Ámame siempre

XVII

Julia miró a Bill descansar en una camilla de hospital mientras las palabras del médico que lo había atendido resonaban en su mente; su condición era delicada, debía cuidarse de las emociones fuertes, un ataque como este podría llevarlo a una seria recaída, o hasta la muerte.

Había intentado preguntarle qué había pasado, por qué trataba a Nicholas así, si era su hijo, qué rencor podía guardar contra él, o contra sus hermanos, y… por qué los había abandonado, pero Bill no estaba en condiciones para atender a sus reclamos, y ahora era visible que no lo estaría por un largo rato.

Todo lo que el anciano había hecho era pedirle que no lo dejara solo.

Miró su reloj, eran las dos de la mañana. Estaba cansada, pero también ansiosa, y luego de asegurarse de que Bill estaba dormido, y que no despertaría hasta el día siguiente, salió del hospital, tomó un taxi y se fue a casa de Nicholas. Necesitaba estar con él.

Tampoco él debía estarlo pasando bien, de modo que la necesitaba; lo abrazaría, le contaría todo lo que quisiera saber de su padre. Lo consolaría, le daría todo el amor que necesitaba.

Encontró la casa a oscuras, pero dado que tenía llave, le fue muy fácil ingresar.

Se sorprendió al verlo sentado en un sofá de la sala, con la cabeza entre los brazos, mirando al piso, la espalda totalmente doblada y los codos sobre las rodillas. Hestia, a su lado, descansaba.

—Nick… —lo llamó suavemente, y con su voz, él pareció despertar de un letargo, pero no levantó la cabeza.

Julia dejó el bolso a un lado y caminó con prisa a él, apoyando la mano en su espalda, acariciándolo.

—Amor… lo siento tanto—. Nada. Nick no dijo nada—. Si lo hubiera sabido… —siguió ella, apoyando la mejilla en su espalda—. Si hubiese tenido idea…

—Vete —dijo la voz de él, seca, baja, pero contundente. Eso hizo que Julia se enderezara y lo mirara sorprendida.

—Sólo vine a ver cómo estabas. No quiero que estés solo en un momento así —Nick volvió al silencio—. Entiendo que… ha sido un poco impactante, y quisiera…

—Vete —volvió a decir Nicholas, y esta vez se puso en pie dándole la espalda.

—¿Quieres… estar solo? ¿Necesitas… tiempo?

—Sólo quiero que te vayas.

—¿Es… mi presencia lo que te molesta? ¿Me culpas de algo, Nick? —Julia también se puso en pie y lo siguió, pero Nick no le había dado la cara ni una vez—. Yo no sabía nada, Nick. No tenía ni idea…

—¿No te das cuenta… de que cada palabra que dices hace que todo se vuelva peor? —preguntó Nick girándose al fin, mirándola con una expresión desconocida para ella. Era ira. —Sólo vete —repitió él, y señaló la puerta—. No soporto verte, mucho menos oírte. No quiero nada de ti ahora.

Julia miró hacia la puerta como si acabara de darle un golpe muy duro, casi encogida de miedo, y mil emociones.

Dentro de sí, lo entendía, comprendía que necesitara pensarlo, pero en lo más profundo, el miedo la atenazaba.

Podía perder a Nick por esto, podía perderlo para siempre.

Las lágrimas empaparon su rostro, impidiéndole ver con claridad, pensar con claridad. No podía dejarlo ir, no podía perderlo. Mucho menos por algo que no era su culpa.

Con el rostro contorsionado por el dolor, el miedo y la desesperación, dio un paso hacia él.

—No puedo dejarte —lloró—. No quiero dejarte. Te amo—. Nick cerró sus ojos, también con dolor—. No quiero que estés solo. Si algo te hice… déjame consolarte.

—Tú… no has hecho nada. Pero el dolor que siento… no lo calmas, sólo lo empeoras. ¿Te das cuenta?

—¿Por qué amor?

—¡¿Y yo qué sé?! —exclamó él—. Sólo verte, Julia, me hace daño.

—¡No tengo la culpa!

—¡Ni yo! Y en este momento, sólo quiero estar solo, y tú, tu voz, y tu cara, es lo último que quiero ver y oír ahora—. Julia se sacudió por el llanto, secó sus lágrimas, pero fue en vano.

—¿Qué voy a hacer sin ti? —preguntó ella totalmente abatida—. Nick, eres todo lo que tengo. ¿Qué voy a hacer sin ti?

Nick dejó salir un lamento y le dio la espalda tomándose la cabeza con ambas manos.

—¿Me vas a hacer pagar… por los pecados de otro? No me imaginé que fueras tan injusto.

—No me hables más —suplicó él sin mirarla—. ¿Podrías tan solo… dejarme en paz?

Julia quiso tirarse al suelo y llorar, berrear como una chiquilla, gritar que no, que no, que no y abrir los ojos sólo para darse cuenta de que había sido sólo una pesadilla. Pero era tan real, y Dios, dolía tanto.

Volvió a mirarlo llorando en silencio.

Así se terminaba lo más bonito que había tenido, su cuento de hadas.

No había podido retener esto, como no había podido retener nada en la vida. Y otra vez, por cosas que no tenían nada que ver con ella.

Extendió su mano a él, pero estaba tan lejos, de mil maneras, tan lejos… Y a cada segundo lleno de silencio él se alejaba más y más, dejando en su alma un oscuro frío vacío.

—Sólo recuerda… lo que prometimos esta tarde. Y ya que mi voz te lastima… no diré nada más—. Y con esas palabras, se fue de la casa. Hestia la siguió lamentándose, pidiéndole con su actitud que no se fuera, pero Julia la ignoró y cerró la puerta con algo de fuerza.




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