El rey Tragiano, Darian el Bárbaro, se acercó a la ventana de su castillo situado en lo alto de la montaña Rorten y observo orgulloso su nueva conquista: Faryas. Si bien era cierto que no fue necesaria invasión alguna, su futuro matrimonio con la princesa bastarda se aseguraba una posición cercana al reino. Ya habría tiempo para tenerlo todo, solo era cuestión de esperar. Se preguntó cómo sería la muchacha, ciertamente poco le importaba su belleza o sus modales, mucho menos su inteligencia o astucia. Era solo un medio para conseguir un bien mayor. Sus hombres de confianza no estaban de acuerdo con su decisión, pero solo debían obedecer, para eso estaban. La cadena de mando era incuestionable y solo restaba acatar lo que el soberano decidía, para eso los dioses habían elegido a la familia real.
Darian tampoco tenía un origen social muy digno. Hijo de una lavandera y del rey Forgen, era el único hijo vivo con acceso al trono. Sus dos hermanos mayores, y legítimos, había fallecido en las campañas al norte y su padre, el mismísimo soberano, padecería una tuberculosis crónica que lo llevaría a la muerte. En su lecho, poco antes de iniciar su viaje para reunirse con los dioses y con sus ancestros, le había entregado el mando sobre sus tierras, instándolo a ampliar el territorio a cualquier costo.
El joven príncipe fue educado con esmero por su fiel Consejero y amigo íntimo del difunto rey. De el aprendería el arte del discurso y oratoria, la diplomacia y sobre todo, la disciplina. Sumado a ello, una estricta carrera militar lo conduciría a grandes triunfos que llenarían de orgullo a su padre. Sus hermanos solían hostigarlo en la academia, pero él sabía que el tiempo acomodaría las piezas del juego y así fue. Muertos en combate solo quedaba el de ahí que necesitara un heredero para continuar su linaje. La mujer en cuestión resultaba irrelevante. Mientras estuviese fuerte y sana, lo demás no le preocupaba. No esperaba una relación amorosa y fiel, bastaba con engendrar un hijo y que cada uno conviviera en sus aposentos sin exigir ni reprochar nada al otro. Pero si la dama venia acompañada de una generosa dote, mucho mejor.
El Emperador Federico ya había iniciado tratativas para firmar un pacto de paz. Conocido por su valentía y su sed de sangre, Darian no le temía, pero si le inspiraba respeto. Su bella esposa también era una mujer de coraje, hábil guerrera y amada por su pueblo, quien entregaría su vida sin dudarlo con tal de salvarla.
Tanto Federico como Darian atravesaban un periodo de paz y armonía por lo que iniciar una nueva contienda ocasionaría más muerte y miseria para todos.
Imagino a su futura esposa. Solo conocía su nombre: Aurora. ¿Por qué había mantenido su origen en secreto si su hermano la recibiría con los brazos abiertos?¿Por que elegir la servidumbre a una vida de lujos, riqueza y poder?
_Debe ser fea_ se decía en voz alta mientras recorria el salón haciendo resonar sus botas_Si, tiene que ser eso. De otra forma, cualquier mujer anhelaría joyas, vestidos fastuosos, fiestas…algo esta mal. Sin embargo, yo solo la necesito para un fin y nada mas. ¡Que ni sueñe con el amor ¡
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Editado: 27.05.2025