Julia volvió a casa ya al anochecer.
Estaba agotada, y caminó arrastrando los pies hasta ver por fin su cama. Allegra la había convencido de pasar el día con ella, y en la tarde incluso hizo una larga siesta. Sólo hasta que los niños hicieron algo de ruido ella despertó, y se dio cuenta de que ya llevaba allí mucho rato.
—Puedes pasar la noche aquí —insistió Allegra, pero ella quería volver a casa. quería estar entre sus cosas, darse un baño, seguir durmiendo y no dejar que más personas vieran su cara de tragedia, los ojos hinchados de llorar.
Se desvistió lentamente, se metió a la ducha y permaneció bajo el agua tibia largo rato. Cada músculo le dolía, el alma entera estaba al borde del colapso, así que apenas si se puso unos pantis y se tiró a la cama.
Mañana todo estará mejor, se decía. Mañana yo seré más fuerte, y los problemas más pequeños…
En la madrugada, su teléfono timbró sacándola de su dulce descanso. Era del hospital; Bill había desaparecido.
Otra vez su cerebro se puso en modo alarma.
Por qué, se preguntó. ¿A dónde iría?
A casa, probablemente. La última vez que lo vio, no hizo sino quejarse de la desabrida comida del hospital y lo mucho que quería irse a casa.
Rápidamente, y sin reparar en qué se ponía, se vistió y salió de nuevo. Estaba oscuro, hacía un poco de fresco, pero se metió en su auto nuevo y condujo hasta la casa de Bill, pero no estaba allí.
Lo esperó hasta que amaneció, y Bill no volvió.
Luego fue hasta una comisaría de policía para denunciar su desaparición. Al ser un anciano enfermo tendrían cuidado, y Julia volvió a casa al darse cuenta de que se le había hecho tarde para ir a trabajar. Ya había faltado la mayor parte del día de ayer, su agenda había sido reacomodada, no podía volver a faltar, así que asistió al trabajo.
Brie otra vez la obligó a almorzar, y durante sus reuniones, Julia hizo todo lo humanamente posible para no pensar en lo que la preocupaba.
Y así pasaron los días.
Amanecía, y como podía, se levantaba e iba a trabajar. Al terminar la jornada, volvía a casa a seguir trabajando, para no pensar. Intentaba comunicarse con Bill, sin respuesta alguna, y se quedaba dormida en cualquier lugar de la casa sintiéndose infinitamente agotada.
Seguía sin noticias de Bill, sin un mensaje de Nicholas. Las semanas se alargaron de manera inexorable, y Julia se movía más por inercia que por voluntad, perdiendo cada día un poco más la esperanza, y ni siquiera era capaz de preguntarse qué estaba esperando.
Un viernes, simplemente, amaneció entumecida, con un dolor de espalda terrible por haberse dormido en el sofá con una mala postura.
Eso de “mañana seré más fuerte, y los problemas se harán más pequeños” no estaba convirtiéndose en realidad, pensó con cierta ira bajo la ducha, notando que apenas si podía doblar un poco la espalda, ni girarla.
Al contrario, cada día todo empeoraba para ella.
—Me dijiste que te llamara si acaso Julia abusaba del trabajo y no cuidaba su cuerpo —dijo Brie por teléfono a un Nick desconcertado—. Pues lo está haciendo. No está comiendo, y hoy apenas si puede andar por un espasmo muscular que obtuvo por dormir mal. Ven por ella y sácala de su infierno, o algo malo va a pasar—. Nicholas apretó los dientes.
Justo en ese momento, estaba subiendo hacia la azotea de un edificio en Nueva York para abordar un helicóptero. Tenía trabajo que hacer aquí, trabajo que había aplazado por estar concentrado en Bill Stanton, pero ahora que Duncan estaba echando una mano, podía retomar sus tareas.
Pero Julia estaba sola, recordó, y se le revolvió el estómago.
—Iré por ella en cuanto me sea posible —dijo—. Estoy fuera de la ciudad, por favor, cuídala por mí.
—Lo intentaré. Pero ya sabes lo terca que es.
En ese momento, Julia salió de la sala de juntas simulando una sonrisa mientras hablaba con un grupo de posibles clientes, muy importantes, pero en las líneas alrededor de los ojos se le notaba que estaba al borde del colapso.
Brie suspiró, tomó dos analgésicos y se los entregó junto a un vaso de agua.
—Gracias —le dijo Julia bebiéndolos.
—Descansa una hora —le pidió—. Tu próxima reunión será hasta entonces—. Julia meneó la cabeza negando.
—Tengo que estudiar el protocolo a seguir con ellos, precisamente, ya que… —Julia se apoyó en el marco de la puerta cuando un mareo le impidió ver claramente. Brie masculló algo, la llevó de vuelta a una silla y la obligó a sentarse.
—Te digo que te tomes una hora —ordenó con más contundencia—. O haré algo por lo que querrás despedirme—. Julia la miró fijamente, pero tuvo que recostarse en la silla, o vomitaría.
—Está bien —dijo sumisa, y Brie dejó salir el aire aliviada.
—Te traeré algo de comer, espera aquí—. No podía moverse, de todos modos, pensó Julia, y cerró los ojos por diez minutos.
Se quitó los tacones y pensó en nada mientras separaba los deditos y giraba los tobillos como una especie de automasaje.
Y otra vez la llamaron del hospital. Ya tenían los resultados de los estudios de Bill, debía ir por ellos y escuchar lo que el médico tenía que decir.