Ámame siempre

XII

La fiesta transcurrió ruidosa y alegre, como debían ser todas las fiestas de cumpleaños. La cena estuvo deliciosa, el vino era el mejor, aunque la mayoría de los hombres prefería cerveza. Como los hermanos tenían tiempo sin estar todos reunidos por el trabajo de Aidan, se contaban anécdotas con los últimos acontecimientos, y allí aprendió mucho de ellos.

A Julia le causaba gracia conocer primero a los Blackwell que a todos los Richman, pero bueno, no se iba a quejar por estar aquí.

Luego de la cena hubo juegos, charadas, y todos se comportaron como niños por un largo rato. Reían a carcajadas por las equivocaciones o trastadas de los otros, y allí Julia vio otra faceta de Nicholas. Aunque era competitivo, reconocía su derrota cuando esta era inevitable, y cuando ganaba, celebraba a lo grande.

Ella no paró de tomar fotos de todo lo que ocurría, y casi de inmediato las subía a sus redes. Sabía perfectamente que, aunque sus hermanas no la seguían, entraban a sus perfiles muy a menudo.

Ah, matarían por la envidia si la llegaban a ver junto a Aidan, el rey-mendigo, pensó con malicia, así que se acercó a él y le pidió una selfie.

—Por la chica de mi amigo, lo que sea —dijo él luego de echarle un rápido y disimulado vistazo a Nicholas, que aprobó con la mirada.

Luego Margie se unió a la sesión de fotos, hasta conseguir una de todos los presentes.

Casi a la media noche, empezaron las despedidas, y no porque la diversión se hubiese acabado, o porque los niños los esperaban en casa, como en el caso de Robert y Alice, sino porque Aidan, Linda, Nicholas, Julia y Margie, abordarían un vuelo a Inglaterra esa misma madrugada.

Antes de irse, Julia intercambió números con Jennifer y Alice, se hicieron fotos y fue llevada a la habitación de Claire, la preciosa bebé de Jennifer y Jeremy, que dormía cómodamente en su cuna.

—Qué hermosura —se admiró Julia mirando a la pequeña rubia, abrigada y dormida. Debía tener poco más del año.

—No te olvides de invitarnos a tu boda —dijo Jennifer cuando salían de la habitación. Julia sonrió sacudiendo su cabeza.

—Todavía no me han propuesto matrimonio.

—Pronto lo hará. No te habría traído aquí si no tuviera intenciones serias—. Julia tragó saliva. Viendo cómo estas personas eran una segunda familia para Nicholas, esas palabras se hacían muy ciertas.

—Si hay boda —contestó entonces—, por supuesto que los invitaré. A todos.

—Bien. Me volví experta en bodas —dijo como si tal cosa—. Si necesitas mi ayuda, con mucho gusto te la daré.

—Gracias.

Por fin, luego de abrazos, promesas de volver a verse, más fotos, más intercambios de números y seguimientos en las redes, subieron a los autos camino de vuelta al aeropuerto.

El avión que abordaron ahora era diferente, más grande, y más lujoso. Las sillas se reclinaban por completo hasta convertirlas en camas. Ella compartió espacio con Nicholas, obviamente, y por largo rato, estuvieron despiertos, charlando en susurros, compartiendo las impresiones de la velada.

—Me alegra que te gustaran —comentó Nicholas con una sonrisa—. Son gente buena, pero no se te ocurra lastimar a uno de los suyos.

—Como tú —él la miró en silencio, un poco sorprendido por esa aseveración. Julia disimuló un bostezo y cerró sus ojos—. Tú también eres bueno, pero… si alguien se mete con uno de los tuyos, o algo que te pertenezca… conocerá tu lado perverso.

—Ah… tengo un lado perverso.

—Todos lo tenemos —murmuró ella con los ojos cerrados, con la respiración pesada, y Nicholas la miró largo rato, al cabo del cual, confirmó que ella se había dormido.

Había sido un día largo, por supuesto que estaba cansada, de modo que la abrigó mejor, se inclinó sobre ella para darle un beso, y la contempló otro rato en medio de la penumbra del avión.

Qué bonita era, pensó otra vez, con ganas de despertarla a besos, pero disfrutando de su aspecto relajado, las pestañas largas y morenas reposando sobre sus mejillas, los labios entreabiertos… Qué bonita era.

Llegaron pasado el mediodía al país inglés, y pronto fueron conducidos en auto hasta llegar a un sitio que otra vez las dejó boquiabiertas.

—¿Estamos en Pemberley? —preguntó Margie emocionada al ver una enorme construcción, que más que una mansión parecía un castillo de piedra a la distancia.

—Es la casa de los antepasados de Aidan —contestó Nicholas, y Margie no cerró su boca en largo rato.

—Cierto —contestó luego—. Él desciende de la nobleza… ¿Me estás diciendo que… vamos a conocer gente aristocrática?

—Así es. Estamos invitados a la casa de su prima Elise, futura condesa de Ross.

—¡Condesa!

—Otra vez te callaste todo eso —dijo Julia mirando a Nicholas con ojos entrecerrados. Él sonrió, pero no dijo nada.

Los autos se detuvieron frente a la mansión, Julia la miró tratando de adivinar cuántos pisos tenía, pues era altísima, y también muy ancha, con varias escalinatas que conducían a la entrada.

—Dios… quiero llorar, pero también quiero tomar fotos. ¿Se verá muy de quinta si me hago selfies aquí? —preguntó Margie llena de ansiedad.




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