Athena
Miro a mi alrededor esperando que no se me quede nada. A pesar de que se quedan los muebles y las demás decoraciones, no quiero tener que comprar ropa y juguetes. Es mejor que ese dinero sea implementado en mi nuevo estudio.
—¿Estás segura de que quieres regresar? — me pregunta Raquel desde la puerta de mi habitación.
—Estoy segura, es hora de que Xenia conozca el resto de su familia. — lo ha estado pidiendo desde que tiene uso de razón.
—Te extrañaré mucho. — se acerca para abrazarme.
—Te extrañaré más, mejor amiga. — la abrazo con más fuerza.
Desde que llegué a Boston seis años atrás, Raquel ha sido mi apoyo. No dudó en acogerme como si fuera una pequeña desamparada y no una joven mujer con más de cinco meses de embarazo. A mis 23 años me encontraba vagando por las calles buscando un trabajo de medio tiempo para pagar los gastos de mi bebé. Me encontré con ella a la salida del restaurante en el que trabajaba y me ofreció una cama en la que dormir. Cinco años después, es la madrina de mi hija y mi mejor amiga. Una a la que tendré que dejar atrás para regresar a mi hogar.
—Tía, recuerda que debes darle de comer a mis hijas. — dice Xenia entrando a la habitación. — Quiero que me mandes fotos de ellas cada ocho días. — la hace prometer.
—Te lo prometo, hogar. — bromea Raquel.
El nombre de mi hija significa hospitalidad, y Raquel no dejó pasar la oportunidad de ponerle ese tonto apodo desde que le dije el significado.
—Vamos, Xenia. Es hora de irnos al aeropuerto. — la animo a salir.
Nuestras maletas ya están en el auto. Así que Raquel se sube detrás del volante, yo voy de copiloto y mi hija atrás en su silla de seguridad. Las escucho cantar mientras paseo mi mirada por la ciudad. Voy a extrañar estas calles, pero es hora de dejar de huir.
No puedo retrasar lo inevitable, no cuando tanto mis padres como ella quieren conocerse. Es hora de terminar de madurar y dejar mi sufrimiento en el pasado.
—Me llaman cuando lleguen, no se olviden de mí o iré tras de ustedes. — nos amenaza.
—No tendrás que hacerlo, pero eres bienvenida cuando puedas. — si fuera por mí la llevaría en la maleta.
—Ganas no me faltan, pero sabes que Martín está aquí. — habla de su prometido.
—Lo sé, hablaremos seguido. — la abrazo por última vez.
—Chao tía, si se mueren mis hijas no te hablaré más. — Xenia no luce tan amenazante como cree.
—Prometo que tus plantas estarán bien. — hacen la promesa del meñique.
Nos adentramos a la sala de embarque cuando anuncian nuestro vuelo, no pasa mucho antes de que tengamos que abordar y decido sentarme del lado del pasillo para que Xenia pueda ver por la ventana. Es su primer vuelo y está emocionada.
—¿Piensas que me gustará la ciudad? — pregunta cuando el avión se ha estabilizado.
—Te encantará. — es una ciudad preciosa.
Xenia duerme después de que han pasado ocho horas. Hicimos una parada para que el avión recargara combustible, y retomamos nuestro rumbo. La ansiedad no me ha dejado dormir nada, y sé que cuando lleguemos tendré unas ojeras más grande que el país. Por suerte tendré el resto del fin de semana para descansar y acostumbrarme al cambio de horario.
Las once horas de vuelo se han completado y aunque el desembarque se demora un poco, no es tanto como supuse. Tomo nuestras maletas y mis padres ya nos esperan afuera.
—Bienvenidas, mis hermosas niñas. — nos abraza mi madre con lágrimas en los ojos.
—Te eché mucho de menos, mamá. — mi llanto ya sale. — A ti también, papá. — lo abrazo.
—Bienvenidas a casa. — toma a mi hija entre sus brazos y ella feliz.
—Hija, bienvenida a Atenas. — le señalo la ciudad.
Hace seis años salí huyendo de este lugar, hui lejos del dolor y de los problemas que tenía. Hui como una cobarde con un bebé dentro de mí.
Y ahora regreso con una niña de cinco años y más fuerte que nunca.