La caída del Maestro había dejado una calma tensa en el aire. La oscuridad que había sido el dominio del maldito ser parecía desvanecerse, pero una sombra persistente todavía flotaba sobre Erynn y Kael. El castillo, ahora silente, parecía haber dejado de latir al ritmo de la maldad que lo había sostenido. Sin embargo, las consecuencias de la batalla aún resonaban en el corazón de ambos. Habían ganado, sí, pero ¿a qué costo? La magia oscura que había estado en sus vidas por tanto tiempo no desaparecía tan fácilmente.
Erynn miró el amuleto que aún brillaba débilmente en su mano. La luz que había brotado de él había sido suficiente para despojar al Maestro de su poder, pero Erynn sentía un vacío creciente en su interior, como si el artefacto hubiera absorbido una parte de su esencia. El sacrificio era más grande de lo que había imaginado, y las cicatrices invisibles comenzaban a pesar más que las visibles.
Kael estaba cerca, observando el lugar donde el Maestro había caído. El eco de su risa maligna todavía parecía retumbar en los pasillos. El silencio era más abrumador que cualquier ruido, como si el castillo aún no creyera que su amo había caído. Las sombras que una vez obedecían al Maestro ahora se dispersaban lentamente, pero el aire aún estaba impregnado con la marca de la oscuridad.
—¿Lo conseguimos? —preguntó Erynn, su voz quebrada, no por miedo, sino por una extraña tristeza que no lograba comprender.
Kael, que hasta ese momento había permanecido en silencio, se giró hacia ella. Su expresión era seria, pero había algo más en sus ojos, una tormenta que se libraba en su interior.
—Sí. Lo conseguimos —respondió, aunque su tono no reflejaba victoria. Caminó hacia ella y, por un momento, parecía que quería decir algo, pero se detuvo. Sus ojos la recorrieron con una mezcla de emoción reprimida y una tristeza profunda. — Pero la batalla no ha terminado, Erynn. El Maestro no era más que una sombra de lo que el mundo está por enfrentar.
Erynn frunció el ceño, mirando a Kael con mayor atención. Ella sabía que había algo más. No podía ser todo tan simple. Habían destruido al Maestro, pero el mal que había dejado atrás era mucho más complejo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, su voz firme, aunque la incertidumbre se reflejaba en su mirada.
Kael suspiró y se acercó más. La proximidad de su cuerpo hizo que Erynn se sintiera incómoda, pero al mismo tiempo, su presencia le otorgaba una extraña sensación de consuelo. Ella estaba completamente perdida en este mundo nuevo y oscuro, un mundo que, de alguna manera, se había vuelto suyo, por lo menos desde el momento en que Kael había entrado en su vida.
—La oscuridad no muere solo porque matemos a quien la encarna, Erynn. El Maestro no estaba solo. Él era el líder de un ejército de sombras que operaban en las sombras, esperando el momento adecuado para surgir. Y ahora que ha caído, su poder se ha esparcido como un veneno que ya está en el aire. Habrá más como él.
Erynn lo miró, sintiendo que el peso de sus palabras comenzaba a hundirla. Ella había creído que la derrota del Maestro sería el fin de todo, pero Kael le estaba mostrando la amarga realidad. La lucha había sido solo el primer paso.
—Entonces, ¿qué hacemos? —su voz temblaba ligeramente.
Kael la miró profundamente, como si estuviera evaluando si debía confiar completamente en ella. Sin embargo, parecía que ya no había vuelta atrás. El lazo entre ellos se había fortalecido de una manera que ni siquiera él podía comprender.
—Debemos buscar lo que queda del Maestro. Su muerte no borró sus seguidores. Y no estoy seguro de que podamos enfrentarlos sin más preparación.
Erynn asintió, comprendiendo la magnitud de lo que tenían entre manos. La batalla no había terminado; de hecho, acababan de entrar en un territorio mucho más oscuro y peligroso. Kael la miró y, por un breve instante, su mirada se suavizó.
—Erynn… hay algo más que necesito decirte —dijo Kael, su voz grave. Erynn levantó la vista, esperando que su respuesta fuera una palabra de consuelo, pero al ver su expresión, sabía que no lo sería.
Él la tomó de las manos con una fuerza inesperada, sus ojos fijos en ella con una intensidad que la hizo detenerse.
—El mal que crees que se ha ido, en realidad, ha estado viviendo dentro de mí todo este tiempo —declaró, su voz llena de una dolorosa sinceridad. Erynn se quedó sin palabras, sorprendida. Nunca antes había escuchado esa clase de confesión de parte de él, y algo en su interior se quebró al escuchar su dolor.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó, su corazón acelerándose. Ella no quería escuchar esas palabras, pero algo en su pecho ya le decía que Kael no mentía.
—El pacto que hice con el Maestro… no fue solo un acuerdo para obtener poder. Fue una condena, Erynn. Lo que me dio no solo me otorgó fuerza, sino también la oscuridad que me consume. No soy libre de ese pacto. Y ahora que el Maestro ha muerto, esa oscuridad va a intentar devorarme completamente.
Erynn lo miró fijamente, sin poder procesar completamente lo que estaba escuchando. El hombre al que había ayudado a derrotar al Maestro, el hombre con quien había luchado codo a codo, ahora estaba revelando una verdad mucho más oscura.
—¿Entonces tú también…? —Erynn no pudo terminar la frase. La idea de que Kael estuviera bajo el mismo mal que había destruido al Maestro le era insoportable.
—Sí —respondió Kael, con un dolor palpable en su voz—. Yo también soy una sombra, Erynn. Lo que hice fue traicionar mi alma por poder, y ahora debo cargar con las consecuencias. La oscuridad dentro de mí es algo que, incluso si muero, nunca se irá. Pero con el tiempo, mi alma podría perderse completamente. Y si eso ocurre, no habrá nada que me detenga de destruir todo lo que hemos conseguido.
Erynn sintió como si el aire se volviera más denso, su cuerpo helado por las palabras de Kael. Había conocido la oscuridad que habitaba en él, pero nunca se imaginó que pudiera ser tan devastadora.
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desprecio y rechazo, amor y nuevos comienzos, desafiando al destino
Editado: 02.03.2025