Ámame

Capítulo 22

 


O el amargo sabor de la traición...

 

 

 

Se había quedado dormido en un rincón, fue uno de esos lapsos en que no podía saber si pasaron minutos, o tal vez horas. Pero el lugar era el mismo, blanco sobre blanco, y el sonido del vacío mezclado con ese zumbido de las luces que arrojaban destellos sobre la jaula.

Sawyer parpadeó para acostumbrarse a la luz, era horrible esa sensación de verse desorientado, de no saber si era de día o de noche. Estaba completamente perdido, y mientras trataba de tragar el nudo de amargura en su garganta, pensó en si las condiciones de la jaula se repetían para los niños, se sentía terrible imaginarlos desorientados y sin capacidad de ubicarse en tiempo y espacio, al menos a él no le gustaba.

Al ver más allá de los brazos que le sirvieron como almohada, Sawyer notó que la gran mayoría de recuerdos estaban bloqueados, por una vez agradeció que el leopardo haya tomado el control para protegerlo. De lo que le hicieron, tenía algunas imágenes aisladas, el resto estaba sumergido, fuera de su alcance, aún así, la vergüenza no se iba, y el dolor tampoco.

Humedeciendo los labios resecos, al borde de agrietarse, Sawyer fue inspeccionando la jaula lentamente desde su posición en el rincón, había en el medio un muro de cuarenta centímetros, quizá menos, y desde ahí subía un cristal grueso con agujeros en forma de círculo  que estaban alineados en tres hileras de diez cada una. Extraño..., pero luego, supo que no estaba solo.

Desde el otro lado alguien se acercó, un par de ojos dorados le observaron con curiosidad, el tipo era alto y fuerte, de melena negra que le llegaba hasta los hombros, en algunos mechones le colgaban cuentas de metal. Era un tigre, debía ser uno raro para estar ahí.

—Buenos días bello durmiente —Saludó con una mano.

Sawyer gruñó bajo, no estaba de humor para juegos ni bromas, en todo caso, ¿por qué ese tipo sonreía estando recluido con él? Debería estar merodeando en silencio buscando una forma de salir.

—No te ves muy conversador.

Ahora, Sawyer le prestó atención, y cargó todo el peso de su mirada sobre el tigre.

—¿Y de qué querría hablar? —Dijo con tono grave—. ¿Clima, deportes, o el maldito hecho de que nos tienen encerrados contra nuestra voluntad?

El sujeto ladeó la cabeza, una media sonrisa hizo que en su mejilla apareciera un único hoyuelo.

—Habla por ti mismo, gatito.

Mierda. Lo único que faltaba era que este tipo estuviera metido en toda esta locura de criar cambiantes como si fuera ganado.

—¿Por qué estás aquí?

El tigre sonrió, complacido por haberle hecho hablar.

—Estoy de paso, contribuyendo a la causa.

Sawyer bajó la mirada, decepcionado.

—Están enfermos —masculló.

—No. Los lobos se mueren y los felinos somos cazados, hay mucho en juego, yo no quiero que mi raza se extinga.

—Lo que sea que te haya ofrecido..., es mentira, no te dará nada.

—No vine aquí por algo a cambio. —Sawyer le miró—. Todo el mundo sabe que si busca a Camille Anders debe prepararse, ella conoce bien las necesidades, todos tenemos algo que dar, o un precio. Y creo que una muestra de esperma no es tan malo como donar un riñón.

—¿A ti también te lo hicieron?

Los ojos perdieron ese tono dorado para transformarse en un marrón suave.

—No me digas..., ¿te obligaron?

Sawyer evadió la mirada.

—Hombre, lo siento, Camille es de tomar medidas drásticas.

Permaneció en silencio, mirando un punto fijo, de pronto sintió la garganta cerrarse y sus ojos picaban. Se contuvo, no lloraría por esto.

—Tengo compañera.

«Tenía... » pensó con amargura.

—Sabes que hay otra forma natural que no implica el engaño.

—Yo no quería ser parte de esto...

—Oh, bueno..., eso cambia las cosas.

—¿Quién eres? —Preguntó.

¿Realmente importaba? Sawyer concluyó que no, pero necesitaba mantenerse distraído.

—Nolan Storm.

—Sawyer Arwall.

Nolan hizo un ligero saludo con la cabeza.

—Es un gusto conocerte —sonrió—. Y dime..., ¿qué eres?

—Leopardo de Amur —murmuró.

La jaula quedó sumergida en un silencio más profundo, los ojos de Nolan se ampliaron tanto que de pronto se sintió amenazado. Quizás jamás había oído sobre los leopardos de Amur, o tal vez pensaba lo mismo que los demás, que eran un mito inventado por los cambiantes.

—¿Es..., es en serio?

Sawyer asintió.

—Increíble... —Nolan se veía absolutamente maravillado—. Entonces..., Camille va a crear más cambiantes como tú —concluyó, había esperanza en su mirada.

Algo que el leopardo quería destruir con sus propias garras.

—Lamentablemente, eso hará.




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