Ámame.

Capítulo 15: Ryan.

Capítulo 15
Ryan

El vuelo es tranquilo, aunque pudo haber sido mejor si, en lugar de Phil, hubiese tenido a Dawn a mi lado. En cambio, ella se quedó en su asiento designado con uno de los chicos de seguridad y durmió durante todo el viaje. Phil, por el contrario, estuvo todo el rato usando su portátil, respondiendo correos a los que no quise ni fisgonear. Se notaban muy aburridos.
Una vez dejé de mirar sobre mi asiento a Dawn, me permití distraerme, escuché un poco de música, escribí un par de versos e ignoré los sonidos de frustración que hacía Phil cada dos por tres. Cuando llegamos a Nueva York, me pongo una gorra y poso la capucha de mi sudadera sobre mi cabeza, sabiendo que es imposible que no me reconozcan dado que ya se sabe que estaré aquí este fin de semana. Como lo supo la prensa, no tengo idea. Esa gente tiene ojos y oídos en todos lados.
Dos de los chicos de seguridad me rodean apenas pongo un pie fuera del avión mientras Dawn se encarga de ir por nuestro equipaje con el otro guardaespaldas y Phil los acompaña. Poco tiempo después, somos rodeados por camarógrafos y periodistas que gritan preguntas que no alcanzo a entender. Dawn, Phil y el tercer guardaespaldas se nos unen y juntos salimos del aeropuerto, el personal seguridad del aeropuerto nos colabora para que la salida no se haga tan engorrosa. Ya dentro del auto que nos estaba esperando, puedo respirar libremente, y es una cosa que agradezco. Uno puede tener toda una vida haciendo esto, pero nunca se va a acostumbrar a los chismosos. 
O, por lo menos, yo no lo hago ni creo que lo haga nunca.
—¿Estás bien? —le pregunto a Dawn, sintiendo la mirada de Phil sobre mí desde el otro lado del asiento.
Dawn me sonríe y el resto deja de importar.
—Un tanto abrumada, pero nada que no se pueda superar. —Se encoge de hombros—. Es mi primera vez haciendo esto, ya me acostumbraré.
Me recuesto del respaldo del asiento, cerrando los ojos, cansado del viaje.
—Suerte con ello, yo todavía no lo hago.
—Es diferente —replica—. Tú estarás siempre en el foco, yo solo soy una simple asistente.
En eso tiene razón, pero eso no significa que no vaya a estar en el ojo público de vez en cuando.
Como es de noche y pasadas las 11 pm, tan solo al entro a mi habitación, me dejo caer en la cama y me quedo dormido casi inmediatamente.
A la mañana siguiente, Dawn me despierta temprano, enviándome a tomar una ducha para que esté presentable para el resto del día que tenemos por delante.
El primer lugar en el itinerario es una sesión de fotos para una marca de trajes de caballeros y damas. Tengo que posar con un par de modelos y me molesta un poco que ambas chicas me estén lanzando miradas seductoras todo el rato. Las acepto cuando el camarógrafo lo pide, del resto, me pone incómodo.
Las mujeres, con su pelea por la igualdad, deberían tomar en cuenta que el acoso puede venir en ambas direcciones, no solo de parte de los hombres. La actitud de estas chicas podría ser catalogada como acoso. Sin embargo, si lo denuncio, lo más seguro es que me tilden de homosexual, ya que debería ‒según la sociedad‒ alagarme y no molestarme que las mujeres se me lancen encima. 
Sociedad de mierda.
Por la tarde, voy a tres entrevistas con revistas importantes, hablando de lo que he estado haciendo ‒que en realidad no es mucho, pero Phil me entregó respuestas maquilladas para todo tipo de preguntas‒ y mis planes a futuro. Cuando la noche llega, estoy exhausto, pero Phil programó una cena con unos “amigos” que se contactaron con él para pasar el rato ahora que estamos en Nueva York de visita y no sabemos cuándo podamos vernos de nuevo.
No tengo nada en contra de la pareja con la que cenamos, es solo que, si tienes que comunicarte con el representante de alguien para programar una cena, es que no eres tan buen amigo de esa persona. Ellos no tienen mi número personal ni yo el de ellos, eso dice mucho de nuestra “amistad”.
Dawn nos acompaña, gracias al cielo. Phil quiso enviarla a comer con Iván, Dominic y Omar, los guardaespaldas, pero no se lo permito. Dawn viene conmigo y al que le moleste su presencia, que se vaya.
Aguanto la tortura de escuchar reír a la chica que acompaña a Jason y Michael, mis “amigos”, por dos horas, exactamente. Es un sonido irritante y falso, que soporto nada más porque hace reír a Dawn. No creo que lo haga porque la chica sea graciosa, lo hace porque se la está pasando en grande encasillándola de estúpida. Y lleva razón, la chica es un tanto estúpida.
