Amanda

CAPITULO 10 EL PLAN

La llegada al palacio y los días posteriores distaron mucho de lo que yo pensaba. Federico se limito a sus deberes de Estado ignorándome las veinticuatro horas del día. Atrás quedaron los momentos compartidos en el carruaje y ese hombre que estaba frente a mi parecía la antítesis del de la semana anterior. Vestido con su traje de Emperador, con el cabello prolijamente atado y usando unos modales que aparecieron de la nada absoluta, parecía transformado en un autómata carente de todo sentimiento. Se levantaba muy temprano iniciando el día con un desayuno más que ligero mientras leía los reportes del día, que la mismísima Carmen le traía en una bandeja de plata. Aquella mujer era un espanto, parecía su sombra desde el amanecer hasta el anochecer, un espectro que lo seguía a diestra y siniestra. Hubiera apostado que si le ordenaba saltar, lo haría sin dudar. Luego se sumergía en su despacho del que entraban y salían funcionarios que Aurora tenía el agrado de presentar, y eso era todo. Horas y horas de trabajo y más trabajo, alejado de mí, por supuesto. Al llegar la noche cenábamos en un salón enorme, rodeados de demasiado personal de servicio, intentando llevar adelanto una conversación infructuosa, sentados a ambos lados de una mesa de unos cinco metros de longitud. Precisaba un megáfono para qué me escuchara por lo que decidí evitar cualquier tipo de dialogo limitándome a comer en silencio, mientras la pobre Aurora nos miraba sin comprender. Y aquella botella, la misma botella de siempre a la misma hora, todos los días, en manos de Carmen, llena por las noches y vacía por las mañanas. ¿Qué habría en su interior??

Resultaba evidente que Federico estaba llevando a cabo una política de disuasión y desilusión, más que notoria era francamente ridícula. Inicialmente creí que todo se debía a que no estaba a su altura o que no pertenecía a su status social ,pero finalmente me di cuenta de que hiciera lo que hiciera, se proponía ignorarme sistemáticamente por lo que deseche cualquier esfuerzo de mi parte para recomponer la relación.

Así pasaron tres largas semanas. Decidí ponerme al corriente con la labor social del gobierno poniéndome en contacto con el Consejero de Ambiente y Desarrollo Humano. El señor Ryon era un hombre joven, extremadamente cordial y siempre dispuesto a estar a mi servicio. Así ideamos una serie de estrategias para llevar a cabo un plan educativo que estuviera al alcance de todos los habitantes de Faryas. Para tales tareas, Aurora nos preparo un despacho situado junto al de mi esposo, una habitación amplia con una hermosa vista al jardín desde la que podía admirar esas extrañas flores que parecían tener vida propia. El Consejero, íntimo amigo del Emperador, era un funcionario muy agradable, tenía una voz suave y melodiosa y una paciencia infinita que me venía de perlas. Las tardes transcurrieron ligeras y plenas de arduo trabajo con el objetivo de asegurar un buen nivel educativo a los sectores con menos recursos, un aprendizaje adecuado y completo que pudiera garantizar la igualdad de oportunidades en el precario mercado laboral de Faryas. Así, día tras día, nos volvimos más cercanos y confidentes. En realidad, los tiempos del imperio no eran los mismos que los que yo había vivido en mi ciudad natal. Aquí todo era más simple, como si estuviésemos entre la época medieval y la moderna, aunque con innovaciones tecnológicas sorprendentes dado el pobre desarrollo cultural. A pesar de ello, su cultura era muy rica y diversa y tanto el buen Ryon, como mi querida Aurora, me transferían sus conocimientos para estar al tanto de las costumbres y folklore de la que ahora era mi nación. La idea de mi propia venta empañaba el panorama y no lograba olvidar las palabras de mi padre, como así tampoco el hecho de que Federico aceptara tal situación. Sin embargo no era un esposo brutal ni abusivo. Por el contrario, era un hombre amable y generoso, sencillo y empático, aunque estuviera atravesando por una fase de estupidez. Había un plan sistemático para desalentar cualquier acercamiento hacia la persona de Federico, la cuestión era porque, por que una persona que se mostraba tan cordial y seductora se transformaría en un tempano de hielo disfrazado de Emperador. Ese definitivamente no era mi esposo, ni siquiera su sombra. Me pregunte si acaso aquel beso le había resultado desagradable o si no era lo que él esperaba, pero sabia íntimamente por su reacción que estaba más que satisfecho conmigo. Pero el regreso a palacio lo transfiguro en un monolito de sal, una estatua sin vida ni sentimiento, hecho que me exasperaba hasta el hartazgo. Me propuse averiguar la verdad y Aurora iba a ayudarme porque nadie puede cambiar así, de la noche a la mañana, sin un motivo razonable.

Mis actividades de gobierno me servían para aliviar mis días pero traía como consecuencia, un aumento en la rigidez del rostro de mi esposo. Era directamente proporcional al tiempo que pasaba con el pobre Consejero que, viendo la cara de su amigo, no sabía si continuar con sus labores conmigo o salir corriendo. Opto por proseguir con nuestras actividades aunque manteniendo la distancia y evitando cualquier situación de acercamiento hacia mi persona, cosa que muchas veces me causaba gracia.

Cierto día se me ocurrió preguntar por Maximiliano, ya que no había concurrido a palacio ni me había sido presentado. Parecía que se lo hubiera tratado la tierra y Federico también estaba confundido al respecto. Ryon decía que seguramente había sufrido un conflicto entre sus soldados y que había corrido a solucionarlo, pero aquella excusa no resultaba creíble. El Consejero ocultaba un secreto, se lo veía perdido en sus pensamientos, distraído por momentos, intentando esconder algo importante.

_ ¿Sucedió una situación inesperada entre ustedes dos?_ le pregunté de pronto sin anestesia esperando una respuesta sincera de su parte.

El permaneció en silencio como si estuviese arto de simular que todo estaba bien. Camino en círculos por la habitación intentando encontrar la manera de contármelo.




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