Capítulo 22
Dawn
Ryan no me miró a los ojos todo el tiempo que estuvimos comiendo. Mantuvo sus ojos en el plato y solo me miraba por unos segundos cuando se ameritaba. ¿Había hecho algo mal y se habrá enojado conmigo? No lo creo, si estuviese enojado, no estaría hablando conmigo y la conversación fue normal. Solo no me miró.
Me devano los sesos buscando qué pude hacer para incomodarlo y no lo encuentro. Tal vez sigue cansado, ¿cierto? No necesariamente ha de tratarse de algo que hice. O recibió una llamada de sus padres de la que no me ha contado. Pero no se nota molesto y me confunde.
Cuando terminamos de comer, se excusa para ir al lavabo y yo me quedo lavando los platos. Ryan no regresa hasta que he terminado de limpiar la cocina completamente y estoy por llamar a Phil para pedirle instrucciones. Mi dedo se queda suspendido sobre el botón de llamada en el instante en que los ojos de Ryan conectan con los míos.
Pasan cinco segundos y los aparta, es un nuevo récord.
—¿Te pasa algo? —inquiero, queriendo saber lo que lo tiene incómodo. Él niega.
—No, ¿por qué lo preguntas?
Baja la vista a sus zapatos.
—Porque no has querido verme a los ojos desde que estábamos comiendo —contesto obvia.
—Ah, eso. —Pasan unos segundos en los que continúa sin mirarme a la cara hasta que, por fin, lo hace—. No es nada.
Frunzo el ceño.
—¿Cómo no va a ser nada? —Me llevo las manos a las caderas—. Estás molesto por algo.
Suelta una exhalación, negando.
—No estoy molesto, solo… —Se detiene, apretando los labios.
—¿Qué? Termina la frase —lo insto, moviendo la mano.
Muerde sus labios, sacudiendo la cabeza en negación. No quiere decir lo que lo está incomodando.
Camino hasta él, decidida a sacarle información, y sus ojos se abren con terror. Me detengo abrupta, inclinando cabeza a un lado en confusión.
Pero, ¿a él qué le pasa?
—¿Hice algo que te molestara? —cuestiono, sin darme por vencida. Ryan vuelve a negar—. Pues, no es lo que parece. Me estás mirando como si tuvieses miedo de mí.
Ryan no responde, me observa sin parpadear.
No puedo aguantar este mutismo. Hace unos minutos era que no me quería ver a la cara y ahora es que no habla. Se le soltó un tornillo, ha de ser eso.
—Bien, si no quieres hablar, entonces me voy, no tengo nada qué hacer aquí. —Rodeo la isla de la cocina, tomo mi bolso y digo sin mirar atrás—: Adiós, Sr. Freiser.
Me encamino hacia la puerta, revisando que en mi bolso estén todas mis cosas. Alcanzo la puerta al tiempo que me cuelgo el bolso del hombro, pero no alcanzo a abrirla porque Ryan me toma del brazo.
—Pero, ¿qué…?
No alcanzo a decir nada más. De pronto, me tiene con la espalda contra la puerta y él frente a mí, a unos centímetros.
—No te vayas —susurra, apoyando su frente en la mía.
—¿Vas a decirme qué te pasa?
Se separa de mí unos centímetros, viendo directo a mis ojos.
—Quisiera hacerlo, pero… —se queda en silencio, apartando la vista.
Pongo los ojos en blanco, cansada de esto.
—Habla o me voy —amenazo.
Ryan hace una mueca y se aparta, dando tres pasos lejos de mí. Se queda de espalda por unos segundos, la cabeza gacha. Cuando se gira de nuevo, sus ojos brillan con algo que no logro entender.
—Estoy asustado, Dawn —suelta, dejándome aún más confundida.
—¿De qué? ¿Por qué?
Suspira, llevándose la mano a la cara, frustrado. Mira al techo antes de volver a mirarme y su postura y expresión cambian, está resuelto a decirme lo que sea que lo está molestando.
—Esto que siento crece muy rápido y no quiero asustarte.
Ah, era eso.
¿Qué pasa, se está yendo el oxígeno de la habitación?
Mi respiración se siente cada vez más pesada.
—¿Te comieron la lengua los ratones? —pregunta, divertido, sonriendo de medio lado, pero hay un poco de miedo en sus facciones. Ruedo los ojos.
—No seas tonto.
Quería sonar normal, como si nada pasara, pero la frase me salió en un chillido.
Su sonrisa se extingue, malinterpretando mi respuesta.
—Este es el momento en que eliges —dice, acercándose poco a poco, paso por paso—. Quieres irte o vas a quedarte.
Todo un dilema un tanto difícil de resolver. Es mi jefe, no puedo tener una relación romántica con él, aunque supongo que eso debí pensarlo antes de permitirle besarme. Sin embargo, esto puede acabar mal. Continúo casada y tengo un millón de problemas encima, y no me refiero con ello a Ryder ‒mi bebé no es un problema, es la solución a todo mi estrés‒, hablo de lo que dejé en Alabama, de lo que encerré en un baúl para no verlo y no pensar en ello, pero que sigue ahí, amenazando con salir. Ryan no necesita llevar también la carga que traigo, sería desagradecido de mi parte incluirlo en algo en lo que no tiene nada que ver y en lo que puede salir perjudicado.