Ámame siempre

XXI

Nicholas miró a Julia, que caminaba delante de él hacia el parqueadero del hospital. Cuando la vio seguir de largo hacia su propio auto, la siguió.

—Yo te llevaré —dijo.

—No, gracias. Puedo conducir yo misma.

—Julia, esto no es necesario—. Ella sólo lo miró en silencio, y luego de desactivar la alarma del auto, abrió la puerta del conductor. Nicholas la tomó del brazo impidiéndole subir y la miró de frente—. Déjame conducir, al menos—. Julia meneó la cabeza.

—No quiero. No quiero estar un minuto más contigo—. Eso desconcertó a Nicholas.

—¿Por qué? —preguntó, y su inocencia molestó a Julia, que rio con sarcasmo.

—¿Te atreves a preguntar? La respuesta es simple: Ya me harté. Me harté de esperar, me harté de ser la única que ama.

—Eso no es cierto —respondió él de inmediato.

—Ah, ¿me amas, Nicholas?

—Sabes que sí.

—No, ya no sé nada —susurró ella con voz quebrada. Quería mostrarse fuerte, pero estaba siendo una empresa imposible—. Me prometiste que me mostrarías cómo se ama a una mujer… y en estas últimas semanas sólo me he sentido abandonada, rechazada, y culpada por algo que no hice. ¿Es así como amas a una mujer?

—Julia…

—Me prometiste que me amarías aun cuando las cosas fueran mal. ¿Qué otra promesa vas a romper? —Él intentó decir algo, pero ella no lo dejó, sino que elevó el tono de su voz para hacerse oír—. Ya no confío en ti, ya no me siento amada por ti. No quiero ser otra vez esa mujer tonta que espera y espera regando una semilla estéril.

—Julia, sabes que no es así.

—Entonces, contesta: ¿me amas?

—Sí, lo sabes. Te amo—. Julia tragó saliva.

—Entonces, ¿vas a quedarte conmigo olvidando todo lo demás? ¿Incluso tu venganza?

—¿Por qué tengo que olvidar todo lo demás?

—¡Porque destruye lo que tenemos!

—Sólo porque no quieres apoyarme, ni ponerte de mi lado.

—¡Siempre estaré de tu lado, estoy cansada de decírtelo! Y como estoy cansada, ¡esto se acabó! —exclamó ella alejándose de él. Nicholas volvió a impedirle que subiera al auto, pero ella forcejeó alejándose.

—No, no vas a dejarme.

—¿Quién te crees que eres para decidirlo?

—Estamos juntos, nos amamos.

—¡No estamos juntos! —gritó ella—. En este momento, y en todas estas semanas, no estuvimos juntos. ¡Por el contrario, nunca me he sentido tan separada de alguien! —Nicholas la miró fijamente. Que alguien como ella, que sabía de separaciones, dijera algo así, le dolió. —¡Si querías una mujer que te apoyara y siguiera ciegamente, te hubieras buscado otra! —volvió a gritar—. Tengo mi propio criterio, mi propio punto de vista. No voy a volver a ser la tonta que ama ciegamente, y sí, fue gracias a ti que aprendí a ponerme a mí misma en primer lugar; pues, mira, no dejaré que pases por encima de mí, lastimándome con tus acciones.

—No pretendo lastimarte, por el contrario, quiero protegerte.

—Estas últimas semanas no me he sentido protegida por ti —lloró Julia—. Al contrario… me he sentido tan abandonada, hecha a un lado… Así que, si esta es tu manera de amar, ¡no me interesa! ¡No quiero! ¡No lo necesito!

—¿Me estás terminando, Julia?

—Oh, ¿tanto te sorprende que la simplona de mí esté rechazando al millonario?

—¡No es eso lo que trato de decir, y lo sabes!

—Sí, ¡te estoy terminando! Fue un placer conocerte, pero prefiero alejarme de la gente que me hace daño.

—No puedes hacer esto.

—¿Que no puedo? ¿Para qué quieres que siga en una relación que fue bonita mientras las cosas fueron bien, pero al menor problema soy yo la que carga con las heridas y la culpa?

—¿Al menor problema? ¿Te parece que es poco lo que ha sucedido?

—¡Y cuál es mi culpa! —gritó ella otra vez—. ¿Qué hice yo? ¿Qué fue eso tan malo que hice que soy la que está cargando con las consecuencias? ¡Dímelo! —Nicholas la miró frunciendo su ceño, sabiendo que ella tenía razón. Era la menos culpable.

Se pasó las manos por el cabello, que era su gesto cuando algo lo desesperaba, y, aun así, a Julia le pareció tan guapo que tuvo que mirar a otro lado.

—Sólo necesito… tiempo —dijo él, y la miró suplicante—. No me dejes, sólo dame tiempo.

—¿Tiempo para qué? ¿Para determinar si soy culpable por haber recibido el amor de tu padre en vez de ti?

—Julia… tampoco ha sido fácil para mí. No me dejes en este momento que más te necesito.

—No me necesitas, Nick. Si me necesitaras, no me habrías alejado, al contrario, me habrías permitido estar allí para ayudarte a sanar, y para darte cuenta de que también yo… Pero no ha sido así —se interrumpió a sí misma, secando sus lágrimas con el antebrazo—, por el contrario, me has lastimado aún más. Ya me di cuenta de que no me valoras, soy yo la enamorada, soy yo la que espera inútilmente. Ya no más.

—¿Es… tu última palabra? —Julia dejó salir una risita. ¿Qué esperaba? ¿Que la abrazara y le dijera que estaba dispuesto a dejar todo con tal de no perderla a ella?




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