El banquete resulto una experiencia divertida para todos. Los nativos tocaron música, cantaron y bailaron mientras la pareja de Emperadores disfrutaba del improvisado espectáculo. Amanda fue muy bien recibida debido a su bondad y sencillez y se deleito con la comida ofrecida, aunque Federico apenas probo bocado. Luego de haber pasado todo el día al aire libre se retiro a la cabaña acompañada por un grupo de niños que le contaban sus divertidas anécdotas. Al atardecer, decidió que se recostaría en la habitación para descansar sus heridas, que por cierto sanaban a un ritmo asombroso. Los ungüentos de Ñire habían sido altamente efectivos por lo que ya podía caminar con muy poco malestar. Federico sintió que la tensión volvía a instalarse entre ellos, su expresión denotaba nerviosismo y ansiedad por lo que bebió desesperadamente el contenido del botellón que se encontraba escondido en la alacena. Sus fuerzas se renovaron y la sed agobiante fue saciada, consecuentemente pensó que quizás podría compartir una última conversación con su esposa, antes de dormir. Se pego una ducha rápida con agua fría y se cambio de ropa.
Amanda observo a su esposo mientras ingresaba en el dormitorio. Su larga cabellera oscura y mojada le daba un aire sexy y travieso, a la vez que sus ojos azules parecía devorarla con un fuego abrasador. Ella no sabía que expresar para iniciar la charla por lo que lo primero que se le ocurrió decir fue:
_ ¿Donde vas a dormir?
El espero unos segundos antes de responder, contuvo la respiración y cautivo de una sensación ardiente y desconocida, contesto:
_En el sillón, por supuesto.
La joven creyó que el Emperador parecía un felino acechando su presa y un calor inesperado recorrió sus entrañas. ¿Como podía ser que ese hombre la redujera a la nada absoluta y la elevara al cielo en un instante? Solo pudo sugerir:
_ Bueno…la cama es grande, podrías dormir aquí. Digo…después de todo estamos casados. No es que este insinuando que vaya a pasar nada mas, solo que me parece que vas a estar más cómodo.
_Por supuesto, ya te dije que no voy a ejercer mis deberes conyugales a menos que me los pidas…o me los supliques_ y mientras decía eso, se acercaba al lecho como un cazador hambriento y paciente- Nunca te haría daño, bajo ninguna circunstancia. Cuando aceptaste ser mi esposa, recibiste el nombramiento de Emperatriz y señora de este Imperio. No puedo menos que homenajearte, cuidarte y darte la protección que necesites. Mi cuerpo, si es necesario, a cambio del tuyo porque no soportaría verte herida…sería capaz de cortar en mil pedazos a aquel que osara lastimarte.
Amanda conservo la compostura en un vano intento por parecer dueña de sus emociones. Federico se sentó a su lado y la miro fijamente, acerco su rostro al suyo y pudo percibir el calor de su respiración y el aroma de su cuerpo. Cerró los ojos con fuerza y lucho por no abalanzarse sobre ella para hacerla suya. Cuando volvió a mirarla, su suave aliento escapo entre sus labios y se aproximo lentamente para besarla. Ella no retrocedió ni un centímetro permaneciendo hechizada por el magnetismo de ese hombre, hecho que hizo aun más difícil la situación para ambos. Federico se quedo así, observando sus labios entreabiertos, el evidente rubor que pintaba sus mejillas y el corazón galopando a toda velocidad en su yugular. Así permanecieron durante lo que parecía ser una eternidad, frente a frente, conteniendo sus pasiones y anhelando la cercanía del otro. De pronto, una ráfaga de lucidez se apodero del Emperador, que abandono la captura no sin antes añadir:
_De acuerdo, aunque creo que va a ser una larga noche.
Acto seguido, le regalo un beso en la mejilla, le deseo buenas noches y se acostó dándole la espalda.
Amanda se sorprendió ante aquella inesperada actitud, aunque la agradeció, ya que se había perdido a sí misma en esos ojos azules.
_Hasta mañana, querido_ le susurro al oído.
Los días restantes se sucedieron siguiendo la misma rutina: recorridas por el bosque, conversaciones tímidas alrededor de su matrimonio y del futuro juntos, siempre intentando conocerse más pero sin profundizar sobre su incipiente relación. Federico había descubierto en Amanda a una compañera, buena consejera, una mujer de palabras justas y necesarias. Ella, por su parte, se sentía como en casa y había aceptado su destino más que con resignación, con entereza e ilusión. Después de todo su esposo era un hombre amable y respetado, sencillo y de costumbres simples, aunque en el fondo presentía que escondía un secreto que a la larga conocería, sin lugar a dudas.
Así llego el domingo, el día de regreso a las obligaciones de Estado. Hombres, mujeres y niños los despidieron con tristeza pidiéndoles que volvieran pronto, cosa que ambos prometieron. El día anterior, el cochero les había acercado a la entrada del bosque sus efectos personales: el pobre hombre ya estaba acostumbrado a las excentricidades del Emperador. Federico le había encargado el mismo día que los hubiera dejado allí, que regresara con lo solicitado y el conductor sabía perfectamente cuál era su misión, como Alfred ayudando a Batman. Después de todo, el no sabía el gran secreto del Emperador, pero bastaba una simple mirada para comprender cuando algo era urgente o simplemente un hecho casual.
De este modo emprendieron el retorno al palacio. Permanecieron en silencio durante el viaje como quien se aleja de un lugar muy querido dejando atrás buenos amigos, compañeros en realidad. Amanda estaba sorprendida por lo pronto que se había adaptado a esa nueva vida, veía a su esposo con ternura aunque hubiera dado cualquier cosa por saber que pensaba. Federico, por su parte, sabía perfectamente lo que le esperaba al llegar a destino: responsabilidades, obligaciones, preocupaciones y, por supuesto, aquel momento en que Amanda supiera la verdad y huyera de su lado, o al menos eso era lo que él creía. Por su mente cruzaban miedos, dudas y un nuevo sentimiento, algo que le oprimía el pecho y no lo dejaba respirar. En su joven vida había enfrentado numerosas batallas, había perdido hombres valiosos, tuvo que luchar por su vida, sobrevivió a graves heridas y aun así esto era territorio desconocido para él. No podía dejar de ser dueño de sus actos, ni dejar de tener el control de todo, pero frente a esa mujer, frente a SU mujer, todo resultaba muy distinto. El aire se sentía pesado, el corazón latía desbocado, los músculos se le tensaban, le ardían las entrañas y un fuego abrasador invadía una parte de su cuerpo que resultaba altamente peligrosa. ¿Qué extraño embrujo ejercía Amanda sobre su ser?
#3532 en Novela romántica
#799 en Fantasía
#500 en Personajes sobrenaturales
epoca, sobrenatural drama, amor matrimonio arreglado esposa virgen
Editado: 02.06.2025