Amanda

LA PROMETIDA

Aurora fue rápidamente instruida en cuestiones básicas de Estado por el mismísimo Federico, quien expresaba su orgullo ante cada decisión acertada de su hermana. Le gustaba la idea de tener a alguien de su propia sangre a su lado y lamentaba profundamente el tiempo perdido. Se preguntaba si su padre, el gran Emperador de Faryas, sabia al respecto y de ser así, por que lo había ocultado. A Federico no le afectaba el origen social de Aurora y a Amanda, mucho menos. Formaban toda una familia feliz.

Mientras tanto Darian reorganizaba su ejército, levantando campamento regresando a su castillo. La noticia sobre su próximo matrimonio fue motivo de burla durante el almuerzo con sus comandantes.

_Te casas sin haberla visto antes. Estás loco, hombre_ grito Auryon a viva voz.

_Bueno, la pobre tampoco lo vio a el_ agrego el Griego.

_La verdad es que no me interesa su aspecto físico. Basta con que este sana y pueda engendrar herederos_ afirmo Darian sirviéndose una jarra de vino.

_ ¿No crees en el amor? _ pregunto el Griego. Se hizo un silencio sepulcral. Los hombres se miraron unos a otros como si se hubiese pronunciado una palabra prohibida.

_No te conocía como un romántico_ murmuro Darian bebiendo sonoramente.

_Bueno…no soy del tipo que regala flores o dice frases bonitas. Lo mio es la acción y nada más. Yo solo lo decía porque resultaría genial que además de una esposa y una amante consiguieras el amor verdadero.

_Creo que no será esta la ocasión. Lo dudo mucho, es mas, lo afirmo. No me enamorare de esta tal Aurora ni de ninguna otra.

Darian se retiró ofuscado a su despacho y arrojo con fuerza la jarra de vino contra el suelo estrellándola en mil pedazos. Se preguntó por qué sentía tal ofuscación aquella noche y solo existía una respuesta: la traición de Frida. Aquella mujer se merecía el mismísimo infierno por todo lo que había hecho. Aun le sorprendía recordar su cinismo y su descaro, su facilidad para volver situaciones que le eran adversas en favorables. Pero lo que mas le dolía era su abandono, esa sensación de vacío en el alma luego de haber puesto las manos en el fuego por ella. No podía permitirse el lujo de sucumbir bajo el encanto femenino, por más princesa que fuese. Aquel matrimonio era un asunto de Estado, lisa y llanamente. La vida no lo colocaría otra vez frente a la misma disyuntiva. Por supuesto que deseaba saber cómo era Aurora, cuáles eran sus gustos, si era una mujer afable o si tenía un carácter de los mil demonios, como Frida.

La prefería belicosa, con convicciones propias, capaz de darle vuelta su mundo porque la sumisión era sinónimo de falta de decisión, y un gobernante no podía ser débil. Necesitaba alguien que lo aconsejara y que le hiciera ver la realidad, por mas dura que fuese. Después de todo, los gobernantes eran seres humanos, personas con defectos y virtudes propensas al error. No existe persona infalible y mucho menos lo era el. Tenía la humildad de aceptar sus fallas y enmendarlas, aunque le costara admitirlo.

No negaría que había imaginado a su futura esposa más de una vez. Todos hablaban de su sencillez y su belleza, su don de gente y cordialidad. También se escuchaba que se preocupaba por su pueblo y eso debería ser cierto, ya que estaba dispuesta a casarse con un extraño con tal de evitar una nueva guerra. Pero el necesitaba el calor de una mujer, esa pasión que lo llevase a la locura, ese deseo de darlo todo por ella, incluso la vida. Después de todo, si era un romántico peo nunca lo admitiría frente a sus hombres.




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