Ámame siempre

XXXII

Nick fue dado de alta poco después que Julia, y también fue llevado a la casa de Duncan.

En cuanto se había asegurado de que su amigo estaba bien, Aidan volvió a casa; eso sí, dejándoles encargado que lo llamaran en cuanto lo necesitaran. Julia aprovechó para pedirle a Margie que lo acompañara al aeropuerto, ya que ella no podía, y Margie, feliz, feliz, hizo el favor.

También los gemelos retomaron su vida, sobre todo, porque ya habían faltado unos días a su estudio de campo en Singapur, y Duncan prácticamente tuvo que darles una patada en el trasero para que se fueran; ellos querían seguir al pie de la cama de su hermano hasta que estuviera completamente recuperado.

—Esto tomará semanas, y ustedes tienen obligaciones —les había dicho Nicholas, que también estaba que los pateaba—. No me recuperaré como se debe si por mi culpa mis hermanos se atrasan en sus proyectos.

Resignados, los gemelos se fueron.

Dado que la visita de Edmund Haggerty era algo frecuente en esta casa, Julia poco a poco fue haciéndose amiga de este anciano sumamente quisquilloso. Aunque en el pasado él la había “aprobado”, había sido, según él, sólo por ser bonita y de contestaciones rápidas.

—No va a llegar al senado —dijo Julia acerca de su padre un domingo que tomaban un té refrescante en el patio de la casa de Allegra. Hacía calor, el sol brillaba, los gemelos jugaban con los juguetes que les había traído el abuelo Edmund bajo la mirada atenta de Edna.

—Estás muy segura —comentó Edmund mirándola de soslayo.

—Porque yo me haré cargo de eso. Le infringiré un castigo a mi querido padre, y será hacerlo perder estas elecciones. Si no me va a respetar por ser su hija, haré que me respete por otras razones—. Edmundo abrió grandes sus arrugados ojos, y miró a Nicholas, que escuchaba la conversación en silencio, lleno de sorpresa.

—Esta hembra es brava —dijo—. ¿Y cómo harás eso? Puedo ayudarte, ¿sabes? Soy muy rico. Asquerosamente rico. Pídeme ayuda, ¡pídeme ayuda! —Julia se echó a reír.

—Tal vez sí te la pida—. Edmund aplaudió.

—Mi vejez ha valido la pena —dijo mirando a Allegra lleno de orgullo—. Hija, adoptaré a esta chica.

—Adelante —dijo Allegra con un suspiro. A veces era abrumador ser la única hija adoptiva de este anciano. Repartir la atención estaba bien.

Casualmente, esa noche Julia recibió un mensaje de Pamela. Acababa de volver de su luna de miel, al parecer, y lo primero que hacía era reprocharle el haberla dejada plantada en su boda, haberle hecho perder un plato de comida y contestar a preguntas incómodas, pero, sobre todo, la corroía que ella hubiera asistido a otra fiesta en la misma fecha, menospreciando así la suya.

Julia escuchó todos los mensajes de voz de Pamela con una sonrisa. En cada audio ella parecía más indignada, y Julia casi podía imaginar una vena brotada en su pálida garganta.

Le estaba bien empleado.

—Qué temeraria es tu hermana al tirarle piedras a tu tejado —comentó Nicholas, que también había escuchado los audios desde la cama. Julia lo miró a través del espejo del tocador sonriendo de medio lado.

—Ella cree que no habrá consecuencias, como siempre —le contestó. Inspiró aire fuerte mente y lo soltó en un suspiro—. Tendrán que aprender esa lección, así tal vez me dejen en paz.

—¿Y si no lo hacen? —Julia se encogió de hombros.

—Tendré que hacerlo divertido para mí, así no importará si la lección se extiende—. Nicholas sonrió y ladeó la cabeza mirándola interrogante.

—Tengo miedo de preguntar qué tienes pensado.

—Ah, si necesito de tu ayuda, te la pediré; no te preocupes por eso—. Nicholas siguió mirándola mientras ella se preparaba para meterse a la cama. Terminaba su rutina de cuidado de la piel, y revisaba por última vez la herida en su cuero cabelludo.

Había tenido que estilizar su cabello de manera que se disimulara, y todavía tomaba medicamentos.

—¿Te duele la cabeza? —le preguntó él, y Julia lo miró atenta.

El médico le había dicho que los dolores de cabeza se harían infrecuentes conforme pasara el tiempo, y eso le alegraba. Quería volver al trabajo y a su vida normal.

—No —contestó, y paseó su mirada por el torso desnudo de Nicholas.

¿Se podría?, se preguntó. Ah, tenía ganas de él, quería volver a estar con él, como antes.

¿Se podría?

Pensando en eso, se levantó y caminó hacia él con una mirada muy concentrada, y Nicholas elevó las cejas. Casi podía leerle los pensamientos.

Con una sonrisa, acomodó la almohada bajo su cabeza y la miró con ojos encendidos de deseo.

—Creo que va a tener que ser suave y despacio, pero sí se puede —Julia lo miró sorprendida, y luego se echó a reír.

—Me encanta que sepas lo que quiero.

—Estoy hecho sólo para complacerte.

—Entonces, ve desnudándote —Nicholas, sonriente, pero obediente, se fue sacando el pantalón pijama. Julia lo ayudó con el bóxer, y Nicholas estuvo totalmente desnudo ante sus ojos.

Conocía ese cuerpo centímetro a centímetro; había besado, lamido y hasta mordido cada rincón, y, aun así, todavía lo encontraba hermoso, perfecto, y sorprendente.




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