Ámame siempre

VII

Fue un día largo. Tal como lo prometió, Nicholas envió café, y a medio día, almuerzos para todos. Julia, que nunca había sido consentida de esta manera, no pudo evitar sentirse complacida, pero también nerviosa, y a veces, incómoda. Una multitud de gente estaba en su casa, entrando y saliendo, haciendo ruido, pero al final tuvo que reconocer que valió la pena.

Ella sentía que resplandecía. Los baños, cremas, aceites y perfumes que le aplicaron cambiaron todo en ella; su piel brillaba y no por las cremas nacaradas, ni con un brillo artificial añadido, sino por lo humectadas e hidratadas que estaban. Daba gusto verla en el espejo.

Su rostro parecía el de otra persona. Estaba tan bellamente maquillada que le pareció estar viendo una celebridad en su reflejo. Era guapa, después de todo, se dijo con una sonrisa, y tuvo ganas de llorar, porque desde siempre ella se sintió fea, menos, inferior… No se había dado cuenta del daño que se había hecho a sí misma creyendo en los insultos de las mujeres que la rodeaban, porque no eran sólo Robin, Pamela y Francis diciéndole lo poca cosa que era, sino también Simone, su propia madre, que se burlaba de ella por la edad que tenía y no haber atrapado un hombre; que la ridiculizaba cuando intentaba arreglarse para salir diciéndole que era un desperdicio, pues hiciera lo que hiciera nunca conseguiría estar guapa.

No fueron solo esas tres arpías, también su progenitora minó su confianza hasta casi desaparecerla.

Giró suavemente para admirar el vestido. Era de un color vino con un toque de magenta precioso, de una sola manga, y con una abertura transversal en el escote que enseñaba discretamente sólo uno de sus pechos. También tenía una abertura en la falda amplia, la ceñida cintura le daba esa forma de reloj de arena que no imaginó que tendría, y los zapatos, señor… Ni cenicienta habría aspirado a tener algo tan bonito.

Lo increíble es que eran cómodos. Al verlos, pensó que los odiaría al llevarlos los primeros cinco minutos, pero no era así.

Habían hecho maravillas también con su cabello, que iba recogido como la etiqueta lo exigía.

Su corazón latió rapidísimo al imaginarse la reacción de Nicholas. Él había pagado por todo esto, por supuesto que esperaba resultados. Ojalá la encontrara guapa.

Las cuatro mujeres y Giaccomo no hicieron sino alabarla, y alabarse a sí mismos por el resultado obtenido. La hicieron desfilar, sentarse y pararse para admirarla desde todos los ángulos.

Se habían encargado también de las joyas; el vestido combinaba con diamantes, entonces le habían puesto diamantes en las orejas y el cuello. De verdad, todo lo que llevaba puesto valía más que todo el dinero que ella había visto en su vida.

Se decepcionó un poco cuando vio que no había sido Nicholas quien la fue a buscar, sino su chofer, James.

—El señor nos encontrará a mitad de camino —le dijo—, está atendiendo un asunto de suma importancia.

Un asunto de suma importancia, suspiró Julia ajustándose el abrigo que iba a juego con el vestido.

De todos modos, se dijo, es un hombre que aprecia el rendimiento por encima de todo lo demás, así que venir hasta aquí y volver sería una pérdida de tiempo. Miró al cielo cubierto y oscuro pensando en lo lejos que estaba su casa de la de Clifford Westbrook, como una metáfora de las diferencias entre los dos.

Nicholas miró una fotografía, que en realidad era el fotograma de un video de una cámara de seguridad, sintiendo que la respiración le faltaba. Era la imagen de su abuelo, el fallecido Duncan Richman primero, tirado en el suelo de una calle luego de sufrir un infarto.

Lo que llamaba la atención de esta imagen era la sombra de un hombre que salía de allí como si huyera.

Miró y miró la foto sintiendo que era demasiado; habían encontrado algo que no estaban buscando. Él sólo quería saber el paradero de su padre, Timothy Richman; saber si estaba vivo o muerto, y llevaba esta investigación a cuestas desde hacía diez años, desde que tuvo con qué pagarle a Horace Taylor, un experto en el tema.

No habían encontrado nada de Tim, excepto una sospecha, una horrible sospecha. Buscando a Tim, y dónde había estado los últimos veinte años, encontraron cómo murió el abuelo, y las suposiciones que esto levantaba eran tan horribles como increíbles.

—No podemos asegurar que ese hombre que huye es Timothy Richman —dijo Nicholas alejándose de la foto, como si quemara. Observó a Horace frunciendo el ceño y miró el reloj. Tendría que vestirse pronto o quedaría mal ante Julia—. El infarto del abuelo… fue algo espontáneo, aunque fulminante; llegó sin signos vitales al hospital—. Horace asintió, sin ánimo de contradecir a Nicholas, y se puso en pie al verlo nervioso.

—Sólo traigo los resultados de mi investigación. Sigo en mi tarea, así que… si logras deducir algo más, estaré atento—. Nicholas asintió y no lo miró hasta que dio la espalda y salió de su oficina, en el edificio principal de Irvine.

Al salir Horace, entró German, su asistente personal, con una percha en sus manos e instándolo a darse prisa. Tenía el tiempo justo para darse una ducha rápida, vestirse y presentarse en la fiesta de esta noche, pero Nicholas estaba como en trance.

Tuvo que ser empujado hasta el baño privado de su oficina, donde disponía de todo para su aseo personal, y se metió bajo el agua sin poder dejar sus cavilaciones.




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