Durante las últimas semanas de enero, la esbelta mujer de aproximadamente cuarenta años, dueña de unos hermosos cabellos rubios recogidos en un moño alto y de unos ojos azules apagados como el agua turbia, se sintió incómoda a causa de una sensación nostálgica que crecía en el interior de su pecho. No supo qué ocurría, pero en todo momento suspiraba sin proponérselo, hasta la más mínima acción servía de variante para su estado anímico. Existían nulas ocasiones en las cuales el dolor aplacaba su alma, ni siquiera después de la traición sufrida por su exesposo estuvo tan triste (al menos de esa forma prefería autoengañarse y fingir que nunca sufrió). Sus dos mejores amigos y compañeros de toda la vida preguntaron alarmados sobre su actitud y ella no pudo explicar las incontables dudas sin respuesta que tenía en la cabeza.
Por cuestiones laborales abandonó su hogar en la capital francesa por algunos días. Era necesario seguir con su preparación para seguir sobresaliendo en su campo de estudios. Su empleo nunca fue sencillo, pero en verdad amaba lo que hacía. Ese hecho le resultaba contradictorio porque muchas veces debía decidir entre su hija o sus importantes experimentos; por lo general ganaba su trabajo… Realizar los últimos retoques a su tesis con la ayuda de alguien tan renombrado como el científico —y compatriota— Lee Seung Hyun era algo que nunca más se volvería a presentar en su carrera.
La mujer que no aparentaba su edad, sintió una inmensa felicidad tras terminar los cursos tomados en menos tiempo de lo imaginado. Sin dudarlo hizo una buena elección. El señor Lee no solo la ayudó de buena manera sino que también se ofreció a brindarle su apoyo en cualquier proyecto que abordara a futuro, ya que en esos pocos días lograron forjar una buena amistad. Claro que su intención no era enteramente científica, la mujer que pedía consejos desde la distancia, con suma educación e indiferencia inocente, desde hacía mucho tiempo, dejó clavada en su alma una espina que solo se iría después de tenerla por completo.
Cuando ella terminó de alistar sus certificados y demás cosas adquiridas en su corta estadía fuera de París, corrió hasta el aeropuerto para volver a casa cuanto antes. Necesitaba ver a su hija o si no moriría de angustia.
En el camino de regreso pensó varias cosas que podrían feliz a su niña, quizá un celular nuevo o ropa de marca, tal vez cualquier cosa material compraría una sonrisa de Yuu.
El viaje demoró aproximadamente una hora, que a su parecer fue la más larga de su vida. Al bajar del avión, no aguantó y llamó a casa, luego de la tercera llamada su corazón le informó que algo malo sucedía. Los dos hombres, que se tomaron la molestia de acompañarla, se preocuparon al ver esa expresión tan anómala en su rostro. Después de todo su llanto y sufrimiento a causa del divorcio, no volvieron a contemplarla en un estado de ansiedad. Ellos, presintieron la gravedad del asunto, intentaron contactarse con la adolescente que aguardaba en casa, mas no obtuvieron respuesta.
Resultaba estúpido imaginar la irresponsabilidad de los tres, ninguno la llamó durante los días que estuvieron fuera. Para cualquier familia ese era un acto descortés; sin embargo, su inusual costumbre consistía en llamar cuando ya se hallaban cerca de regresar. Los dos hombres intentaron distraer a Hiraku con temas anticuados y aburridos, mientras que ella no dejaba de contemplar sus opciones en baraja.
—¿Tal vez Yuu está molesta? —pensó la madre con tal de calmar sus nervios—. Pero ¿por qué? Yo no he hecho nada malo.
Pensaron ideas diversas hasta que a uno de ellos se les ocurrió que tal vez Yūme había salido con Heechul a pasear, en otra ocasión eso la habría enojado más que cualquier cosa; pero en aquel instante solo imploraba que esa burda hipótesis fuera cierta. Cuando el taxi amarillo con franjas negras se estacionó frente a su casa; lo primero que hizo Hiraku fue saltar fuera del auto como loca; sacó las llaves de su bolsillo delantero y corrió dentro de la vivienda igual que un alma en pena.
Una vez que se encontró parada en medio de la moderna sala, apretó los dientes con fuerza al ver todo ordenado y extrañamente empolvado. Eso era una mala señal, un muy tenebroso símbolo de que algo terrible sucedía en su hogar.
—¡Yūme, ya estamos en casa! —gritó mientras acomodaba sus llaves en el gancho puesto a un lado de la repisa superior— Yūme, cariño, baja. Te hemos traído algunos regalos bonitos de nuestro viaje —con la vista fija en las escaleras frontales, caminó hacia la cocina para beber un poco de agua, sentía la garganta seca por la presión de la que estaba siendo víctima.
Desganada, avanzó rumbo al refrigerador. Su corazón empezó a latir rápidamente cuando vio pegado sobre este una nota escrita con plumón indeleble, lo sabía porque la tinta azul traspasaba el otro lado de la hoja. Siendo cuidadosa, retiró el imán con forma de fruta y sacó ese bendito papel que le estaba haciendo vivir los peores segundos de su vida. Ella lo presentía, allí la esperaba algo funesto, su corazón se lo gritaba en modo de advertencia.
“Sé que mis acciones apresuradas los van a decepcionar mucho, pero no tengo otra opción más que elegir; no puedo ver ninguna salida a parte de esta. Por todos los medios he intentado ser fuerte igual que ustedes, simplemente no puedo seguir viviendo de esta forma tan hipócrita, ya no merezco llevar la careta que tengo puesta sobre el rostro. Espero que puedan comprender mi decisión. Les tomará tiempo entender mis razones; sin embargo, cuando la llaga que crece en mí, se cure completamente, podré hablar con sinceridad. Siempre los tendré presentes en mi corazón. Los quiero mucho tío LeeTeuk y tío Kangin. Ojalá algún día perdonen mi debilidad. Adiós, por favor no me busquen porque perderán su tiempo. Además nunca volveré con ustedes. Con amor, Yūme”.
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Editado: 25.07.2021