Ámame

Capítulo 26

 

O cuando te enfrentas a un enemigo invisible...

 

 

 

Sawyer atravesó la cubierta forestal, terminando en un claro delineado alrededor de una gran cabaña de madera con grandes ventanales rectangulares que dejaban ver parte del interior. Con un brazo detuvo a la loba que pretendía correr a ayudar a su compañero de clan, Seth estaba en las mismas condiciones.

—¿Qué es lo que viste? —Le preguntó al rastreador.

Sawyer sentía al fuerte lobo gemir de miedo, era entendible, se trataba de su único hermano, su familia, pero ese nivel de desesperación no era de ayuda.

—¡Seth!

El lobo de ojos azules dejó de mirar la cabaña y le enfrentó.

—Se retorcía..., y gritaba..., y tenía los colmillos y garras expuestos..., no los puede ocultar y... —Se detuvo cuando un grito estridente cortó el aire—. ¡Tenemos que ayudarlo!

—¿Qué más?

Seth tomó aire, controlándose.

—Tiene parches de piel y pelaje en los brazos.

Bien, los síntomas eran demasiado similares como para ser una mera casualidad, sin embargo Sawyer se negaba a considerar que Caleb fuera un infectado. Podía recordar a la perfección el número y los nombres de los lobos que cargaron el cuerpo de Arif hacia su tumba y Caleb no estaba entre ellos, debía ser otra cosa...

—Quédense aquí. —Volteó, los empujó más lejos—. Alerta a todos los responsables del tratamiento de infectados —le dijo a Seth—. ¡Ahora!

Tras esa última orden, Sawyer miró a Jessie, sus pupilas dilatadas, sus preciosos ojos avellanas llenos de un miedo lacerante.

—No se acerquen.

Girando sobre sus pies, se enfrentó a la enorme construcción, caminó hacia la entrada, saltó los escalones del porche y movió la puerta que estaba entre abierta. Adentro el ambiente era electrizante, el leopardo de Sawyer se agazapó al percibir la amenaza, el olor a violencia, el sabor del salvajismo animal destilando de un cuerpo hecho un ovillo en el suelo, en el inicio de un pasillo que en su parte izquierda tenía dos puertas. Caleb jadeaba de cansancio, arrastrándose hacia una de las paredes para sentarse. El sudor le corría por las mejillas hacia el cuello, el olor salino le resultó algo repulsivo.

—¿Caleb?

El lobo giró la cabeza, Sawyer retrocedió tensando el cuerpo a la defensiva, esos ojos..., que antes eran azules, mucho más cristalinos que los de su hermano, ahora estaban negros casi en su totalidad, con un débil círculo que lo rodeaba. Los colmillos destilaban gotas de sangre por las veces que había intentado retraerlos, dañando sus encías en el proceso.

Caleb tenía la ropa dañada, en aquellas partes donde podía ver su piel, se notaba débiles trazos de pelaje negro. El lobo estaba al borde de salir, luchando agónicamente por liberarse, pero al ser un latente Caleb no sabía la forma de dejarlo. Era como tener al animal dentro de la jaula sin tener la llave. Peligroso, la enfermedad —cuya característica principal era inducir violentas e incontrolables transformaciones—, lo estaba sometiendo a niveles de estrés descomunales, lo estaba matando.

—E..., E..., El..., Elei...

—Eleine —completó.

Un nuevo grito de dolor salió apenas a través de sus dientes cerrados. Caleb respiró con dificultad.

—Ella está aquí.

La violencia del lobo pareció amainar, pero un llanto débil resonó por las paredes, Caleb estaba tomando la fuerza de Eleine a través de su vínculo para doblegar al lobo, haciéndole daño.

—Sálvala —dijo, su voz arrastraba un gutural destruido—. Sálvala —repitió, su respiración volvió a remontar una agitación desesperada, Caleb cerró los ojos—. Le hará daño —se quejó.

Por un momento, sus ojos retornaron al color azul. Sawyer ya no pudo ignorar el llanto de Eleine, quien parecía haberse encerrado para protegerse del lobo medio salvaje, se aventuró al pasillo, pasando por su lado, sin embargo un momento de descuido y Caleb se abalanzó derribándolo. Había olvidado que otro síntoma era la conducta errática... Sawyer forcejeó, apretó su cuello para alejar esos dientes, la saliva se escurrió humedeciendo su ropa. No le preocupó eso, él no podía contagiarse con la enfermedad, pero los demás sí, entonces si salía ileso debía alejarse de cualquier lobo o podría dispersar aun más la enfermedad.

Caleb tosió, retrocediendo levantó sus garras pero Sawyer rodó sobre su hombro para evadir el golpe, boca abajo se arrastró y apenas se vio liberado levantó una pierna para acertar una patada directa al pecho del lobo. Se arrastró, logró ponerse de pie, oyó un trémulo llanto, vio a un lobo chillar de dolor mientras se encorvaba sobre su propia figura, y el miedo que destilaban sus ojos era profundo. Ese nivel de sufrimiento lo había sentido por experiencia, a Caleb se le había desatado el infierno en su propia piel.

—G..., go..., golp..., golpeame —masculló—. Golpeame —rogó—. Déjame inconsciente..., por favor.




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