La mañana del lunes inició con normalidad para Julia, que no borró su sonrisa aun después de ver la cantidad de trabajo que le esperaba. Tuvo reuniones, organizó eventos junto a su secretaria, y adelantó balances en su portátil. Pasado el mediodía recibió de nuevo una llamada de Clifford insistiéndole en lo mismo de ayer, pero otra vez Julia se negó.
—¿Pero qué clase de hija eres? —preguntó Clifford alterado—. No te estoy pidiendo nada fuera de este mundo; ¿por qué te niegas tan rotundamente?
—Porque tengo el presentimiento de que no le agradas a Nick.
—¿No le agrado? Eso es una tontería, a menos que le hayas dicho cosas malas sobre mí, no tiene por qué…
—Me refiero a tu partido político, y tus ideales. Creo que los Richman están en el lado opuesto, así que, por favor, no busques una confrontación; sería demasiado vergonzoso.
—Eso debería verificarlo yo mismo, pero no me lo permites porque te niegas a traerlo a casa—. Julia quiso gruñir de pura frustración.
—Está bien, tú ganas. Le preguntaré.
—No tienes que preguntarle nada; es deber de una hija presentar a su novio.
—Está bien, haré lo posible, ¡ya deja de llamarme, que tengo mucho trabajo que hacer!
Julia cortó la llamada preguntándose por cuánto tiempo su padre la dejaría en paz con esta mentira. No pensaba someter a Nicholas a semejante tortura, así que sólo le quedaba mentir.
Y entonces recibió otra llamada, pero esta le hizo sonreír. Era Nicholas, contándole de su día, explicándole que pasaría la noche fuera por un viaje exprés de trabajo.
Le encantaba esto, le encantaba que él la incluyera en su día a día, que la tuviera en cuenta, que la hiciera parte de sus cosas. Le preguntó qué sería de Hestia, y él le explicó que tenía empleados a cargo de ella.
—Ah —contestó Julia algo desanimada, pero lo curioso era que no sabía por qué. Obviamente él tenía gente a cargo de su mascota, ¿acaso esperaba que le pidiera que la cuidara ella?
Ella habría dicho que sí, se dio cuenta.
Ante su respuesta, Nicholas sonrió, casi leyéndole los pensamientos. De todos modos, se despidió enviándole un beso y prometiéndole pensar en ella todo el tiempo.
Julia suspiró mirando el teléfono sabiendo que ella también pensaría en él.
Pasada la hora del almuerzo tuvo que pedirle a Brie, su secretaria, que reacomodara la agenda de la tarde, pues ella no regresaría. Dado que había estado trabajando duro, con muchas horas extras, se lo pudo permitir sin sentir culpa. Tomó un taxi y se dirigió al pequeño apartamento de Bill. Tenía más de una semana sin verlo, y ya Rocío, su cuidadora, le había escrito en repetidas ocasiones que preguntaba insistentemente por ella.
Llegó al edificio, un poco viejo, pero cuidado, y entró con su llave. Al verla, la cara de sorpresa y agrado de Bill fue muy bonita de ver. Julia caminó hasta él, que se había puesto en pie, y lo abrazó. Bill le besó la cabeza y la apretó con algo de fuerza.
—Mi niña, qué alegría verte, siento que hace un año no te veía.
—Estás exagerando como siempre —sonrió Julia examinando las arrugas de su cara y cómo le había crecido el cabello—. Tú estás perfecto, por lo que veo.
—Como siempre, como siempre —esquivó Bill sacudiendo una mano, y le señaló un sillón para que se sentara al tiempo que llamaba a Rocío—. Encárgate de las cosas de la niña —le dijo a la mujer que desde hacía más de dos años cuidaba de él señalándole las bolsas y paquetes que había traído.
Julia lo miró fijamente, notándolo con más fuerza y vitalidad que antes, y eso la tranquilizó. Bill acababa de pasar por su segunda quimioterapia a causa de un cáncer de pulmón, pero según los médicos, había buenos resultados y el mal había remitido. De todos modos, seguía haciéndose los obligatorios monitoreos, y Rocío se encargaba no sólo de sus medicinas y alimentación, sino de la limpieza de su hogar.
Rocío cuidaba de él desde que se descubrió el cáncer, cobrándole realmente barato por todo lo que hacía, pero había comprendido que la única doliente de Bill era ella, y que no le sobraba el dinero.
Julia se encargaba de todos los gastos de Bill, pues este, a lo largo de su vida, no había tenido un trabajo formal el tiempo suficiente como para conseguir una jubilación decente, y dado que había sido un padre para ella más de lo que pudo ser Clifford con todo su dinero, Julia cuidaba de él. Este apartamento lo pagaba ella, la comida, las medicinas, las cuentas en el hospital, el salario de Rocío… Afortunadamente, ahora tenía un salario de gerente, y con la indemnización y algunos pagos más, logró ponerse al día en todo, e incluso hacer un abono importante.
Pero nada de esto incomodaba a Julia. Bill había cuidado de ella desde los once años, cuando se hizo novio de Simone. Todavía podía recordar aquella época y siempre una sonrisa venía a ella. Bill la cuidó cuando estuvo enferma, le ayudó con tareas y proyectos del colegio, la consoló cuando volvía llorando de casa de Clifford e incluso amenazó con golpear la cara del gran idiota, como le llamaba. Le enseñó a moverse por la ciudad en el trasporte público desde muy chica, a ser valiente, autosuficiente, a no dejarse de ningún ladrón, vago o abusador. Bill fue, incluso, quien la ayudó a atravesar la pubertad, yendo por sus tampones a medianoche, porque no tenía a nadie más a quien pedirle el favor, llevándola a su fiesta de graduación en su viejo auto… Fue quien estuvo en todos los momentos importantes de su vida, nunca la dejó sola, fuera para llorar o celebrar.