La fortaleza de Umbra parecía haber tomado una nueva forma tras el descenso a las entrañas del castillo. Las paredes, que antes eran opacas y frías, ahora vibraban con una energía siniestra, como si la fortaleza misma estuviera viva, absorbiendo la oscuridad que los rodeaba. El pasillo por el que avanzaban era largo y serpenteante, y las sombras parecían moverse con vida propia, retorciéndose y susurrando palabras que ninguno de los dos quería escuchar.
Erynn, aunque aún con el amuleto en sus manos, podía sentir el peso de la magia oscura que se cernía sobre ellos, como un manto opresivo. Cada paso que daban hacia el corazón de Umbra los acercaba más al maestro, y con ello, a un destino incierto. El aire se volvía más denso, más cargado, hasta que cada respiro era una lucha por mantenerse lúcido.
Kael caminaba a su lado, en silencio, su mirada fija en el camino. Cada tanto, echaba un vistazo a Erynn, como si quisiera asegurarse de que estuviera a su lado. Sabía que, a pesar de su fortaleza, ella no estaba completamente preparada para lo que les aguardaba.
—¿Estás bien? —preguntó él finalmente, su voz grave y cargada de preocupación.
Erynn lo miró, sorprendida por la suavidad de su tono, algo que rara vez había oído en él.
—Estoy bien —respondió, aunque su corazón latía más rápido de lo que debía—. Solo… este lugar, Kael. Es como si todo estuviera en su contra.
Él no dijo nada durante un largo momento, pero su expresión se suavizó ligeramente.
—Eso es porque todo aquí está hecho para hacerte dudar. El Maestro tiene el poder de volverte loco si te dejas influenciar por sus sombras. Tienes que mantener tu mente fuerte.
Erynn asintió, tomando una profunda bocanada de aire y enfocándose en la luz que emanaba del amuleto. La luz en sus manos nunca había sido tan brillante, pero sentía como si estuviera luchando contra algo oscuro que trataba de arrebatarle esa claridad.
Cuando llegaron a la sala final, la puerta estaba custodiada por figuras enmascaradas, imponentes y aterradoras, que se mantenían inmóviles como estatuas. El aire parecía pesado, cargado de magia negra que emanaba del interior. Erynn sabía que dentro de esa sala se encontraba la fuente de todo el mal que había plagado su mundo.
—Es aquí —dijo Kael en voz baja, su tono sombrío—. El corazón de Umbra.
La confrontación con el Maestro
La puerta se abrió por sí sola cuando Kael se acercó, como si hubiera sido esperada. El interior era vasto, con paredes hechas de una piedra negra que reflejaba la tenue luz del amuleto. Al fondo, un trono de hierro ennegrecido se alzaba, y en él, sentado en la oscuridad, estaba él: el Maestro.
El ser que había sumido a la tierra en caos, el ser que Kael había traicionado y que ahora estaba dispuesto a destruir.
—Kael… —la voz del Maestro resonó por todo el salón, grave y cruel—. Has vuelto. Y con compañía, por supuesto.
Erynn se tensó, el frío de sus palabras atravesando su piel.
—¿Qué quieres de nosotros? —dijo Kael, su espada en mano, lista para la batalla.
El Maestro sonrió, un gesto macabro que pareció iluminar la habitación con una luz infernal.
—Lo que quiero, Kael, es que regreses a mí. Todo lo que alguna vez fuiste está aquí, esperando por ti. Y en cuanto a ti, princesa… —su mirada se posó en Erynn—, eres la clave para mi dominio.
Erynn sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral.
—No soy tu clave —respondió, levantando el amuleto con fuerza—. Soy la luz que destruye la oscuridad que creaste.
El Maestro rió, una risa cruel que llenó el espacio y retumbó en las paredes.
—Crees que puedes derrotarme con esa luz patética. Crees que eres diferente, pero no lo eres. Todos ustedes, los puros, los inocentes, siempre caen ante la tentación del poder. ¿No lo ves? Yo soy lo que siempre has temido, princesa. La oscuridad que lleva en su interior cada ser.
Kael dio un paso al frente, apretando la empuñadura de su espada con fuerza.
—¡Cállate! —gritó, su voz llena de furia—. Todo lo que has hecho es destruir, manipular y corromper. No te queda nada, Maestro. Nada, excepto el odio.
El Maestro se levantó del trono lentamente, su figura alta y oscura, la magia en el aire palpable y fría.
—Entonces demuéstramelo, Kael. Demuestra que eres más que un traidor. Demuestra que puedes vencerme.
La batalla final
La sala estalló en caos. El Maestro desató una tormenta de sombras, que se arremolinaban a su alrededor como un torbellino oscuro. Kael se lanzó hacia él, su espada cortando el aire con precisión, pero las sombras lo rodearon, cada una golpeando con fuerza, intentando desarmarlo.
Erynn, por otro lado, se concentró en la luz que sentía fluir a través de su cuerpo. Aunque la presión de la oscuridad la estaba oprimiendo, no podía rendirse. No ahora. Alzó el amuleto hacia el Maestro, buscando la energía dentro de él. La luz que emanaba del artefacto comenzó a crecer, más brillante, más intensa, hasta que iluminó toda la sala, dispersando la oscuridad que el Maestro había invocado.
—¡Erynn, no te detengas! —gritó Kael, luchando por mantenerse en pie frente al ataque.
Erynn cerró los ojos y, con un grito de fuerza, canalizó toda la energía que había acumulado. Una explosión de luz pura, deslumbrante, surgió del amuleto, chocando contra el Maestro con una fuerza que hizo que las paredes temblaran.
Por un momento, la sala quedó en silencio. El Maestro, aparentemente derrotado, cayó de rodillas, su forma disipándose en el aire. Su risa se desvaneció, y la oscuridad que había cubierto la sala comenzó a desmoronarse, dejando solo el eco de su poder residual.
Kael se acercó lentamente, observando lo que quedaba del Maestro.
—Se acabó —dijo, su voz baja y llena de agotamiento.
Erynn, todavía sosteniendo el amuleto, respiraba con dificultad. Aunque la luz que había desatado parecía haber hecho su trabajo, sabía que no había sido fácil.
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desprecio y rechazo, amor y nuevos comienzos, desafiando al destino
Editado: 02.03.2025