Brie vio a Nicholas llegar a las oficinas de WAI y sonrió ampliamente llena de alivio y felicidad. Si bien nadie le había confirmado que su jefa y él habían terminado, las semanas pasadas fueron tan horribles y pesadas, donde constantemente vio a Julia bajo estrés y hasta un poquito amargada, que le hicieron deducir que efectivamente eso era lo que había sucedido.
Esta mañana ella había llegado un poco pasada la hora, pero diferente, con una amplia sonrisa y ojos luminosos. Ya no parecía que le estuviera persiguiendo una catástrofe.
Nicholas la saludó con esa sonrisa divina que tenía, y luego de que ella le indicara, entró al despacho de Julia.
Miró su reloj. Hoy había hecho horas extras junto a Julia, pero que él viniera significaba que podía irse a casa, así que, casi canturreando, tomó sus cosas disponiéndose a salir.
Al interior del despacho, Julia ponía sobre una pila otro papel revisado y aprobado. Había acumulado bastante trabajo, y a pesar de que no había dejado de ir un solo día, no había sido tan productiva.
Escuchó un golpe de nudillos en la puerta y levantó la vista, sólo para encontrarse a Nicholas, que la miraba entre divertido y coqueto.
—¿Hasta qué horas piensas estar aquí? —dijo acercándosele. Julia no dijo nada, sólo contuvo la respiración por la grata sorpresa, dejó la silla y caminó a él con paso acelerado.
Este era el mejor cierre de día que podía tener una mujer. Tomó su rostro y lo besó.
Nicholas rio quedamente abrazándola y regresándole el beso.
—¿Vas a seguir trabajando?
—Ya no —contestó ella con una sonrisa encantada. Él se inclinó y le besó el cuello, y Julia suspiró feliz.
—Vine para llevarte a cenar.
¿A cenar?, se preguntó ella. Lo que quería era ir a casa, y hacerlo hasta el amanecer. Lo miró con las palabras en la boca, pero a tiempo se arrepintió. Él parecía entusiasmado con la idea, y aunque eso acortaría el tiempo a solas, no se iba a oponer a que su novio la llevara a un buen restaurante un lunes por la noche sin más motivo que porque quería.
—Me parece perfecto —contestó, y sólo se separó de él para ponerle un poco de orden a su escritorio, guardar algunos documentos importantes, tomar sus cosas y salir.
Como siempre, él la llevó a un buen sitio, hablaron mucho, se contaron cosas que habían sucedido en su ausencia, e inevitablemente la conversación derivó a lo que estaba sucediendo en la familia. Nicholas le explicaba que Worrell, el esposo de Kathleen, había vuelto de su viaje, y luego de enfadarse porque no le contaron nada, convino en ponerle un guardaespaldas.
Julia escuchaba todo sintiendo aún que hablaban de alguien más, no de Bill. Nada de esto parecía tener algo que ver con el anciano afable, débil y cariñoso que toda la vida conoció. Sin embargo, ella misma había visto su transformación aquella noche. No podía seguir mintiéndose.
Luego de la cena, él la llevó a su casa, y una vez allí, fue ella la que lo arrastró al interior, y a la cama.
—No pensaste que te escaparías, ¿verdad? —preguntó ella sacándole la ropa, mirándolo con hambre. Nicholas volvió a reír, dejándose desnudar, al tiempo que empezaba a quitarle la ropa también.
—Ni por un momento.
—Bien, bien. Porque tienes conmigo una deuda de varias semanas y pienso cobrármelas todas, más un bono extra—. Nicholas elevó sus cejas. Si hubiese sabido que pensaban cobrarle con intereses, se habría puesto en la tarea desde que entró a su oficina.
Pero bueno, pensó. Manos a la obra.
Terminaron de desnudarse y por fin se metieron a la cama. Nicholas prefirió seguir el ritmo que ella imponía en esta ocasión, y era: prisa. Ella quería todo ya.
Cuando la llevó a su primer orgasmo de la noche, ella no desaceleró el ritmo, sino que rápido se repuso en búsqueda del siguiente.
Esta era Julia. No paraba, era capaz de pasar horas enteras haciendo el amor; no era de las que luego de llegar, se olvidaba de él. Sus sesiones con ella por lo general eran maratónicas, y a él le encantaba.
Cuando por fin se permitió tener su propio orgasmo, se metieron a la ducha, y allí, mientras el uno enjabonaba al otro, siguieron contándose chismes. Cosas de la empresa, cosas de la familia, y allí, Nicholas se enteró de que en un par de semanas sería la boda de Pamela, a la que obviamente estaban invitados.
—Pero esta vez están actuando extraño —le contaba ella secándose con la toalla, volviendo a la cama—. Pamela no parece urgida por mi presencia, como la vez pasada. Para su compromiso, hasta me amenazó para que fuera, como si fuera a ser expulsada de la familia si acaso no lo hacía. Ahora es como: si quieres, ven, sólo ten la delicadeza de confirmar.
—¿Irás? —Julia hizo una mueca.
—No lo sé.
—No quieres—. Ella se encogió de hombros—. No lo veas como una reunión familiar, sino una de trabajo. Amplía tus contactos y tu red de conocidos cercanos. Sus maneras no serán agradables, pero sus billeteras sí —Julia lo miró horrorizada, pero sonriendo.
—¿Pensando así fue como te hiciste rico? —Nicholas se echó a reír dejando la toalla a un lado.