Una vez en la habitación, Julia empezó a desnudar a Nicholas, que la miraba en silencio, con las manos totalmente quietas. Le sacó la camisa, y los ojos le brillaron cuando vio su pecho desnudo. Pasó las manos por los pectorales, acariciando suavemente las tetillas, y luego una de ellas viajó hacia el tatuaje, al que tocó como si se reencontrara con un viejo tesoro perdido.
Ella acercó el rostro y besó el hombro masculino, redondeado y firme, y llenó sus pulmones del perfume de Nicholas, de su aroma, de su tacto.
Tonto, quiso decirle. Me quitaste esto por semanas.
Bajó las manos y lo tocó por encima del pantalón, encontrándolo más o menos duro. Sonrió. Esto pintaba bien.
Desde la primera vez que estuvieron juntos, ella había aprendido casi cada cosa del sexo. Junto a él, exploraron posturas, ritmos, lugares, juegos… Cada vez era mejor, porque él la conocía más, sus gustos, sus puntos débiles, y del mismo modo, ella fue mejorando también sus técnicas.
Imaginaba perfectamente la expresión que tendría ahora, cómo se habrían aclarado sus ojos por el deseo, pero no lo comprobó, pues no quería mirarle la cara. Incluso, cuando él intentó besarla, ella lo esquivó.
Sintió una risita divertida.
—Esto no parece sexo de reconciliación —dijo él, lo que hizo que lo mirara al fin. —¿Qué es? ¿Sexo de venganza? ¿Sexo de odio? —ella frunció el ceño.
Pero no dijo nada, simplemente siguió en su tarea de desabrochar el cinturón y sacarle los pantalones. Cuando lo tuvo en ropa interior, lo empujó a la cama.
—¿No dijiste que estabas dispuesto a cualquier cosa? —preguntó ella elevando una ceja. —¿O es que ya piensas romper otra promesa? —él guardó silencio, y la observó sacarse la blusa y los pantalones, quedando en ropa interior, para luego ponerse encima de él a horcajadas.
Los ojos de Nick se oscurecieron un poco, ya no brillaban como segundos antes, pero no la rechazó.
—Está bien para mí —dijo en cambio—. Aceptaré el sexo que me des—. Eso hizo que Julia se detuviera en sus avances y lo mirara desde arriba—. ¿Qué pasa?
Ella guardó silencio por largo rato, y después, se bajó de él y caminó al baño. Se miró al espejo y miró su reflejo sintiendo deseos de llorar otra vez.
Si fuera al revés, si él le hiciera esto a ella, seguro que conseguiría motivos para reprocharle.
No quería esto. No quería ser así con él. Quería lo de antes, lo bonito que tenían, la risa, la ligereza, la pasión.
Sentía que habían dado un giro desviándose y no encontraba la manera de volver al camino original…
Él la encontró lavándose la cara con agua fría en el lavabo, y se recostó a la puerta de entrada del baño mirándola a través del reflejo.
—¿Dije algo que te disgustara?
—No. Sólo se me fueron las ganas.
—Yo puedo hacer que vuelvan—. Ella lo miró de reojo.
—Ya no quiero.
—¿Estás segura? —No. Ella no estaba segura de nada.
Como si lavarse la cara no hubiese sido suficiente, Julia se metió a la ducha. Más agua fría en todo su cuerpo tal vez la despejara un poco. Sólo quería llorar otra vez.
Con rapidez, se aplicó más shampoo del que debía, y empezó a frotarse el cuero cabelludo con energía, sabiendo que él seguía mirándola a través del cristal.
Cuando lo sintió a su espalda, se sorprendió. No esperó que él la siguiera hasta la ducha, pero él estaba maldiciendo por el agua fría.
Eso le hizo sonreír. Nick odiaba el agua fría, pero ya estaban más en verano que en primavera, así que esto no tenía sentido.
—Qué flojo eres—se burló ella graduando la temperatura hasta que quedara templada.
—No sabes lo que el agua fría les hace a las partes de un hombre —ella miró hacia abajo, el miembro de él estaba a media asta, apuntando hacia ella.
Su rostro se calentó.
Le dio la espalda y se concentró en aclararse el shampoo y aplicarse jabón, pero las manos de él no tardaron en recorrerla.
Ah, esas manos, paseándose por su espalda y bajando hasta sus nalgas.
—Detente —dijo, pero su voz sonó impregnada de deseo, contradiciendo totalmente a sus palabras.
—Sólo te estoy lavando —se excusó él.
Mentiroso, pensó ella, no la estaba lavando. Estaba aprovechando lo resbaladizo del jabón para despertar sus deseos, que ya estaban empezando a vibrar en ella.
Las manos de él hicieron espuma en sus senos, rodeando expertamente sus pezones, al tiempo que la atraía para que con sus nalgas sintiera lo duro que se estaba poniendo.
—Me quedaré callado si quieres —siguió Nicholas—. Haré todo lo que me digas.
Mentiroso, volvió a pensar ella. No estaba haciendo nada de lo que ella decía, al contrario, estaba yendo a su bola, haciendo lo que quería con ella, otra vez.
Pero, pobre de ella, estaba encantada con la nueva situación.
Las manos de él la estaban adorando, otra vez haciéndola sentir preciosa, hermosa, y una de ellas fue bajando hacia su centro, y se quedó allí, acariciando cada pliegue, buscando la entrada y rozándola, y ella gimió, porque se sentía divino, porque lo había estado necesitando como un adicto a su droga.