Amanda

CONOCIENDONOS

Darian distaba mucho de ser el Bárbaro que todos temían. Comenzaron con un recorrido por el castillo, presentación con la servidumbre y con el ama de llaves, una señora bajita y regordeta que inspiraba respeto y simpatía. Aurora supo desde el primer momento que se llevarían muy bien.

La vista de las montañas era magnifica, imponente. La nieve cubría los picos cercanos con esmero y el frio se hacía sentir en cada uno de los ambientes. La fogata, infaltable, y las mantas de piel o lana cubrían cada sillón, silla o lecho.

Darian le mostro su habitación. Era un cuarto de enormes proporciones, con un generoso hogar en el que un fuego crispaba travieso. Junto a él, protegidos por una rejilla de hierro ornamental, una grueso alfombra azul y varias almohadas blancas.

_Es mi lugar en el mundo. Aquí suelo tumbarme a leer o a trazar estrategias para mis campañas militares. Si observas a tu derecha, veras una pequeña biblioteca con mis obras favoritas.

Aurora examino los volúmenes. Filosofía, muchas obras históricas, geografía... ¡Y novelas románticas!

_ ¿Tu lees todo esto? _ pregunto la flamante esposa sorprendida.

_Bueno, es aceptable leer de todo un poco. Respecto a las novelas, supuse que algún día te acercarías a leer algo conmigo.

Aurora se detuvo a mirarlo con atención. Tenía unos ojos grandes, del azul más hermoso, podía ahogarse en ellos como en el más profundo mar. Luego, recorrió su torso, sus hombros rectos, sus brazos fuertes, el amplio pecho y las largas piernas… ¡Qué demonios le sucedia! Ese hombre era el enemigo de Faryas, un simple matrimonio diplomático: no era una boda por amor. Se sacudió los pensamientos libidinosos para agregar:

_¿Cuál será mi dormitorio?

Darian cambio la postura, levanto el mentón orgulloso para decir con total solemnidad:

_Por aquí, Alteza.

Aquel había sido el fin de la conversación. La guio hasta sus aposentos y cerró la puerta con rudeza. Por el pasillo, sus pasos rabiosos se alejaban resonando estrepitosamente.

“Intente ser amable” pensó el rey confundido “No es habitual en mi tal condición, pero, aun así, trate y que conseguí. Un completo desprecio hacia mi persona. Esa mujer me trae de los pelos. Por momentos, parece dulce como una gacela y de pronto, sin causa aparente, con un manto de frialdad que hiela la sangre. Me gusta, debo admitirlo, es bella, suave, inteligente y sencilla. Es fascinante, atrapante, pero a la vez, irritante y belicosa, todos los atributos que buscaba en una compañera. No será fácil de domar, es un potro salvaje en ciertas ocasiones, pero no desistiré hasta tenerla en mi lecho por voluntad propia. Quiero una esposa, no una mujer que me tema o me deteste. Necesito conquistarla, es un reto personal y no cesare hasta lograrlo”.

Mientras tanto, Aurora se dejaba caer sobre la cama para pensar en nada y en todo, especialmente en él. Sabía que sería una convivencia difícil, pero jamás supuso que caería en tentación. Era apuesto, gallardo, gentil. Se sentía segura a su lado, le inspiraba respeto. El matrimonio solo sería un trato político, algún encuentro casual, un heredero y nada más. En cambio, descubrió a un esposo que no tenía nada de Bárbaro ni violento, al menos con ella. De poner distancia, caería en sus brazos y no deseaba sufrir por amor. Su madre lo había padecido y eso la había consumido en vida. Prefería una relación formal y distante, una convivencia pacífica a los continuos avatares sentimentales que mecían la voluntad de los mortales. Ella era Aurora de Faryas, la nueva reina, la cenicienta de un cuento de hadas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.