Ámame siempre

XXVIII

Tal como dijo Nicholas, James pasó por Julia a la hora de salida, la llevó a un restaurante donde la esperaba Allegra con los niños, y también Kathleen y Worrell, en un reservado.

Al verla, las dos mujeres se pusieron en pie para abrazarla, felices de verla. La madre de Nicholas se mostró verdaderamente preocupada por ella, y le preguntó acerca de su salud y demás. En su rostro se estaban notando los estragos de las últimas semanas, pensó preocupada, tocándose la piel del rostro. Llorar, trasnochar y preocuparse en exceso tenía su cuota contra la belleza.

Sin embargo, sonrió. Estaba poco acostumbrada a que le preguntaran con detalle por su salud, y esta preocupación que las dos mujeres mostraban, era auténtica. Y, aunque había compartido más bien poco con los hijos de Duncan y Allegra, estos la saludaron con cariño, llamándola tía Julia, lo que apretujó su corazón.

—Duncan y Nicholas se nos unirán en el aeropuerto —le informó Allegra invitándola a sentarse.

—¿En el aeropuerto? —preguntó sorprendida. Había imaginado que un fin de semana fuera sería en las inmediaciones de la ciudad, pero nada era a medias tintas con los Richman.

—Oh, ¿Nick no te lo dijo? Iremos a Miami, donde tenemos atracado el Nalla—. Como Julia la miró confundida, Allegra meneó la cabeza y procedió a explicarle que el Nalla era el yate de la familia.

Justo cuando empezaba a preocuparse por su equipaje, Allegra le informó que ya habían enviado personal de confianza a su casa para tomar lo necesario. Su equipaje seguramente ya estaba en camino junto con el de ellos.

Claro, claro. A veces se olvidaba de esas minucias, como que los verdaderamente ricos jamás hacían maletas, ni cargaban con ellas en el aeropuerto, pensó un poco avergonzada.

Cenaron, y Julia se quedó con la sensación de que Kathleen tenía algo que decirle, pero tan pronto como se levantaron de la mesa, se encaminaron en los autos al aeropuerto.

Allí los esperaban Nicholas y Duncan, y cada uno saludó a su mujer con un abrazo y un beso. Duncan, además, alzó a su pequeña hija haciéndole mimos, y Julia se emocionó al ver a Hestia, que le batía la cola contenta de verla.

Julia miraba a Nicholas con una sonrisa velada. Él la miró interrogante, y ella se limitó a abrazarlo y suspirar. Era increíble la sensación de bienestar que tenía sólo por verlo, por estar a su lado.

Casi deseaba subirse a su cintura y quedarse un buen rato así.

—Bien hecho —dijo ella en un susurro—. Lo de esta tarde… fue una buena jugada—. Él sonrió.

—Una jugada que tiene sus riesgos, y por eso estamos huyendo.

—Pasear en un yate por el mar caribe —suspiró ella—. Quisiera huir todos los fines de semana—. Él se echó a reír.

Pronto les anunciaron que ya podían abordar el avión, y en poco tiempo, estuvieron en la cálida Miami.

Fueron llevados de inmediato a los muelles, y allí abordaron el Nalla.

Nicholas se lo enseñó y Julia quedó admirada. Era un auténtico lujo, con tantas habitaciones como una casa, y, notó, los niños de inmediato se instalaron. Obviamente conocían este barco tan bien como su propia casa.

Parecía que los Richman en general no habían estado enterados de la separación entre Nicholas y ella. Si lo sabían, estaban disimulando muy bien. Sin embargo, no se sintió incómodo en ningún momento.

Luego de unos cuantos protocolos, Duncan puso en marcha el yate, y pocos minutos después estuvieron disfrutando de la quietud y la belleza de la noche estrellada en altamar.

Estar aquí era hermoso, pensó Julia caminando por la cubierta y recostándose a una de las barandas. Lejos de todos los problemas, y del ruido de la ciudad.

Había ruido ahora, pero eran los niños celebrando, jugando con su padre y su tío, bajo la vigilancia de su madre y los ladridos emocionados de Hestia.

Sintió unos pasos tras ella y sonrió al pensar que era Nicholas, pero se encontró a Kathleen que la miraba de hito en hito.

No pudo evitar sentirse algo nerviosa.

—Hay algo que quiero decirte —dijo Kathleen recostándose en la baranda a su lado. Miró hacia el negro horizonte y suspiró—. Quería pedirte perdón.

—¿Perdón? ¿Por qué? —Kathleen no respondió de inmediato—. Usted no me ha hecho nada malo.

—Oh, recuerda que hace un tiempo te pregunté si acaso tenías un ex loco que quisiera hacerte daño a ti o a mi hijo… y resultó que el ex loco era el mío—. Julia elevó las cejas sin pensando en lo irónico que era aquello.

—Es cierto.

—No sólo se entrometió en tu relación con mi hijo sino… Dios, ni siquiera alcanzo a imaginar todo lo que te hizo mientras crecías.

—Él… me trató bien —contestó Julia algo vacilante. Todo tenía un propósito egoísta, y fue bastante maquiavélico de su parte, pero… Digamos que los daños pudieron pararse a tiempo.

—¿Fue un buen padrastro?

—Mejor de lo que imaginaría cualquiera de ustedes —contestó Julia con tristeza—. Fue un padre para mí. Su amor era falso, y era para crear en mí la persona perfecta para que lo cuidara en su vejez… Una inversión a largo plazo que salió tal como quería por un tiempo, pero que se le torció a última hora. Pero yo le creía, y recibí todo su cuidado con agradecimiento. No perdí tanto. De todos modos… —añadió con una sonrisa— no tenía nada antes—. Kathleen hizo una mueca un poco triste.




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