Ares:
Caminé hacia la habitación de Keylan, mi esposa, cegado ante tanta confusión, ante las críticas y los comentarios de los demás, ante las incontrolables ganas de hacerla mía. Me sentí un tonto por creer que ella me aceptaría, que me entendería. Que mierda estaba pensando cuando creí que una mujer como Keylan iba a aceptar ser la segunda, aceptar que su pareja tuviera otra mujer además de ella. Aún así habían cosas que no podía cambiar: Alin, a quien le hice una promesa, quien un día fue mi amiga, quien conocía mi peor secreto y yo el de ella y a quien no podía dejar sola y desprotegida en una sociedad donde una mujer no valía, donde para sus padres sería una humillación que le devolviera a su hija. Si algo era cierto en esto es que no amaba a Alin, nunca lo había hecho, nuestro matrimonio fue solo un acuerdo. Uno entre nosotros dos que nos permitió tapar nuestras fallas y errores, nuestro peor secreto ante una sociedad que de saber lo que ambos ocultábamos, nos destrozaría sin piedad. No la amaba, no llegué a hacerlo nunca, pero nuestra amistad era tan fuerte y tan antigua, nos conocíamos tan bien que nuestra convivencia siempre fue perfecta. Ante la sociedad éramos el matrimonio perfecto, la idea anhelada por todos. Y la verdad es que no me costaba convivir con ella, después de todo siempre había estado en mi espacio, en mi casa, en mi mundo, solo que como amiga y así continuábamos siéndolos. Era obediente, nunca me contradecía, jamás cuestionaba mis decisiones,la esposa perfecta para convivir con una familia tan tradicional como la mía. Una noche en la que tomamos de más apareció en mi habitación con un vestido fino y se desnudó ante mí.
—Solo somos amigos y siempre lo seremos. Pero eres mi esposo, solo quiero que cumplas con tu papel y me hagas tu mujer. Nada cambiará, no tienes que amarme, no tiene que afectar nuestra amistad, solo quiero que en ocasiones me hagas sentir que sigo siendo una mujer—sus palabras me resultaron extrañas, creí que ella me veía igual que yo: amigos. Pero no pregunté, en ese momento no conocía a Key, no tenía a nadie y pasó, cumplí como su esposo, siguió pasando siempre que ella lo quería. Pero nada cambió, no sentía nada por ella. Un poco de adrenalina, un rato de sexo, cero explicaciones, cero amor y cero complicaciones. Podía haber pasado la vida así, ella no tenía nada en contra de que tuviera otras mujeres siempre y cuando respetara nuestro acuerdo. Nada le faltaba a su hijo ni a ella, tenía una vida de lujos, un esposo y una buena reputación. Pero todo cambiò para mícuando conocí a Keylan. Solo era un viaje de negocios de unos cuantos días y Keylan fue la guía turística que me atendió en la agencia que contraté para que me mostrara los mejores lugares del país. Desde que la vi quedé deslumbrado por ella, una mujer hermosa, fuerte, independiente, con voz propia. Una mujer a la que no le importaba contradecirme como nadie se atrevía a hacer. Que daba su opinión donde estuviera sin importar quién la escuchara
Amaba eso de ella, su ternura en algunos momentos, su debilidad, su fortaleza en otros. Eso precisamente era lo que la hacía diferente a todas las mujeres que conocía y eso era precisamente lo que nos estaba haciendo tener problemas ahora. Una mujer con voz propia en una cultura donde solo pueden pensar y hablar los hombres. Lo que amaba de esa mujer fastidiosa me estaba causando problemas. La entendía a la perfección, pero sabía que podía hacer que me amara incluso en este mundo tal como lo logré en Latinoamérica. Podía hacer que me amara y llegar a un acuerdo con ella, pero si la dejaba ir eso nunca pasaría. Entré a la habitación mientras ella leía uno de los libros que había dejado para ella, literalmente allí encerrada solo podía leer o ver la televisión.
—Key podemos hablar—pronuncié intentando ser paciente.
—¿Me vas a dejar ir? —cuestionó cerrando su libro con brusquedad.
—Key te amo.
—No me amas ni amas a nadie. Vives en un país donde las mujeres no pueden hablar, ni pensar, ni contradecir a sus esposos y aquí me tienes encerrada, siendo común, igual a todos—exclamó con algo de indiferencia.
—Eres el ser más bajo que conozco, me tienes encerrada, prisionera. Ya no quiero nada de ti, nada de ti me gusta—gritó enojada y eso me hizo explotar de rabia..
—Voy a demostrarte que estás equivocada—la halé hacia mí por la cintura besándola con fuerza sin detenerme aunque ella intentara apartarme.
—No puedes obligarme a estar contigo—pronunció asustada.
—Eres mi mujer, no hay nada que me lo prohíba —hablé sin medir las consecuencias de mis actos, rasgando su vestido completamente y dejando su desnudez al descubierto mientras ella no hacía más que temblar de miedo.