Rápidamente emprendimos el regreso a palacio. Estar en aquel castillo me asfixiaba, tanta podredumbre, tanta miseria humana, pasiones bajas, ambición, codicia, amargura. Me pregunte como logro Maximiliano salir indemne de aquel hogar, si es que podía llamarse así. El era un hombre de buen corazón, noble, generoso, capaz de cualquier sacrificio con tal de no manchar su honor o proteger a quienes ama. Evidentemente no había heredado nada de sus progenitores. Pasamos la noche en un modesto hospedaje donde fuimos más que bien recibidos. Cenamos copiosamente, bebimos vino, compartimos con Ryon y Maximiliano y lentamente los clientes del negocio se unieron a la conversación. Conocer en persona a los emperadores y a sus Consejeros Imperiales no era cosa de todos los días, era un verdadero honor (y para mí, personalmente también). Me encantaba estar en contacto directo con la gente, conocer sus experiencias de vida, escuchar sus reclamos, compartir un vaso de vino mientras reíamos libremente fue un placer extraordinario. Así supe que don Rafael, el tabernero, había perdido a su hijo cuando los guerreros de Undria azolaron el lugar, poco antes de mi llegada a Faryas; que el señor Tuy era un artesano que había sido víctima de un incendio y gracias a la colaboración de sus vecinos logro reconstruir su taller y que ahora le daba trabajo a tres muchachos jóvenes. También conocí a don Remigio, un hombre muy mayor que ahogaba el dolor de la pérdida de su esposa viniendo a beber todas las noches de luna llena, que era el momento favorito de la difunta y a Arturo, el hombrecito que soñaba con formar parte de la guardia Imperial. Anote sus datos comprometiéndome a ayudarlos a la brevedad y ya entrada la noche nos retiramos a descansar , no sin antes agradecer la buena comida a la cocinera, doña Reina , a su esposo, don Raúl, y a los alegres lugareños. Ver a Federico descontracturado e interactuando con los habitantes, olvidándose de la condena que pesa en nuestra sangre fue un espectáculo maravilloso. No sentimos la necesidad de beber el contenido de nuestra consabida botella, la que ocultábamos entre el equipaje.
Maximiliano y Ryon pidieron habitaciones separadas pero yo los convencí de que permanecieran juntos, después de todo, quien objetaría la decisión de la Emperatriz, hecho que aceptaron con mucho gusto. No resultaba difícil imaginar que sería una noche de reconciliación, cosa que me llenaba de satisfacción porque había valido la pena toda la movilización realizada en pos del amor verdadero. Por mi parte, dirigí al embriagado emperador hacia la habitación, cerré la puerta y lo empuje contra la pared para besarlo en el cuello, recorrer su pecho y olfatear su aroma. El gimió de deseo, me levanto en el aire mientras yo abría las piernas para rodear su espalda. Nuestras ropas terminaron destrozadas en el suelo en una entrega furiosa y brutal. Federico gruño, cosa que me excito mucho. El sexo con el siempre era distinto. A veces suave y delicado y otras veces feroz y bestial. Nunca me cansaría de este hombre, el esposo que la vida o el destino me regalo. Tenía la capacidad de elevarme hasta el cielo con una sola mirada, no hacía falta que me tocara para sentirlo, era capaz de percibir su deseo desde la otra esquina de la habitación. Nuestros monstruos particulares se conectaban de una manera irracional, más allá de toda lógica. Habíamos encontrado la forma de controlar la sed de sangre, absorbiéndonos uno al otro, fundiéndonos en un solo ser hasta consumirnos por completo. Ya no necesitábamos aquella botella maldita para mantenernos a raya porque habíamos aprendido a exorcizar nuestros demonios a través de una entrega absoluta, dos almas uniéndose hasta ser una sola. Así era nuestro amor, total e incondicional.