Cuando por fin la cena se termina, nos despedimos y ellos se van, nosotros regresamos al hotel, que gracias al cielo está en frente.
—¿Quieres venir al bar conmigo? —le pido a Dawn cuando pasamos frente al restaurante del hotel.
Phil se nos adelantó y ya debe estar dentro del ascensor, yendo a su habitación.
—Mañana tenemos cosas qué hacer, no creo que sea prudente que tomemos esta noche.
—Solo serán un par de copas —prometo. Dawn no está convencida de ir, sus labios fruncidos y el que pasee su mirada del bar al ascensor y de reversa, me lo dice—. Vamos, no tardaremos más de una hora.
—No lo sé.
 Pongo cara de cachorrito y hago un puchero, provocando que ella suelte una carcajada.
—Bien, vamos —accede.
Con una sonrisa triunfal, y poniendo una mano en su espalda baja en un gesto posesivo, entramos al restaurante y vamos directo al bar, sentándonos en la barra.
—Dos whisky —le digo al bartender, pidiendo por los dos.
Llevo mis ojos a Dawn y me encuentro con que tiene una ceja alzada y se ha cruzado de brazos. Es entonces cuando caigo en cuenta de lo que he hecho.
Pedí sin preguntarle lo que quería.
—Perdóname, puedo decirle al tipo que te traiga otra cosa. —Intento enmendar mi error. Dawn suelta un suspiro y niega.
—No, el whisky está bien.
¿Ven por qué me gusta esta mujer? 
Ella nunca hace lo que espero, como lo han hecho el resto de las mujeres con las que he salido, ella me desafía y me pone en mi lugar cuando lo merezco.
Es refrescante.
—Te gusta plantarme los pies, ¿cierto? 
Me regala una sonrisa y bate sus pestañas.
—Me encanta.
Una calidez inexplicable invade mi pecho, un sentimiento nuevo, algo que no había experimentado antes, y debería estar asustado, esta mujer está casada y no conozco su historia. Pero no es así, yo sé que Dawn es trasparente, lo que ves es lo que hay.
—Es bueno saberlo —digo sincero.
El bartender nos trae nuestros tragos y yo me tomo un sorbo de inmediato.
—¡Ah, no! —Dawn eleva la voz, haciendo que la vea, mis cejas alzadas sin entender su repentina molestia—. No vas a beber hasta volverte inservible, mañana no puedes despertar con resaca.
—Tranquila. —Dejo la copa sobre la barra y alzo las manos en señal de rendición—. Me lo voy a tomar con calma, pero no me regañes.
Me observa directo a los ojos el suficiente tiempo para ponerme nervioso. Cuando se asegura de que estoy diciendo la verdad, toma su vaso y le da un sorbito.
—Más te vale, Ryan —masculla—. No quiero ganarme un regaño de parte de Phil por culpa tuya.
—No tienes que preocuparte por eso.
—Sí me preocupo —contradice—. Te he visto beberte una botella en tres horas tú solo, y no me molesta lidiar con borrachos fastidiosos, pero la resaca que tendrás mañana va a ser descomunal y estarás de mal humor.
No puedo refutar a sus palabras, tiene toda la razón. Me ha visto en dos ocasiones beberme copa tras copa de whisky y una de esas noches tuvo que llevarme a mi casa, y puede que haya sido una treta mía para llevarla con otras intenciones a mi apartamento, sin embargo, esa noche sí que estaba bebido.
Debería tener vergüenza, pensaba acostarme con ella así de ebrio. 
Soy un imbécil.
—Eso no pasará hoy, lo juro.
—No, no va a pasar porque yo no lo permitiré.
Apoyo el codo de la barra y le sonrío.
—¿Alguna vez te había dicho que me encanta tu actitud mandona?
Las palabras salen de mi boca antes de que pueda detenerlas y quisiera no haberlas dicho, no me gustaría poner incómoda a Dawn. Aunque, cuando un ligero rubor cubre sus mejillas, el arrepentimiento por haberlo dicho desaparece. 
Quiero hacerla ruborizar más seguido.
—No me lo habías dicho, pero es algo muy inapropiado qué decirle a tu asistente.
Evita mirarme, haciéndose la indignada, pero el leguaje de su cuerpo me dice que no le molesta. Su respiración está aumentando de velocidad y estoy seguro de que, si toco el lugar donde se percibe su pulso en su cuello, encontraré con está acelerado.
—No estoy diciendo nada fuera de lugar. —Me hago el desentendido al tiempo que me inclino más cerca—. Es solo una confesión inocente. Allá tú si lo conviertes en algo más.
Me llevo el vaso de whisky a los labios y bebo un sorbo mientras ella mueve la cabeza para mirarme.
—Estás fingiendo demencia —me acusa. Sacudo la cabeza, negando.
—No, estoy siendo sincero.
