Hallarse a segundos de desprenderse de las inmensas nubes que surcaban el horizonte; para así caer en picada, le resultó ser igual a verse en el límite de la vida y la muerte, no identificándose como bueno o malo antes de recibir su tan esperado juicio final. Todo volvió a unirse en una maraña de confusión, cansándolo hasta petrificar los motivos que lo obligaban a comportase como una verdadera bestia salvaje: ruin y despiadado; sin impedir que la maldad prosiguiera embistiendo la luz blanquecina y fulgurante de su interior, que bregaba por apoderarse de la potestad de su inesperado proceder. Reñir contra los demonios encadenados en su alma, era un proceso más agotador que intentar olvidar a la mujer que poseía en sus manos delicadas, que alguna vez lo tocaron con el febril amor, la facilidad de hacerlo cuestionarse si las gotas bermellón que pintaban su destino, valían la pena.
Ella tomó la postura de su ángel personal, desde el instante en el que sus ojos, de dos tonalidades opuestas, se combinaron para dibujar un jardín celestial con una nueva paleta de colores. Una divinidad que él manchó de infortunio y miseria, dejándola sumida en la oscuridad de un desamor capaz de causar el desfallecimiento.
Dios, realmente la amaba más en cada respiración que lo acercaba a las filas equivocadas del averno. Era el motor de una existencia vacía y sin logros. Ella era lo único que centella en los confines de su mente cuando ansiaba la muerte, no la propia, sino la ajena.
—Sabes que eres la única mujer a la que puedo cumplirle cada uno de sus caprichos —Hiraku parpadeó varias veces ante la frase insólita y fuera de contexto que Zhou Mi le recitaba con el fervor pasional que la dejaba con el corazón desbocado.
Y fue allí cuando su mente se expandió por el resto del universo, haciéndola resbalar a una realidad que tuvo el expreso propósito de ignorar el tiempo que durara su cercanía tentadora, agitadora de sus más íntimos pensamientos. Cuando las frases dichas con la persuasión exacta para lanzarla a sus brazos, acariciaron la extensión lívida de su cuerpo, Hiraku fue consciente que le sería imposible apartarse de caer en la incitación de otorgarle el consentimiento de jugar con ella mientras lo tuviera en su habitación o rozando su piel, despertando sus instintos primitivos y convirtiéndola en la misma mujer irracional que alguna vez, aceptó ser su esposa.
—Claro que lo sé —le respondió haciendo gala de la socarronería infernal que pocos tenían el honor de conocer tan de primera mano, ampliando su sonrisa y avanzando para acortar la cantidad de espacio que los distanciaba—, eres tan capaz de cumplir mis deseos, que cuando te pido que dejes mi caja en su lugar, me ignoras por completo —ella apoyó las dos manos en su cintura y prosiguió expresando su contradicción con ese tono de voz que Zhou Mi detestaba. Odiaba ser tratado como un hombre indiferente a su mundo, cuando en el pasado, él había sido su única razón de ser. El cambio de todo por nada, le pasaba la factura con una burla tan palpable, que denotaba la furia bullendo en su interior—: ¡Qué fantástica forma de demostrar que me dices la verdad! —finalizó mostrándole su perfecta sonrisa de certamen de belleza, tan fingida como su actuación, que quería hacerle creer, que ya no lo adoraba con la intensidad que el pasado le demostró.
—Siempre adoré tu forma de mentir —dijo abandonando la caja en el mismo lugar en el que se encontraba antes—. Me excitaba que te comportaras con sarcasmo y al mismo tiempo, me sacabas de las casillas —Hiraku respiró con más tranquilidad al ver que su amada caja salía de las esas sucias manos, recobrando la pureza que creaba un círculo de protección a su alrededor—. Muchas veces quise callarte con besos.
—¿Hay algo más que desees decirme? —Zhou Mi se rió con tristeza por la frialdad ártica y casi desconocida, para su corazón acostumbrado a ser cuidado por esa mujer, con la que era tratado. Hiraku en escasas veces le demostró ese tono pesimista de su actitud. Ella siempre fue dulce y amorosa, una mujer incapaz de lastimarlo.
—Te amo —la parsimonia de la recitación de esas dos palabras, fue una analogía de sentir sus manos acariciando los rincones ocultos de su cuerpo, cautivada por el fervor de las yemas de sus dedos—; quiero que vuelvas a pertenecerme —y anheló que cumpliera su objetivo, que la subyugara y la dejara sentirlo en lo más íntimo de su ser, que la tomara y volviera arrebatarle todo, dejándola sin nada, desolada y añorando que él fuera su singular adorador, otra vez.
La sonrisa animosa que le regalaba al cielo azul y que le era devuelta por el espejo, cuando sus manos aún permanecían anudadas y coronadas con sus anillos de matrimonio, se quebró, esparciendo sus pedazos por los sitios más remotos del mundo, haciendo que la labor de recuperar su otrora felicidad, fuera imposible de realizar por un ordinario humano.
—No soy ningún trofeo para perder y recuperar, Zhou Mi —era la segunda vez que le repetía la patraña del amor desde que volvieron a verse. Se consideraba la mujer más patética por reaccionar con ilusión. Era inestable en las cuestiones románticas relacionadas con el sujeto que la hizo llorar, convirtiéndola en una soñadora de la muerte.
—No pretendo tratarme como un trofeo —él reconocería frente a los ojos del mundo entero, que no era ningún santo del que una mujer pudiera fiarse; no obstante, era un golpe certero en su orgullo, que ella, dentro de todo su círculo social, tuviese un concepto deplorable de la personalidad retorcida que lo identificaba como una verdadera abominación—; simplemente quiero que volvamos a estar juntos —suplica o sentencia, Chunchun jamás llegó a saber cuál de las dos se identificaba con su anormal petición, dicha con el derramamiento de la cordura que debía conservar como un tesoro invaluable—. Quiero que…