Ámame siempre

XXXI

En cuanto Nicholas se enteró de que ya Julia había sido ingresada en el hospital, le entró la desesperación. Tuvieron que repetirle incontables veces que, por el bien de ella, era mejor que se mantuviera aislada por un tiempo.

Debido a la herida abierta, y el ambiente en el que había sido encontrada, el riesgo de infección pasó de ser una posibilidad a una certeza, por lo que nadie podía verla en ese momento. Julia estaba luchando por su vida.

Si tan sólo pudiera ayudarla en eso, pensaba Nicholas deseando matar a alguien. A Bill, más concretamente. Lástima que hubiese muerto.

—Según el forense, fue un infarto —le informó Duncan esa noche, luego de haber descansado un buen rato, y de vuelta al ruedo encargándose más o menos de todo. Nicholas seguía en cama, sin poder sentarse siquiera, recibiendo suero intravenoso, aunque ya no sangre. Seguía débil, se mareaba constantemente, pero ya empezaba a verse de mejor semblante—. Si no hubiera sido eso, lo habría matado el cáncer, que volvió más agresivo. Tenía los días contados de todos modos.

—Sólo me molesta no haber estado ahí mientras lo veía morir. Julia… estuvo sola con él todo ese tiempo. No puedo imaginar lo que pasó. Maldito. Quisiera…

—Creo que su muerte tuvo mucha justicia poética —dijo Aidan, metiendo la cucharada en la conversación de los dos hermanos, y Nicholas lo miró interrogante. Ya que sabía toda la historia de Bill, Julia y los hermanos Richman, podía llegar a conclusiones muy acertadas. —Murió en un lugar horrible, y, seguramente, siendo despreciado por la persona que más le importaba.

—Julia no le importaba.

—No de la manera buena —insistió Aidan—. De esa manera bonita, pero sí que le importaba. Quería que ella lo cuidara en su vejez, y al final… —enseñó las palmas de las manos como si lo que seguía fuera tan obvio que no necesitaba ponerse en palabras.

—Aun así…

—Es igual. Murió —concluyó Duncan—. Nunca más será un problema para nosotros. Podremos dormir tranquilos de ahora en más… Que su muerte no haya estado en nuestras manos no le quita la gravedad. Fue un castigo, divino, o humano, pero fue un castigo. No creo que en sus últimos momentos se hubiese arrepentido, pero al menos, espero que haya odiado que fuera de esa manera—. Nicholas tragó saliva mirando a otro lado, pensando en eso.

Seguramente. Ese lugar había sido su sitio de trabajo durante veinte años. Los abandonó porque lo odiaba, porque no quería morir allí, y al final, él mismo buscó su muerte en ese lugar.

Qué irónico, pensó.

Cuando le informaron a Kathleen de la muerte de Bill, esta simplemente dejó salir el aire y meneó la cabeza. Ese fue todo su lamento. Los gemelos tomaron un vuelo hacia Detroit, pero porque estaban preocupados por su hermano. Hicieron bastante ruido, pero también fueron de utilidad, sobre todo cuando Kathleen y Allegra ya se sentían agotadas y con necesidad de refuerzos.

El par de jóvenes ni siquiera preguntó qué había pasado con el anciano y cómo había sido su muerte. Sinceramente, les daba igual.

Duncan, simplemente, suspiraba aliviado de que esa gran amenaza hubiese desaparecido para siempre.

Sonrió de medio lado cuando se dio cuenta de que, por fin, también a él le traía sin cuidado. Si hubiese sido el Nicholas de hacía sólo unas semanas, tal vez se habría entristecido por todos los momentos perdidos y esas sensiblerías. Ya había comprendido que no podía ser un hijo si él no quería ser un padre. No podía seguir esperando por alguien que sólo quería ver su destrucción, y, sobre todo, no podía darle siquiera el beneficio de la duda cuando puso en peligro la vida de su mujer y la suya misma.

Bill se había muerto para él desde hacía mucho tiempo. Lo enterró cuando vio que también Julia fue su víctima. Después de eso, no lo impulsó el deseo de venganza, sino de protegerla a ella.

Ese deseo de aprobación por parte de su padre, el sentimiento de abandono, y todos esos traumas, se esfumaron cuando se dio cuenta de que nunca fue un padre, y nunca valió la pena esperarlo, ni buscarlo.

Margie casi sufre un colapso cuando le contaron lo ocurrido. Lo primero que pensó fue una mezcla de miedo e ira por su amiga, miedo por la vida de ella, ira porque ese anciano finalmente se había vuelto loco, y dejó su tienda en manos de sus empleadas, y todas sus ocupaciones, para ir a cuidarla al hospital. Julia no tenía familia, pero la tenía a ella.

—Necesito tu ayuda —le dijo Allegra, y aquello la asombró. Nunca había tratado con esta mujer, tan fina, tan hermosa, pero por ser amiga de Julia parecía que automáticamente era amiga de ella.

—Claro, lo que necesites —dijo poniéndose en pie. Había estado ya un par de horas al pie de la habitación de Julia. No podía entrar y estar a su lado, pero desde aquí vigilaba su estado.

—Quiero ir con la familia de Julia y avisarles lo que ha ocurrido—. Margie trató de disimular una mueca, pero ese no era su fuerte—. Sé que no se llevan bien con ella, que la relación es…

—Imposible —concluyó Margie—. Nefasta.

—Pero son su familia, y deben saber. No tengo sus números, y creo…

—Tampoco yo. Habrá que buscar al padre de Julia en su trabajo. Una vez la acompañé allí, así que sé dónde queda—. Allegra asintió, y luego de avisar lo que haría y dónde estaría, salió con Margie.




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