Pone los ojos en blanco, llevándose la copa a los labios, aunque puedo ver el indicio de una sonrisa.
—No uses conmigo tus encantos que soy inmune a ellos.
Suelto una carcajada en toda regla, poniendo la atención de las personas aledañas en nosotros. Sin embargo, no me importa. Que nos fotografíen, que le avisen a la prensa, que lo suban a las redes sociales. Me tiene sin cuidado, solo quiero disfrutar de una noche con esta maravillosa mujer.
—Tenía que intentar. —He de parecer un tonto, embobado por esta chica, pero me permito observarla y detallar su cara, despertando mi curiosidad por ella—. Háblame de ti.
—Estoy teniendo una espacie de deja vú. —Parpadea, mirando detrás de la barra.
—Sí, pero la última vez que te dije eso mismo, tú estabas al otro lado y eras la que servías los tragos. —Ese día supe que tenía un hijo y me dieron más ganas de conocerla mejor—. Y no me respondiste.
—No es mi culpa, Ry estaba en el hospital.
—No te estoy culpando, te lo estoy recordando para que ahora me lo digas. 
Dawn ríe, sacudiendo la cabeza.
—Tienes que saber de mí a como dé lugar, ¿no?
—Eso es correcto.
Suspira, bebiendo de su vaso.
—No hay mucho de mí que sea interesante. —Fija su vista en la pared, perdida, supongo que en el pasado—. Me crie en un familia religiosa, bajo doctrinas estrictas que no acaté. Salí embaraza del primer tipo con el que me permití tener una relación, estando en el último año del instituto. No fui a la universidad porque tuve que trabajar para mantener a mi hijo y a mi esposo mientras él estudiaba. Y luego me fui, negándome a vivir una vida que no quería.
Es una historia bastante resumida, pero tengo la sensación de que es mucho más de lo que cualquiera ha logrado sacarle a Dawn. 
—Me alegra que no te hayas conformado —declaro, hablando totalmente en serio.
Los ojos de Dawn van a los míos, una emoción inexplicable brillando con fuerza en sus profundidades marrones. 
—A mí también me alegra no haberlo hecho.
Hablamos por una hora y nos tomamos dos copas más. Es un ambiente relajado, sin tensiones, sin emociones fuertes. Nos mantenemos en terreno neutral, sin ahondar en nuestros pasados, lo que agradezco, odio hablar de mis padres y la relación perdida con mis hermanos. 
Cuando el cansancio del día cae sobre nosotros, pido la cuenta y nos encaminamos hacia el ascensor. Una vez dentro, presiono el número de mi piso y Dawn presiona dos números por debajo, recordándome que está en una habitación propia.
No hay nadie más en el ascensor y muero de ganas por tomarla de la cintura, pegarla a mi cuerpo y besarla, pero no lo hago. No es el momento y no quiero asustarla. Por esa misma razón no me permití hacerlo hace días en mi habitación. Parecía que estaba de acuerdo, que lo quería, pero no podía arriesgarme a que se arrepintiera luego. Además, Dawson nos interrumpió.
De pronto, suena un traqueteo y el ascensor se detiene, unos segundos después, las luces parpadean y luego nos quedemos en total penumbra.
—¿Qué pasa? —pregunta Dawn y noto cierto pánico en su voz.
—No tengo idea, pero no te preocupes, lo arreglarán pronto.
El sonido de su respiración acelerada me empieza a preocupar. Saco mi teléfono y enciendo la linterna, enfocándola. Sus ojos se achican y alza la mano para que no le enfoque la cara. Bajo el teléfono y me acerco a ella.
Está hiperventilando. O entrando en pánico, no sé.
—Dawn. —Tomo sus hombros y hago que me enfrente—. ¿Sufres de claustrofobia?
Niega, intentando respirar despacio, pero se queda sin aire y abre la boca, recuperando el aliento con bocanadas.
—No —dice en un hilo de voz—. Nicto… Nictofobia¹.
No tengo idea de lo que es la nictofobia, pero supongo que tiene que ver con la noche, ¿cierto? 
¿O será la oscuridad?
—Oye, tranquila, estás bien. —La envuelvo en mis brazos, deslizándonos hasta el suelo, y empiezo a arrullarla—. Nada malo va a pasarte, estás conmigo. 
Continúo diciendo palabras de consuelo, pero nada parece funcionar, y el ascensor nada que vuelve a la vida.
¿Qué más puedo hacer? 
Una idea cruza mi mente.
Empiezo a tararear una de las nuevas canciones que escribí, la que está casi lista. Para mi suerte, eso la tranquiliza. Deja de temblar y su respiración se va normalizando de a poco. 
Permanecemos en esa posición hasta que el ascensor vuelve a encenderse.



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En el texto hay: musica, amor, dinero

Editado: 24.04.2022

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