Los siguientes dos meses fueron maravillosos, la compañía de Jesús me trajo nueva esperanza y ganas de vivir. Pero nada es para siempre supongo, Jesús se volvió muy descuidado, comenzó a dejarme plantada, en ocasiones falte a mi trabajo para salir de noche a divertirnos pero no llegaba, me llenaba de coraje y me iba a un bar cualquiera a tomar hasta altas horas de la noche. Cuando ya estaba satisfecha salía y regresaba a la casa que rentaba, me había mudado de la casa de mi amiga para estar más cómoda.
Al pensar en su recuerdo, evocó la noche que planeé desde tiempo atrás como inolvidable, lo había invitado a una fiesta súper exclusiva donde darían un concierto unos de mis cantantes favoritos y quería compartir esa noche con Jesús. Como era costumbre jamás llegó y para culminar su teléfono mandaba a buzón, estaba devastada y eso significó la ruptura de la relación para nosotros, decidí que iría sola a la fiesta. En cuanto decidí esto tomé mi teléfono y lo lancé con toda mi fuerza cayó a varios metros dentro de la calle, paré un taxi y me encamine a la fiesta, pero a medio camino me arrepentí y le pedí que me llevara a un cervecería cercana. Entré inmediatamente, pedí una cerveza y casi al momento pedí otra; finalmente ordené una botella de aguardiente para seguir bebiendo hasta olvidarlo. De pronto un extraño se acercó y me invito a bailar, acepté y bailamos un rato. Con el tiempo se acercó al oído y susurro.
– Necesitamos un lugar más privado – pegándose a mí.
No dije nada, solo fui a la mesa para recoger mis cosas y nos fuimos en su coche. Se paró enfrente de un hotel, nos bajamos y lo seguí hasta la habitación número 17, el lugar donde la relación que tenía con Jesús terminó.