—Perdón por pasearme en tu casa como si fuese mía —soltó en cuanto la vio aparecer dando pasos lentos y elegantes—, estaba un poco aburrido en la habitación que me diste —explicó fijando su visión en un punto claro y atrayente de la fisonomía de una hermosa mujer que, además, contaba con la inhumana capacidad de controlar todas sus emociones.
Trató y batalló por no ser tan descarado con las leves inspecciones que le daba desde los pies a la cabeza, pero sus ojos, opacos por la maldad implícita de su alma, habían demostrado ser más rápidos que su cerebro, y en un santiamén, él estaba cometiendo la imprudencia de percatarse de algunas trasparencias de su ropa. Aunque el frío natural de la noche era insoportable, ella vestía un pijama simple de algodón, que por la textura de la tela, se permitía amoldarse a cada una de sus formas, dándole sutiles toques de picardía y sensualidad.
Quizá era un idiota por continuar embobado por ella; no obstante, había caído hipnotizado por aquel vestido de dormir color carmesí, que en ella se veía como la prenda más costosa de Europa.
—No quise ser impertinente —prosiguió usando un tono llano al captar que Chunchun se mantenía cerca del umbral, intentando crear la mayor distancia entre los dos. Aunque las luces de aquel cuarto estaban encendidas, ella no pudo evitar dar un respingo al encontrarlo sentado en una silla de su cocina igual que un espectro, tan cómodo y relajado, que parecía el mismo enamorado de los primeros años de su relación—, solo vine a tomar agua —agregó un poco cansado de seguir con las explicaciones.
Para darle mayor énfasis a su argumento, él levantó el vaso que había puesto sobre la mesa segundos antes y usando frases tontas, ingenió el modo de dar pie a una conservación. Mas no importaron sus intentos de amabilidad, ella irguió una barrera que restauraba sus defensas, cuidando así cualquier acción fuera de lo normal. Ella no pretendía obtener su amistad. No, desde luego que no. Chunchun tenía varios objetivos en mente; sin embargo, tenía la ligera sospecha de que no eran los mismos que planeaba desempañar su ex.
—Tú me dijiste que podía hacer eso, pero creo que no debí tomarme tantas libertades —finalizó poniéndose de pie y dejando encima del tablero el vaso usó.
—Pierde cuidado —habló tras una larga charla unilateral—, no me voy a enojar por una cosa tan insignificante como esa—ella hizo una seña que tenía la intención de restarle importancia a ese evento—. No es necesario que te retires, yo me iré a mi alcoba, buenas noches —Hiraku, tras dedicarle una sonrisa fingida, emprendió una caminata que se detuvo al oír la voz de su ex llamarla con urgencia.
En aquel momento, ella debatió entre seguir caminando con firmeza y actuar como si no lo hubiese escuchado, o en darse la media vuelta e inquirirle que necesitaba. Hiraku, sin lugar a dudas, iba a optar por la primera opción; no obstante, él volvió a nombrarla con la misma intensidad.
—Hiraku, tenemos muchas cosas que aclarar y no podemos dilatar más el tiempo —“Necesito hablar contigo”, pensó ahogándose en la angustia, esperando que ella volviese la cara y le demostrara que sus ojos azules, vacíos por el desamor, brillaban para él, nuevamente.
Él abrigaba la esperanza de la redención. “Los obstáculos eran vencidos por el amor”, y ellos sentían un amor muy grande… Se parecía a un niño pequeño pensando con tanta inmadurez, lastimosamente, esa idea era lo que lo mantenía deseoso de vivir.
Procurando no parecer desesperado por mantener un ínfimo contacto con su piel descubierta, Zhou Mi se levantó del asiento que ocupaba y caminó con rapidez, con tal de reducir la poca distancia que creaba un universo se separación, la tomó del brazo como si se tratase del único medio que lo ataba a la cordura. Y Sin medir las consecuencias de las descabelladas acciones que su mente elucubraba, él aprisionó el pequeño cuerpo de su ex esposa contra el suyo, rememorando otrora en que fueron felices.
Se hallaban tan unidos por la vehemencia que se desataba en medio de ambos, que por un momento lleno de felicidad, él creyó que eran uno solo, otra vez. En sus años de inmunda soledad, Zhou Mi extrañó todo de ella: sus besos recibidos al despertar, sus delicadas manos serpenteando en su cálido pecho y las palabras bañadas en miel que le decía para incitarlo a ser más ruin de lo normal.
Al toparse en sus brazos, Hiraku se mantuvo imperturbable, no forcejeo ni luchó por liberarse, sencillamente esperó a que él la soltara para buscar sus ojos. Y cuando eso sucedió, la mirada oscurecida por el remordimiento reflejada en el rostro de Zhou Mi se conectó a la gélida indiferencia de sus pupilas azules. Ella estaba muriendo, pero nunca le demostraría lo deseosa que estaba por mantenerse ocultar en el abrigo de sus brazos. Hiraku reconstruyó su dignidad a base de esfuerzo y no iba a explotarla nuevamente, no por un hombre que ya no valía la pena para ella.
—¿De qué quieres hablar? —Cuestionó ella, reposando todo su peso sobre su pierna derecha y cruzándose de brazos, mientras personificaba, con gran profesionalismo, su faceta de paz y tranquilidad—, creo que ya te dije todo lo que sobre mi hija —se encogió de hombros y dio a entender que la charla no tenía razón de ser.
—Nuestra hija —la corrigió—, pero no, no quiero hablar de ella.
—Entonces, buenas noches —la mujer volvió a emprender la marcha cuando sintió que de un momento a otro su espalda era pegada a la pared y ese hombre, mucho más fuerte y alto que ella, le impedía escabullirse por los espacios que quedaban libres—. ¡Suéltame! —Gritó perdiendo el control—, me haces daño —se quejó cuando él la presionó con más energía, inmovilizándola por completo.