Ámame siempre

XXIII

—¿Qué haces aquí? —preguntó ella sin quitarle los ojos de encima.

Él parecía estar sufriendo un agudo dolor. Lo vio respirar hondo varias veces, y acercarse a ella despacio, como si temiera asustarla. Su expresión también era algo desconcertada, como si, a pesar de estar en su casa, no hubiese esperado verla.

Él había llorado, se dio cuenta, y Julia dio un paso atrás. Si estaba aquí, es que había usado su llave, y había visto lo que había hecho con las fotos de Bill. Miró hacia la cocina, pero desde aquí no pudo ver la caja sombrerera, pero seguro que también la había visto.

Todo indicaba que ya lo sabía todo. Había sido un accidente, además; vino aquí por una razón, pero se había topado con su desastre.

Tragó saliva y apretó la bolsa de la compra contra su pecho.

—Nicholas, qué haces aquí—. Él volvió a mirarla, notando que desde hacía mucho ella no había vuelto a llamarlo Nick.

La extrañaba, extrañaba su cariño, su dulzura. Esta parquedad era dolorosa.

—Lo siento —dijo él. Frunció el ceño tratando de controlar sus expresiones, pero estaba siendo en extremo difícil. Él, que nunca volvió a llorar, y juró no volver a ser vulnerable, estaba muerto de miedo frente a la mujer que amaba.

—¿Qué sientes?

—Admito… todos mis errores. Acepto… que te fallé. Falté a mi palabra, y te dejé sola… cuando más me necesitabas—. Hubo un tenso silencio entre los dos, en el que Julia lo miraba confundida, sorprendida, incrédula, y él luchaba contra la necesidad de gritar y derrumbarse.

—¿Por qué? —preguntó ella muy seria, y Nicholas volvió a mirarla a los ojos—. ¿Así, de repente, te diste cuenta? ¿Por qué? —él apretó los dientes y un músculo latió en su mejilla.

Antes que unas lágrimas volvieran a salir, Nick se dio la vuelta y las limpió. Respiró hondo de nuevo. Tenía que controlarse, esta conversación era vital.

Había estado en cientos de mesas de negociaciones. Había tratado con tipos duros que siempre intentaron sacar provecho, pero jamás estuvo tan nervioso, jamás su vida dependió tanto del resultado de una conversación.

Su vida estaba en las manos de Julia ahora mismo, se dio cuenta. Se dio la vuelta mirándola con un poco más de serenidad, al menos, en el exterior.

¿Así se había sentido ella cuando lo buscó una y otra vez recordándole cuánto lo amaba? ¿Así se había sentido ella luego de su silencio tras cada mensaje?

Ay, Dios.

Los había leído todos, la echó de menos cada vez. Pero también, pensó que necesitaba más tiempo. En esos días, él había sido un puercoespín que habría lastimado a cualquiera que intentara acercársele, y estaba completamente seguro de que frente a Julia haría y diría cosas de las que luego se arrepentiría, pero resultó que alejarse también la lastimó.

Y este era el resultado.

Ante las palabras de Julia, meneó la cabeza.

—Soy un tonto, ¿verdad? —dijo con una falsa sonrisa. —Pensé que estaba haciendo lo correcto. Pensé… que te estaba protegiendo, pero sólo pensé en mí mismo… y te dejé sola. Eso… no me lo puedo perdonar.

Ella apretó los dientes mirando a otro lado llena de rencor.

—Ya no importa. Hemos terminado.

—Julia… Lo siento. Lo siento…

—Vete de mi casa —dijo ella con voz grave. Nicholas abrió los ojos y la boca como si de repente lo empujaran por un abismo.

El miedo lo recorrió de la cabeza a los pies, dejándolo lívido, sin fuerza.

Ella, en cambio, seguía fuerte y decidida ante él, de una sola pieza.

—Julia…

—Te entregaré las llaves del auto y de la casa pronto. También estoy buscando empleo en otra ciudad.

—¿De qué estás…?

—Esta casa, el auto, la empresa… todo es tuyo. Te lo devuelvo.

—No. No. No hagas esto. ¿Irte de la ciudad? ¡No!

—Nada me ata a Detroit —insistió ella—. No tengo nada aquí, y quiero empezar en otro lugar.

—Me tienes a mí.

—No tengo nada —repitió ella—. Irme es lo mejor… por una vez, voy a ver por mí misma, voy a hacer lo que es mejor para mí.

—Si es por mí…

—Tú no eres la única tragedia que me ha ocurrido, Nicholas Richman. Sí, pensé que tú serías mi príncipe azul… pero estuve equivocada, ¿no es así? Sólo fue un sueño que duró pocas semanas.

—¡Julia!

—Sólo me queda decirte… gracias —sonrió Julia, pero sus ojos brillaban de lágrimas—. Pasé buenos momentos contigo. Además, aprendí una lección muy valiosa… Lo que no crece, lo que no avanza… debe ser descartado.

—Oh, Dios…

—Voy a ponerlo en práctica. Supongo que gracias a esto seré más fuerte—. Una lágrima rodó por su mejilla, pero Julia la limpió muy rápido—. No necesitas preocuparte por mí, soy más fuerte de lo que crees. Ahora —señaló hacia la puerta principal—, vete.

Nicholas miró la puerta, y por un momento le pareció que era algún hoyo negro que intentaba devorarlo, destruyendo todo a su paso.




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