No pudo conciliar la placidez del sueño, en el que ella siempre estaría presente, de forma correcta, ya que se pasó la noche entera en vela, deambulando por la habitación como un fantasma sin descanso eterno, evitando hacer cualquier ruido que alertara de su presencia. En medio de sus delirios por cerrar los ojos y reencontrarse con la única mujer que amaba, él tuvo la osadía de salir del cuarto que le ofrecieron para pasearse por el pasillo que lo llevaría al tan ansiado reencuentro de sus cuerpos. Estuvo de pie en frente de la puerta alrededor de una hora en la que debatió entre hacer lo correcto o permitirse la tentación de sucumbir en el néctar de sus hermosos labios.
Con los ojos abiertos, enrojecidos por el esfuerzo despierto más de veinticuatro horas, él añoraba que fuera el momento adecuado para salir a ver su hermoso rostro fruncirle el ceño. La belleza de su físico tan cercano, superaba con creces la imagen fotográfica que eventualmente obtenía de ella. La luminosidad que acompañó los gestos con los que le demostró el infinito amor de su piel, estaba tan extinto como la bondad de su alma, ya no era dueña de ese brillo que la vestía cuando él la retenía en sus brazos, luego de encenderla en la vehemencia de las caricias cargadas de amor que se obligaba a otorgarle con la dulzura. Su bella flor no debía ser maltrata, y él, en un acto de sacrificio, la arrancó de raíz, permitiendo que terminara de marchitarse.
El detalle desquiciante, que le impedía sacarse de la mente los deseos asesinos que pugnaban por ganar el control de su raciocinio, era ese hombre, el idiota que la besó frente a sus ojos. Deseó matarlo, pero KangIn actuó de una manera en la que le agradecía. Sí, porque después de ir a su habitación y esperar una respuesta, él quiso correr a concluir con un enemigo declarado que perseguía a su amor… KangIn lo detuvo con una frase que retumbaba en su cabeza, produciendo una sensación de merma.
—Édith Piaf —pensó avispándose de cualquier otra idea que interfiriera en uno de sus principales objetivos (luego de encontrar a Yuu), al oír la voz inconfundible de la francesa que su exesposa admiraba con pasión. Mucho tiempo atrás no hubo ni un solo día en que no la escuchara.
Chunchun era fanática de su música, tanto que él llegó a compartir esa afición con tal de verla sonreír tal y como lo hacía estando en sus brazos.
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KangIn acomodó una de sus suaves almohadas encima de sus oídos para anular la llegada de la música que sonaba fuerte y claro por casi toda la casa. La mujer que durante tanto tiempo lleno de felicidad su hogar, era un símbolo del quebranto de una rectitud implacable antes cualquier ventisca.
—LeeTeuk, dile a Chunchun que apague eso, por favor —le pidió adormilado por el sueño que continuaba apoderándose de su cuerpo, vencido por el cansancio físico que significaba complacer a LeeTeuk. Cuando este se encendía, realmente KangIn, estaba acabado—, por favor —reiteró presionando la cubierta de sus oídos con mayor intensidad.
—Vete al carajo, KangIn —asustado por su tono modular furioso, KangIn se quitó las sabanas del cuerpo y lo observó. LeeTeuk estaba de pie al lado de la ventana, prácticamente golpeándose la cabeza contra la pared. Su amiga no escuchó música durante mucho tiempo, ni siquiera veía programas de televisión; no obstante, apenas aparecía ese tipo, ponía la música de Edith Piaf. Era el colmo del romanticismo.
—Estúpida mujer —LeeTeuk apretó los puños contra la pared, hasta percibir que comenzaba a lastimarse con la brusquedad empleada, y musitó infinidad de insultos que no se comparaban a lo que en realidad sentía la necesidad de hacer—. Ella es subnormal.
—Sabes que lo ama, y verlo, aunque no lo aceptará nunca, le da felicidad —le recordó KangIn, con ese ápice de sabiduría que le brindaba conocer al derecho y al revés a su querida hermana.
—Es cliché, de todas las francesas que puede oír, tiene que ser fan de ella ¿Qué le pasa? —meneó la cabeza, intentado recordar en qué momento empezaron a gustarle las canciones deprimentes que hablaban sobre amor. Aunque al no estar versado en la discografía de la cantante, él no tenía ni la más mínima noción de su repertorio de canciones alegres.
—LeeTeuk intenta comprenderla un poco —la suavidad con la que vagaba en la brisa veraniega, continuaba desorientándola cuando sus ojos azules forzaban una conexión con el hombre que adquirió la potestad de romper con todas las barreras forjadas alrededor de su inquebrantable alma rebelde.
—Me frustra que ese hombre sea el causante de su esperanza ¿Es qué no se acuerda de sus errores? —el dolor de su adiós. Lo que su abandonó motivó a corroer con el electrizante discurso que le reveló el amor que dictaminó como fingido. Un amante de la desvergüenza y la irrealidad.
—Todos los días lo recuerda, por eso no puede ser feliz.
“No conseguía quitar de su memoria el recuerdo del beso ausente que depositó en cada madrugada que despertaba sin él abrazando su delgado cuerpo desquerido”.
—No quiero que sufra —LeeTeuk mostró la simpleza de sus peticiones al único ser humano que conocía cuan cursi podía llegar a ser.
—Mientras lo siga amando, sufrirá —sentenció cerrando los ojos para ignorar el derrumbe de emociones del que sería víctima los amantes destinados a reencontrarse más allá del infierno y la eternidad—, ese será el resultado de su capricho...