojos de golpe y esa luz le lastimó, respiró con agitación, miró alrededor y un tronido hizo que el cuello doliera más.

De pronto olió sangre, un escalofrío movió toda su espalda, sintió algo tibio en su nuca. Sangre en sus dedos, pánico en su corazón, y el leopardo pedía a gritos salir de ahí.

El neuroestimulador ya no estaba, se lo habían quitado. Estaba solo y asustado, Harry ya no podía saber donde estaba, otra vez... Sawyer volvía a caer en el abandono.

«Jessie... Jessie... » Ese nombre era como un ancla que lo mantenía a flote en el mar de desesperación que estaba pronto a ahogarle. Debía resistir, debía salir de ahí, debía..., oh..., Sawyer necesitaba a Jessie... Tanto que su ausencia dolía en el alma.

Algo se movió en la otra esquina, no..., no era algo..., era un alguien..., tras centrar su vista más allá del blanco uniforme, Sawyer notó a una mujer albina de largo cabello lacio y ojos azules, demasiado cristalinos para ser reales. Sawyer chocó con esa mirada y la mujer gimió de nuevo, ocultando el rostro de él. Oh Dios..., pobre criatura..., ¿cómo es que...? Pero entonces lo supo, el leopardo con su capacidad de percibir a los animales de los demás cambiantes, le susurró que ella era una leona de naturaleza sumisa, de las pocas que existían en el mundo, y oh casualidad, ella estaba encerrada aquí, por eso.

De a poco, Sawyer fue poniéndose de pie, aquella frágil criatura solo temblaba en el rincón, abrazándose a sí misma, por una vez el leopardo dejó de gruñir para idear una forma de ayudarle. Pero..., su gran porte no ayudaba mucho, menos que estuviera sin camisa y solo con unos finos pantalones de seda blancos, a pie, sin nada más que eso. No era la mejor carta de presentación.

—¿Quién eres? —Preguntó con calma.

Lentamente, la mujer fue girando hasta enfrentarle, diablos, él solo era otro dominante pero no ejercía miedo así nada más, no como un Alfa lo haría, pero para esta mujer parecía que en cualquier momento le saltaría encima.

Sawyer respiró, algo olía demasiado bien para el animal en su interior. Feromonas, esto no era bueno.

—Ellos me escogieron —murmuró.

Ellos... Entonces recordó todo, el bastardo de Aidan, esclavo inmundo de la maldita Camille. El engaño en el que cayó como un niño y la transformación..., la exposición... Todo eso giró en su mente, y no lo pudo controlar, era demasiado. La mujer frente a él volvió a temblar, Sawyer debía calmarse o pronto tendría a una leona desmayada.

Debía encontrar respuestas, información útil para poder salir de ahí... Aunque eso fuera una idea bastante lejana.

—¿Para qué? ¿Qué es lo que quieren?

Ella elevó esos ojos azules, estaba al borde de llorar. Sintió tanta pena y rabia, unas enormes ganas de sacar las garras en contra de los que hicieron todo esto.

—Un cruzamiento.

La garganta se le secó por completo, el leopardo rugió negándose a la traición que eso suponía. No, de ninguna manera haría algo como eso, ellos solo podían cruzarse con una persona, y ella no estaba cerca... Eso le alarmó más, ¿dónde estaba Jessie?

La preocupación trepó por su cuerpo, dejándole con un amargo sabor de boca. Debía encontrarla, quién sabe qué clase de cosas le estaba pasando..., no, no debía pensar en lo peor, Jessie Smith era tan fuerte como un roble, definitivamente daría pelea.

Pero su loba... No era indestructible...

—No puedo hacerlo —Sawyer le dio la espalda—. Tengo compañera.

—Yo también.

Sawyer giró, intrigado. La mujer retrocedió, pegando su cuerpo contra la pared. 

—M-me dejarán estar con él si..., si..., alquilo mi vientre para ellos...

Oh pobre criatura inocente... ¡Malditos desgraciados los que le hacían pasar por esto!

—No lo haré, no voy a tocarte ni un centímetro.

«No voy a traicionarla»

—Por favor..., solo hazlo por mí, estoy muriendo sin él...

El llanto de esa mujer era..., suave y desgarrador, entonces recordó que los cambiantes leones, a diferencia de sus parientes salvajes, eran monógamos de por vida, una vez que escogían a sus compañeros debían acoplarse, si no lo hacían corrían el riesgo de volverse salvajes o morir.




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