Epílogo
Ryan
Un año después.
Ryder corre de aquí para allá, pateando una pelota mientras esperamos por Dawn. Estamos por ir al estreno del disco de un amigo mío y ella no sale de nuestra habitación.
Hace poco más de dos meses decidimos vivir juntos, no tiene caso que estemos separados cuando pasamos juntos cada momento del día. Ryder fue el de la idea. Como siempre, la mamá de Sarah y su novio hicieron algo, Sarah le contó a él y a Seb y Ryder vino contando la historia y queriendo que Dawn y yo hiciéramos lo mismo.
Ese niño me facilita la vida, gracias a sus ideas, mi relación con su madre avanza.
La mamá de Sarah y su novio se fueron a vivir juntos, por lo que Sarah ahora es “más feliz que antes” ‒palabras de Ryder‒ y “nosotros también podemos ser felices como ellos si vivimos juntos los tres” ‒palabras de Ryder también‒. Dawn se negó al principio, alegando que estábamos bien así, pero Ryder ‒y yo, para qué negarlo‒ insistimos tanto que terminó cediendo.
Como en todo, en realidad. Ryder y yo nos ponemos de acuerdo en algo, nos convertimos en unos verdaderos fastidiosos y Dawn termina aceptando, porque hay que admitir que somos unos tipos molestos cuando se trata de algo que queremos.
Soy feliz, como nunca antes lo he sido. Ni siquiera cuando inicié mi carrera musical era así de feliz. La vida me ha sonreído, regalándome a un hijo ‒así lo siento‒ y a una mujer maravillosa. Hay problemas, como en todo, pero los solucionamos y retomamos nuestra felicidad.
Ahora solo falta poner un anillo en el dedo anular de Dawn y cambiar los apellidos de ambos.
Sobre mi cadáver permito que Ryder siga llevando el apellido de un hombre al que no le importa.
Russel le cedió la custodia total a Dawn sin peleas ‒no es que tuviese derecho a pelear‒ y declaró que no quería tener nada que ver con él. Es un idiota, eso ya lo sabíamos, pero su profunda estupidez nos facilita las cosas.
Quiero ponerle mi apellido, no importa que nos conozcamos desde hace poco más de un año, ese niño es mío. No nos unen lazos de sangre, pero sí lazos sentimentales, mucho más fuertes que los que tiene con su progenitor.
En el momento en el que convenza a Dawn de casarse conmigo, también le pediré ponerle mi apellido a Ryder.
Ryder Freiser.
Ese es un gran nombre.
—Mamá se está tardando —dice él, dejando la pelota y sentándose a mi lado en el sofá.
—Así es. —Lo miro, sonriendo—. ¿Vamos a buscarla?
Asiente, colocándose de pie.
—Vamos a buscarla.
Él dirige el camino, yo lo sigo de cerca.
Al entrar a la habitación que comparto con Dawn, nos recibe el desorden de vestidos tirados por todos lados y zapatos volcados en el suelo. En el tocador, está todo el maquillaje abierto, con brochas puestas como sea y un bote crema de piel tirado en el piso.
Dawn es como un huracán cuando se arregla, dejando un desastre a su paso. Lo bueno es que ella lo ordena de nuevo.
Es una fanática del orden, como todas las madres.
Y no está a la vista.
—¿Mamá? —llama Ryder y un sonido amortiguado responde a través de la puerta del lavabo.
Me acerco y toco, empezando a preocuparme.
—Dawn, ¿ocurre algo? —Pasan unos segundos y no obtengo respuesta. ¿Le habrá sentado mal el almuerzo?—. Cariño, responde que me estás empezando a asustar.
Sus pasos se escuchan al otro lado de la puerta y segundos después esta se abre.
Está deslumbrante, como siempre, llevando un vestido corto negro y botas hasta la rodilla de tacón. Una visión hermosa.
Pero su cara es de terror puro.
—Ryan —susurra antes de empezar a llorar.
La tomo en mis brazos y la llevo a la cama, sentándonos en el borde.
—Amigo, ¿puedes ir por un poco de agua? —le pido a Ryder, no quiero que vea a su madre llorando.
Él asiente, caminando hacia donde estamos sentados y poniendo una mano en la pierna de Dawn.
—No te preocupes, mami, iré por agua y luego vendré a consolarte.
Su declaración le saca una sonrisa a Dawn, y a mí también. Mi niño es inteligente como ninguno.
Cuando se va, encaro a Dawn.
—¿Qué pasa, Dawn?
Baja la vista a sus manos y hago lo mismo, viendo por primera vez el palito blanco que trae entre ellas.
—No me digas que… —dejo la frase al aire, las palabras atascándose en mi garganta.
Espero una respuesta, pero no puedo evitar que la sorpresa me recorra y luego la siga una emoción inexplicable.
¿Voy a ser papá?
Dawn suelta un sollozo, limpiando su nariz y sorbiendo.
—Yo no… —se detiene, su voz ahogada. Respira profundo y se aclara la garganta—. Me estaba cuidando, lo sabes.