Por la mañana, despertamos temprano e intentamos emprender el regreso a palacio, no sin antes desayunar frugalmente, agradecer a nuestros anfitriones y dejar una generosa propina. Quizás con ello ayudaríamos a recomponer un poco sus vicisitudes. A la entrada, una muchedumbre alborotada nos esperaba para saludarnos. Las responsabilidades imperiales tenían gestos como estos que nos recordaban que nuestra labor repercutía en el bienestar de los habitantes, por eso decidí que era el momento de intensificar la ayuda, no por un mero acto de caridad o demagogia, sino por justicia. Las desigualdades dañaban la autoestima, debilitaban el carácter o lo tergiversaban. Después de un largo rato, intentamos finalmente iniciar el regreso a casa, con la satisfacción del deber cumplido, todos juntos porque éramos una improvisada familia, una que nosotros mismos habíamos elegido, como si fuéramos hermanos de la vida. Una inesperada lluvia de flechas cayó del cielo hiriendo a varios de los presentes, iniciando un desafortunado caos. A mí alrededor hombres y mujeres heridos gritaban desorientados en un vano intento por proteger a sus hijos. Los que pudieron se refugiaron en la taberna. Ryon y Maximiliano desenvainaron sus espadas y corrieron a ponerse frente a Federico y a mí, mientras un regimiento de guerreros undrianos tomaba por sorpresa a nuestros guardias, cortándoles el cuello con sus filosas armas. Sorprendidos por el intempestivo ataque, lucharon en una contienda desigual y yo aproveche la ocasión para esconderme tras una vieja carreta. Absorta ante semejante emboscada, sentí un fuego abrasador en mi interior, mil imágenes pugnando por salir de mi mente, alborotadas y confusas. En un acto instintivo, caí al suelo, apoye las manos con fuerza sobre la tierra diciéndome: Ayúdenme, dioses, guíen mis pasos.
El suelo y yo fuimos uno, percibí su esencia, su olor, su respiración, sus latidos, las pequeñas moléculas del cosmos aglutinándose en todo lo que me rodeaba y me formaba. El sol abrasándome la piel, como si me llenase de una energía inaudita hasta entonces, invadiendo cada célula de mi ser, fundiéndose con mi Bestia interior para unirse en uno. Canalice toda mi furia y desesperación en un grito ensordecedor y mis manos temblaron junto con la tierra, hundiéndose en ella, sacudiéndola con rabia. Los soldados miraban a su alrededor preguntándose unos a otros que estaba sucediendo mientras Federico me buscaba en medio de la confusión. Los arboles oscilaban hasta caer derrotados al suelo, las paredes de las viviendas temblaban, los desconcertados guerreros undrianos intentaban en vano conservar el equilibrio y se derrumbaban abatidos. Allí me encontró, arrodillada sobre el suelo, vibrando en un ritmo sobrenatural. Luego, eleve los brazos al cielo ordenando Viento ven a mí, e inmediatamente unos remolinos salvajes y desordenados se cernieron sobre los soldados undrianos, agitándolos por los aires obligándolos a huir despavoridos .Los escudos volaron raudamente, sus caballos galopaban aturdidos hacia la frontera junto con los hombres undrianos que habían quedado de pie. Un instinto sobrenatural se apodero de mí, miles de generaciones en una sola persona, un conocimiento ancestral invadiendo cada poro, cada molécula, llenándome, transformándome en todo y nada a la vez. Mi Monstruo corriendo tranquilo en plena naturaleza, libre y feroz, una cantidad de energía capaz de destruir el mundo conocido que me liberaba intempestivamente. Poco tiempo después, perdí toda conciencia y caí desmayada mientras intentaba adivinar los nombres de las caras difusas y lejanas que me observaban atónitas, sumergiéndome en un túnel oscuro que absorbió la poca fuerza que me restaba. Aquella energía me abandonaba dejándome vacía mientras años de recuerdos escondidos en un baúl hipotético huían caóticos y borrosos.
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Editado: 17.04.2025