Jedward hizo un sonido con la lengua cuando todos salieron de la habitación y lo dejaron con su esposa, misma que tenía cara de pocos amigos y que en cualquier momento iba a explotar del enojo. Nathalie casi no estaba presente en su vida.
Mucho menos participaba en las actividades de su familia y el hecho de que durante años le estuviera ocultando que tenía un hijo con su primer amor y que de paso es anoche en la que creyó que todo era un sueño más, nació ese engendro del mal… ya no sabía ni que pensar realmente.
— Si no te dije nada durante estos años, fue por algo —masculló Nathalie mirando todo con asco—. Esa mujer te hizo mucho daño, no merecías pasar por otra decepción…
— La persona que debía decidir eso era yo, no tú —le apuntó—. Ahora, resulta que tengo un hijo de diez años y otra de cinco que está en cirugía y que por tu culpa su madre casi muere —se quitó la intravenosa—. ¡Me quitaron diez años de sus vidas! —se levantó de la cama, mirándola con odio—. ¡No me casé contigo por esto! ¡¿En qué demonios estabas pensando cuando hiciste esa porquería?!
— ¡No me grites! —gritó Nathalie de repente—. ¡Esa asquerosa incestuosa fue la que te mintió! —levantó las manos—. ¡Solo hice esto por protegerte de las malas lenguas, de las personas que te pueden hacer daño y me tratas de ese modo tan horrible! —se llevó una mano al pecho—. Nos íbamos a casar, todo estaba arreglado hasta que apareció esa mujer en nuestras vidas. No tienes…
— Dasha no era relevante en mi vida, tenías que decirme que ella estaba ese día en mi maldita casa —la tomó del brazo con fuerza—. Pudo morir por lo que sea que le dijiste—. ¡¿Por qué diablos todos tienen que decidir por mí?!
— Me estás lastimando —gimoteó—. Soy tu esposa, esto que haces no está bien. Debo regresar a…
— ¿Regresar a dónde? —bramó cerca de su rostro—. ¿A gastar mi dinero como siempre? ¿No crees que es momento de que ya hagas algo por ti misma? —tensó la mandíbula, viendo cómo su esposa lo miraba asustada—. Vaya, te ha cambiado el rostro por completo. Ni siquiera mereces tener mi apellido y agradezco a Dios que nunca se me pasó por la cabeza que lo tuvieras —la soltó—. Jugaste conmigo durante años.
— Yo en verdad te amo, Jed —ella cambió el tono de voz a uno más suave—. Es que solo pensé en nuestro futuro. Ella fue la persona que te dejó solo hace diez años. Cuando nos conocimos, tú estabas tan ido y…
— Ni siquiera podemos llamarnos un matrimonio normal —farfulló asqueado—. No estás conmigo en los momentos que más te necesito, te llamé cuando Dasha llegó y pusiste por encima de todo tu maldito trabajo.
— Eso fue porque…
— Nunca te he pedido que hagas algo por mí, mucho menos que estés a mi lado —se pasó una mano por el cabello—. Por alguna razón, todos quieren estar haciendo las cosas por mí sin ni siquiera consultarme —chasqueó la lengua—. ¿Quién te dijo que estaba aquí?
— Está en todas las noticias —Nathalie sollozó—. Te vieron llegar con esa mujer, dicen que me eres infiel y que nuestro matrimonio depende de un hilo. No quiero separarme de ti, no lo soportaría nunca el tenerte lejos de mí. Yo en verdad te amo.
— Si me amaras como dices, no hubieras hecho eso que hiciste, no tienes idea de todas las cosas por las cuales tuve que pasar por tu culpa —bufó, enojado—. Perdí a mi hijo, su madre casi muere y de paso, casi pierdo a la otra —apretó el puente de su nariz—. Quiero que te largues, no me encuentro de humor ahora para hablar contigo y no quiero que intentes tampoco buscar la manera de hacer sentir mal a Dasha.
— ¿Por qué siempre tiene que ser ella? —preguntó dolida—. Todo el tiempo es esa mujer, incluso después de diez años la sigues poniendo por delante de mí. No es justo.
— Tampoco fue justo cuando me ocultaste que ella fue a buscarme hace cinco años —con grandes zancadas llegó hasta dónde se encontraba ella—. No lo repetiré dos veces, Nathalie, ¿en dónde está la carta que ella me dejó hace cinco años?
— ¿Carta? —ella retrocedió por lo amenazante que se notaba—. No sé de qué…
— Que no se te olvide que soy bueno descubriendo las cosas de las personas y tú te me has caído de un pedestal —la arrinconó contra la puerta—. En este momento, no puedo pensar nada con claridad, en verdad no puedo. Por favor, vete.
— Estás aquí, enfermo y no puedo irme sabiendo que…
— No te irás porque la maldita prensa está allá afuera esperando por ti —le apuntó en el pecho—. He sido muy calmado durante estos años de matrimonio, dejé que te fueras, hicieras tu puto mundo con el modelaje usando mi apellido y ahora…
— No, eso no es…
— Vete.
Le abrió la puerta para que ella saliera y luego vio que toda su familia estaba en un rincón como si no estuvieran escuchando nada de lo que pasó en la habitación.
Enarcó una ceja en dirección a ellos, luego frunció el ceño al no ver a Dasha, y tampoco a Jadiel con ellos.
Ingresó a la habitación, sintiéndose peor que nunca y buscando algo dulce que comer porque sentía que se iba a desmayar si no comía algo dulce.
Buscó en los platos la poca avena que quedaba y se acostó mirando la cama a su lado. Ese engendro amante del dinero era su hija, era como si el karma se le hubiera regresado todo de golpe.
No supo en qué momento se quedó dormido, pero cuando regresó en sí, cuando la puerta de la habitación fue abierta por Dasha, misma que acababa de llegar con dos bolsas de ropa.
— Tuve que salir con tu madre a buscarte ropa —Dasha puso un mechón de su cabello detrás de la oreja—. Ya está en las noticias que estás en el hospital conmigo. Solo que tuvieron que salir a decir que somos primos.
— No somos primos de sangre —le recordó, son soberbia—. Nathalie confesó todo.
— ¿Y qué quieres que haga con esa información? —preguntó en un tono burlón—. Ya el daño está hecho, no hay vuelta atrás.
— Dasha, no comencemos con lo mismo —se quitó los botones de la camisa, ahora no es un buen momento, por esto —se quedó mirándola—. Todos esperan una respuesta de mi parte que no van a tener en lo más mínimo.