Bill limpiaba un arma muy concentrado en su tarea, sentado en una de las sucias mesas de un bar de mala muerte. Alrededor, Jeff caminaba de un lado a otro emocionado. Las cosas habían salido muy bien, mejor que bien.
Habían contratado a Dewey para la difícil misión de provocar un tiroteo en una gala de millonarios, donde estaría la prensa y sería inevitable que se divulgara la noticia de que un Richman había sido herido.
La idea era que la noticia estallara otra vez en los medios y volviera a afectar sus negocios; le habían pagado al sujeto una buena cantidad de dinero para que no fallara por ningún motivo, y al parecer, habían tenido suerte.
Dewey había sido el mejor en su época, pero el crack lo había hecho un poco irascible, sin embargo, luego de la mitad del dinero, y la promesa de tener provisiones gratis por un buen tiempo, prometió traer resultados.
Según sus informantes, habían intentado detenerlo, pero se puso agresivo y la policía tuvo que abatirlo, y eso lo tenía feliz. Oh, no sólo no tendría que pagarle la otra mitad y su mercancía estaba a salvo, sino que ahora no había a quién interrogar para saber por qué había hecho esto, y si alguien lo había mandado. Cuando hurgaran en su vida, sólo encontrarían drogas, basura, soledad, y múltiples porquerías. Nada los vincularía, era lo mejor de todo.
Y Nicholas estaba grave en un hospital.
Habría sido mejor escuchar que definitivamente estaba muerto, pero no era tan malo.
—Vete —dijo Bill sin mirar a nadie específicamente, y Jeff se giró para mirarlo interrogante—. Estoy esperando a alguien, así que vete—. Jeff soltó una risita confundida. Este era su negocio, ¿por qué tendría que irse él?
Pero no se atrevió a discutirle.
En silencio, recogió su teléfono, y sacó de su bolsillo la cajetilla de cigarros y el encendedor, mirando al anciano con algo de rencor.
Bill sonrió levemente al quedar solo. Si Julia estaba dispuesta a hablar con él seguro era para pedirle que dejara en paz a su novio, pero no había nada que hacer.
Era consciente de que, con esta última acción, había quemado todos los puentes con Julia, la había perdido para siempre, pero tal vez… tal vez no fuera así del todo.
Ah, tenía que dejar de hacerse ilusiones. Si acaso ella sospechaba que había sido él quien ordenara el tiroteo, jamás volvería a pasarle un centavo, ni a cuidarlo, aunque fuera un minuto. Jamás, pero ella estaba en camino, y si no era para suplicarle, no imaginaba para qué otra cosa.
Minutos después, ella llegó. No en su auto, sino en taxi, y le sorprendió que encontrara uno que se atreviera a llegar hasta este punto. El hombre apenas miró lo desolado del sitio, pisó el acelerador. Él la observó a través del sucio cristal de la ventana, y le pareció que ella no venía con una actitud suplicante o de miedo, sino muy segura.
Eso se le quitaría de inmediato.
La vio atravesar la puerta de entrada y se quedó en el umbral, mirándolo muy seria. Bill, desde su silla, y dejando el arma sobre la mesa, le sonrió. Ella echó un vistazo al arma y luego a él.
—Por fin estás aquí —dijo Bill poniéndose en pie y caminando a paso lento hacia ella—. Pensé que nunca volvería a verte.
—Yo pensé lo mismo —contestó Julia muy seria. Sus ojos brillaban por diferentes emociones, notó él. Todas negativas.
—A pesar de lo que crees, yo no tengo nada que ver con lo que sucedió esta noche —dijo él, mintiendo descaradamente—. Lo juro.
—¿Lo juras?
—Por lo que más quiero. Por ti —Julia lo miró entrecerrando los ojos.
—Tú no quieres a nadie, Bill —dijo ella con voz sibilante—. Jamás has querido a nadie más que no seas tú mismo. Ni siquiera a tus hijos… ¿Y me juras que soy lo que más quieres? No intentes de nuevo verme la cara de estúpida—. Bill guardó silencio por un momento, luego del cual, dejó salir el aire resignado. Se encogió de hombros y le dio la espalda volviendo a la mesa.
—¿Qué quieres? ¿A qué has venido?
—Esto que acabas de hacer no te lo perdonaré jamás.
—Sí, ya veo. Aunque no hice nada. De todos modos… estaba preparado… para tu repudio.
—Eso parece —dijo ella mirando alrededor con asco—. ¿Es aquí donde recibirás tu nuevo tratamiento de quimioterapia? —preguntó con una sonrisa torcida, y Bill la miró elevando una ceja—. ¿Son los sujetos de afuera los que te cuidarán cuando las náuseas, el dolor y el asco te hagan depender de otros?
—No sé de qué hablas.
—¿Nunca te lo dije? —preguntó Julia con la misma sonrisa odiosa de antes—. El cáncer volvió. Esta vez… vas a morir—. Bill guardó silencio mirándola fijamente.
No sabía eso. Luego de aquellos estudios, él había huido del hospital, y luego, Julia no le notificó nada. Supuso que si ella guardaba silencio era porque, o bien los resultados habían salido negativos, o porque aún no se los habían entregado. Pero ahora resultaba que ella siempre lo supo.
—Maldita —susurró. Nunca se había sentido tan traicionado por alguien.
—Me pregunto qué clase de castigo te estará esperando en el infierno —siguió Julia entre dientes, destilando odio y veneno—. Pero espero que sea uno muy cruel. Un hombre sin el más mínimo sentido de moral como tú… no merece vivir. Sólo vine a decirte eso—. Julia dio la media vuelta, cuidando de tener una buena distancia entre ella y Bill. Pero cuando al fin alcanzaba la puerta, Bill se apresuró hacia ella, y con el reverso de su arma le pegó en la cabeza.