Dasha movió la cajita que tenía en las manos, misma cajita que contenía dos anillos de compromiso. Aunque habían pasado un par de años desde que ambos se reencontraron, comenzaron una nueva vida en Londres, aún no habían dado el siguiente paso de querer casarse como querían cuando eran niños.
Jedward no volvió a mencionar más el tema luego de haber salido de la clínica. Solo se dedicaron a sus hijos, a criarlos y de vez en cuando visitar a su familia, pero ya todos ellos se acostumbraron a estar en ese país… menos Jasha. Ella seguía con la idea de que se iba a casar con ese chico, así que, desde ya, se hicieron a la idea de qué no se le iba a quitar nunca.
Su trabajo estaba ligado a la empresa de Jedward, sin embargo, este le propuso que podían estar al mando los dos, a lo que ella le dijo que cuando cumplieran los diez años estipulado de su contrato. Pues aceptaría sin ningún tipo de remordimientos el ser socios y que ambos dirijan la empresa, ya que contaba con un edificio más grande, mejor dicho, era uno de los más grandes y lujosos de todo Londres.
Los contratos para construir, decorar y crear paisajes, edificios o residencias no paraban de llegar, por lo que tuvieron que contratar a más empleados y buscar becarios para que trabajaran con ellos.
Unos pocos se quedaban en la empresa, puesto que no podrían contratarlos a todos, pero ellos les ayudaban en lo que podían, ya sea en busca de otro trabajo en el país o fuera de este. Nunca los dejaban a la deriva y por esa razón, es que muchos universitarios deseaban ir a su empresa a realizar pasantías. Sin embargo, siempre trataban de que los chicos de bajos recursos sean los seleccionados.
— Buenos días —Jedward entró a su oficina con unos planos—. Es hora de irnos…
— Buenos días, para ti también —guardó la cajita en su bolso, y aseguró bien la otra sorpresa que le tenía—. ¿Ya tienes todo listo?
— Sí, vámonos —le ayudó a ponerse de pie—. Tenemos que acabar con todo esto antes de que los niños salgan de la escuela.
— Recuerda que Jadiel ya no es un niño, tiene dieciséis —le dio un golpe en el brazo—. Además, ya tenemos tres hijos.
— Bueno, digamos que tal vez o a lo mejor quiera otro, nunca se sabe —bromeó Jedward, espantando las palabras—. Que sea antes de los cuarenta. Ahí cerramos la fábrica.
Dasha frunció los labios… Ella también quería tener más hijos, sin embargo, estaba corriendo el riesgo por su edad y por otras cosas que a lo mejor esos futuros bebés no iban a nacer del todo bien. No obstante, al tener treinta y cinco años, estaba corriendo el riesgo de que el embarazo no fuera del todo perfecto y más por su pasado clínico.
Durante el día, ellos se dispusieron a revisar todo lo relacionado con la construcción de su propio complejo, porque sí, después de todo, Jedward pudo diseñar la maqueta y terminarla como quería, la misma que por muchos años estuvo ahí en su oficina y que era el único recuerdo que se había llevado de los Estados Unidos.
— El terreno es estupendo —les había dicho uno de los ingenieros—. No sé cómo consiguieron el dinero y los permisos, pero, a decir verdad, en este punto de la propiedad, llamará mucho la atención de todos.
— Gracias, es lo que teníamos planeado —respondió Dasha—. Además, el terreno pasará de estar olvidado a uno de los más transitados de todo el país y más porque está cerca de Londres.
— Sí, tiene razón —asintió el hombre—. Los dejo, tengo que supervisar que todo esté en orden.
Ellos asintieron y decidieron partir luego de dejar todos los diseños con él. Jedward era la persona que estaba conduciendo el auto esa vez, ya que ella no tenía muchos deseos de moverse al asiento del conductor y sus pensamientos fueron directamente hacia Tahir.
— ¿En qué estás pensando?
— En Tahir —respondió sincera—. Era un buen amigo, lo extraño tanto.
— Está en un lugar mejor, ya lo sabes —él entrelazó sus dedos con los de ella—. Ya es algo que debes dejar un poco atrás, él está bien.
— Lo sé, es que hay veces en las que llamó a su antiguo número solo para escuchar su voz malhumorada —rio un poco—. Sus padres están pagando en carne propia lo que hicieron.
— Sí… —él respondió un poco distante—. Ya pasó, mejor vamos a la casa. Quizás los niños ya están allá con hambre.
Jedward le dio un beso en los nudillos, antes de fijar la vista en la carretera de regreso a Londres. No le había comentado nada de lo que hizo con los padres de Tahir, es un secreto entre su abuelo, Natacha, y él, que se llevaría a la tumba por siempre. Ya que, fue la primera vez que se manchó las manos de sangre y torturó a alguien hasta matarlo. En cuanto llegaron a su casa, los niños estaban esperando por ellos…
— Dijeron que iban a ir a buscarnos a la escuela —dijo Jadiel, con el pequeño Zeus en los hombros—. No quiero ser padre tan joven…
— Puedes mudarte, nadie te está agarrando —dijo Jasha, cruzando los brazos—. Mientras menos gente en la casa, mejor.
— Yo no me iré —intervino Zeus, desde los hombros de su hermano—. Ella es molesta.
— Es tu hermana, es todo lo que vas a tener en la vida —dijo Jedward, acercándose a ellos—. ¿Su tía los trajo?
— Sí, se acaban de ir —respondió Jasha—. Tengo hambre y no me gustó la comida de la escuela hoy.
— Jadiel podía abrir la puerta, tenía una llave…
— ¡Lo sabía! —Jasha golpeó a su hermano con la mochila—. ¡Me quieres matar a mí!
— Al menos, podemos decir que estos dos se aman hasta el final de sus días —Dasha abrió la puerta para que los niños entraran—. Vamos, se nos está haciendo tarde.
Los cinco entraron a la acogedora casa, y algo que les gustaba de ese residencial, es el hecho de que no había nadie molestándolos, los vecinos estaban bastantes lejos, puesto que las propiedades eran enormes. Sin embargo, cuando se mudaron, ellos demolieron la casa, hicieron los cambios que querían y ahora parecía un sitio turístico entre las demás. Prepararon algo de comer para ellos, y seguido de eso, ella fue a la habitación para darse un baño en lo que todos ellos comían.