Prólogo
Ryan
Mi vida es una mierda.
No hay otra forma de definirla, esa es la más acertada.
Tengo fama, dinero y una gran cantidad de fanáticos que me aman y, sin embargo, es una mierda. ¿Motivos? Los enumero: 1) He tomado muchísimas malas decisiones que han alejado a las personas importantes, 2) los que se quedaron conmigo lo hacen por dinero, no porque les agrade, 3) así como hay fanáticos que me aman hay otros que me odian por ser un imbécil, 4) soy un imbécil y 5) estoy solo en un mundo de víboras.
Podría continuar, pero no estoy de ánimos para ser autocompasivo, hoy solo quiero beber mis penas en un bar de mala muerte en el que nadie me conozca porque están tan borrachos que mi cara, mundialmente conocida, para ellos no lo es. Y se siente bien, no ser conocido, pasar desapercibido, que la gente me ignore.
Bueno, ya la chica de la barra me conoce, sabe quién soy pero le da igual, a ella solo le importa que le pague la cuenta al final de la noche y le dé propinas.
El bar está ubicado en los barrios bajos Los Ángeles, donde es más importante cuidar que tu billetera no desaparezca de tu bolsillo y no que te reconozcan, cosa que parece francamente imposible. ¿Cómo no van a saber quién soy cuando hay vallas publicitarias con mi cara por toda la ciudad? No lo sé, y no voy a preguntar. No voy a arriesgarme a que desaparezca la magia del anonimato.
Camino a paso rápido por la calle oscura, un antiguo auto remodelado pasa por mi lado, al que el motor le ruge tanto que desaparece en la esquina y aún lo oigo. Una ligera llovizna cae y un trueno resuena en la lejanía. Ha de estar lloviendo fuerte en Beverly Hils y sus alrededores, hacia allá se ven las nubes.
¿Por qué demonios está lloviendo si el verano está llegando?
¿Esta es la lluvia de despedida de la primavera?
Ni idea, pero espero que deje de llover pronto, odio este maldito clima.
En la puerta del bar, el portero me saluda con un movimiento de cabeza que yo devuelvo. Un par de chicas poco vestidas pasan por mi lado, empujando mi hombro, y me dan una sonrisa que tendría que ser seductora, pero van tan ebrias que no es más que un par de sonrisas bobas. Las ignoro, si las veo por mucho tiempo van a pegarse a mí como lapas.
Ya dentro del bar, voy hacia mi sitio habitual en la barra, el lugar más alejado y oscuro, y llamo a la mujer detrás de esta, pero me incomodo al ver que no es la habitual. Hay una nueva bartender, una que, según lo que veo de ella estando de espaldas, es sexy. Lleva puesto un pantalón corto, que deja a la vista sus piernas torneadas y que le llega justo donde inicia su trasero. Y qué trasero, redondo y respingón. Su cintura, una tan pequeña que podría rodearla con mis manos, está apenas cubierta por una camiseta ajustada que se sube con cada movimiento y tiene que bajarla cada dos minutos. Y su cabello negro –¡Dios, qué cabello!– es de los que se ven en los comerciales de shampoo o los que presumen las estrellas del cine de adultos. No es que sepa mucho del cine para adultos.
La chica termina de servir el trago a un cliente y se gira hacia un tipo cercano a mí.
¡Y se confirma, señores, es hermosa por todos sus lados!
Su cara –oh, su cara– es lo más hermoso en ella. Piel pálida, ojos enormes marrones, nariz pequeña, pómulos marcados, mejillas sonrosadas y labios regordetes en forma de corazón.
La observo embobado hasta que nota mi presencia y se acerca tomar mi pedido.
—¿Qué te sirvo?
¡Santo Dios! Su voz. Mientras su cuerpo y cara grita “¡Soy un ángel caído del cielo!”, su voz es todo cigarrillo y tequila. ¿Será fumadora y por eso tiene la voz ronca? No importa, que siga hablándome todo lo que quiera. Y si le adicionamos el marcado acento sureño, es un paquete completo.
—Un Jack, por favor.
Ella se aleja y yo, como un instinto natural, reajusto la capucha de mi sudadera sobre mi cabeza. No me reconoció, o eso creo, y no sé si sentirme alegre u ofendido por ello. Una chica como ella, joven y bonita, tiene que saber quién soy. ¿Es que ha vivido bajo una piedra toda su vida o qué? Estoy seguro que en los estados sureños también se escucha mi música.
Regresa con mi Jack y se aleja a servir al siguiente cliente.
Si le pido que se vaya conmigo a casa esta noche, ¿lo haría? Tiene pinta ser dura, su expresión seria y poco amigable me lo dice. Sin embargo, no es la primera mujer que se hace pasar por desinteresada y se me echa encima apenas le digo tres palabras.
Mi móvil personal vibra en el bolsillo de mi pantalón, deteniendo el tren de mis pensamientos. Saco el aparato del demonio y miro la notificación en la pantalla, gruñendo al ver el nombre del remitente del mensaje.
Gina, mi ex. Lo dejé con ella hace casi un mes, luego de enterarme de lo que hizo su mejor amiga a mi otra ex.
Una historia un tanto complicada, si me lo preguntan.
Johana Lewis, también cantante, y yo tuvimos una relación de años, hasta llegamos a comprometernos. Eso fue hasta que me encontró engañándola con una maquilladora en mi camerino en unos premios a los que estaba invitado a tener una presentación. Uno de los errores más grandes que he cometido en mi vida fue engañar a Johana, no solo con la maquilladora esa noche, hay una lista larga de amantes que conforman la red de engaño a Johana. Lo que sentía por ella no era un amor profundo como el que sientes cuando te enamoras, era más el amor que tienes por una buena amiga o una hermana. Tenía que habérselo dicho, lo sé, pero estar con ella nos daba más fama a ambos. Sí, soy un imbécil, ya lo he dicho anteriormente. Por suerte, Johana encontró el amor de su vida y ahora es feliz.