Jedward no daba abasto con todo lo que escuchaba de ese pequeño ser. Ya se estaba volviendo loco, sí, sin duda alguna. Esa niña no le había dicho su nombre, sin embargo, no podía dejar de verla por el parecido que tenía con su primer amor.
— ¿Quiere que haga algo por usted? —preguntó su chofer, y él sacudió la cabeza—. ¿Señor?
— Espera un momento, porque esta niña es una estafadora —siseó—. Voy a dejarte aquí, vas a morir.
— ¡¿Cómo que vas a dejarme morir aquí?! —la niña gritó abriendo los brazos—. ¡Ya vi el número de placa de tu auto! ¡Le diré a mi abuelo que te meta en prisión por secuestro!
—¡Cálmate, engendro del demonio! —gritó sin poder evitarlo, y la niña hizo un puchero como si fuera a llorar—. Espera, espera —se agachó a su altura—. No lo dije de mal modo, es que los gritos no son lo mío y más de personas tan chiquitas. Ten por seguro de que posiblemente encontraré a tu madre, pero no grites más.
— ¿Tienes mucho dinero? —el rostro de la pequeña cambió por completo—. Es que ese traje se ve que es caro, mi mamá dice que yo tengo una cámara en mi cabeza, igual que mi papá.
— Vaya, eso es igual a lo que tengo también —se quedó unos segundos en silencio, mirando bien el rostro de la pequeña—. ¿Cuántos años tienes?
— Cumplí cinco años —levantó la mano y le mostró los dedos—. Tú eres muy guapo, yo también lo soy porque saqué la belleza de mi mamá, pero mi papá no me quiere.
— ¿Por qué no te quiere? —frunció el ceño, sin entender—. ¿Quién es?
— Un hombre tacaño, igual que tú —Jasha arrugó la nariz—. ¿Tú me llevarás con mi mamá?
— ¿Cómo te llevaré con ella si tú no me dices el nombre? —Jedward se estaba enojando con ella—. Escucha, no tengo todo el día para este tipo de cosas. Te llevaré a la cabina de seguridad de este sitio…
— Ven, no me sueltes o en verdad diré que me secuestraste.
Jedward miró a ese engendro del demonio, era una niña de cinco años. Podía con eso, joder. Es que le daba cosita tener que llevarla de la mano como si nada. Temía que Dasha o Jadiel los vieran caminar de ese modo por el centro comercial, no obstante, lo dejó pasar.
— ¿Tienes hijos así de bonitos como yo? —preguntó Jasha, rompiendo el silencio—. Digo, con eso, de que te ves millonario. ¿En qué trabajas?
— Soy arquitecto —respondió con sinceridad—. Me gusta.
— Mi mamá es decoradora de interiores y también arquitecta —respondió feliz—. Estudió arquitectura del paisaje.
— ¿Qué?
— Es para que le des trabajo, viejo tacaño…
Jedward iba a responderle algo a esa pequeña, pero su celular comenzó a vibrar en el bolsillo de su pantalón, algo que lo puso en alerta. Tenía mucho trabajo por hacer y no podía seguir perdiendo el tiempo.
— ¿Debes irte? —preguntó Jasha, haciéndole un puchero—. ¿No me vas a esperar hasta que llegue mi mamá?
— No puedo hacer eso ahora —masculló apretando el puente de su nariz, mostrándose algo enojado—. Te dejaré con las personas a cargo de este sitio, porque en verdad creo que ya estoy loco.
En cuanto llegaron con la seguridad del centro comercial, estos le hicieron preguntas acerca de lo que había ocurrido, y para su buena suerte, se les informó que un grupo de personas ya estaban buscando a esa niña.
— Gracias por traerme, viejo tacaño —dijo Jasha—. Espero que seas feliz, pero que des dinero. En la vida no se puede estar todo el tiempo sin gastar en los otros.
— Lo tendré muy en cuenta —sacó de su bolsillo una tarjeta—. Llámame a este número cuando estés con tu familia. Que no se te olvide.
— Entendido.
Jedward le dio indicaciones a los guardias de que debían tener más cuidado con los niños, porque se podían perder. No podía quedarse más tiempo en ese sitio, así que emprendió el viaje hacia la empresa. Por algún extraño motivo, se quedó esperando que esa niña lo llamara para saber si había llegado con bien a su destino, sin embargo, no recibió nada de su parte.
Incluso, antes de que cayera la noche, llamó al centro comercial, dando de inmediato su apellido y la información de que ese engendro del demonio fue encontrada con su familia, le dio un poco más de alivio.
Dasha.
Ese jodido nombre seguía latente en su mente a tal grado de que ya no podía hacer nada más que pegarse un tiro en la frente para sacársela. No pudo hacer mucho ese día con el trabajo, así que dejó todo a medias y prosiguió a subir hasta su piso. Debía aclarar su mente lo mejor que podía o se volvería loco.
Mientras se preparaba un poco de avena, a su mente llegó esa niña, misma que poseía una inteligencia demasiado avanzada para alguien de su edad y que le recordaba mucho a él. Dasha no pudo tener más hijos, era imposible que algo como eso le pasara a su tío Kiral y también a su familia.
Frunció el ceño, al ver que su esposa lo estaba llamando, algo extraño, porque siempre era él quien daba ese paso.
— ¿Sí? ¿Pasó algo?
— Sí, todo está bien aquí —escuchó que le habló en un susurro—. ¿Cómo estás tú? —hizo una pequeña pausa—. Me dijiste que Dasha regresó a los Estados Unidos…
— Sí, ella regresó hace más de una semana —siguió moviendo la avena como si nada—. Era lo que quería decirte antes de que me cerraras el celular en la cara de esa manera tan estúpida.
— Tenía trabajo por hacer, cuando estábamos en Londres era lo mismo —farfulló su esposa—. ¿Has hablado con ella? ¿Te ha dicho algo de mí?
— ¿Qué me tiene que decir Dasha de ti? ¿Qué hiciste? ¿Ya la conocías? —se detuvo en seco—. ¿Es cierto que hace cinco años estuviste hablando con ella?
— No recuerdo, porque cuando fui a tu casa, no había nadie —respondió convencida—. ¿Te ha dicho algo sobre mí?
— Olvídalo, no importa —farfulló entre dientes—. Tengo un hijo con ella, tiene diez años y es como verme a mí…