– ¿Me pone pollo en crema, un chile relleno y de tomar un refresco de naranja, por favor? – pedí en la cafetería. Poco después me recargué en la barra para esperar a que la comida estuviera lista.
Estaba en último semestre de la carrera de arqueólogo en la universidad de investigación histórica de Quito, Perú. La cafetería estaba a reventar y no se veía ninguna mesa disponible para comer el desayuno, me quedaba media hora para mi próxima clase, cabe decir que era necesario alimentarme bien.
Observé detenidamente si de casualidad encontraba alguien que conociese pero un funcionó. Volví a fijar la vista de nuevo varias veces y en unos de los recorridos la vi, estaba sentada sola en la mesa de la esquina, llevaba un falda a cuadros, una camiseta blanca y su chaqueta era de color amarillo combinado con café que pertenecen al uniforme de baloncesto de la escuela. Tome el platillo y caminé en su dirección.
– ¿Te puedo acompañar? – eso sonó bastante extraño, me di cuenta de mi error por cómo me miraba – digo, si me dejas tomar asiento, no hay ningún lugar disponible.
Apartó su mirada y asintió sin protestar ni decir palabra alguna. Comencé a devorar mi desayuno sin prestar mucha atención. De pronto sentí que me miraba, y levanté la vista en su dirección, ni siquiera se inmutó y pude observar sus ojos color marrón, se le dibujo una leve sonrisa y habló.
–Oye disculpa mis modales, tu eres Raymond, ¿cierto? – Hice un gesto afirmativo con la cabeza, no entendía de donde me conocía – lo recuerdo por la fiesta de bienvenida del año pasado, en serio se te pasaron las copas, te convertiste en la persona más conocida en el semestre.
Me llené de vergüenza al escuchar que me recordaba por ese embarazoso momento. Esa vez fui con unos amigos y no medí muy bien la cantidad de alcohol que tomamos, no recuerdo nada de esa noche. Solo lapsos sin sentido, por ejemplo, que bailaba con una chica, después estaba sin camisa bailando por encima de las mesas, y de ahí existe un salto del tiempo que no recuerdo hasta el día siguiente que desperté en el patio de una casa completamente desconocida.
Le sonrío un poco apenado, y tragué la comida que masticaba en el momento.
–Si te soy sincero, no recuerdo muchas cosas que hice esa noche. Estaba demasiado ebrio para estar en mis cinco sentidos – ella me miraba esperando una respuesta– por cierto, ¿Cuál es tu nombre?
– ¿Acaso eso importa? – contestó mientras se levantaba de la mesa.