Urón percibió el aura plagada de negatividad, que comenzaba a formarse en el departamento; su instinto de protección se activó y su necesidad de recibir cariño le indicó que era preciso huir antes de salir lastimado en una contienda que no era de su interés. El pequeño animalito pasó corriendo en dirección a la habitación de Yuu, haciendo los sonidos particulares de su especie. Él fue indetectable para los dos hombres declarados enemigos acérrimos desde el instante en el que sus ojos pecaminosos, restaurados por una sustancia parecida al amor, se posaron en los contornos delineados de un ángel caído de un país europeo. Aunque Henry no quería reírse de la extraña comedia en la que se veía como un segundo protagonista, ya que no planeaba ser una molestia para la mujer que lo cuidó con amor y dedicación durante varios días, mas le fue inevitable no esbozar una sonrisa provocadora, proveniente de un personaje encarnado en la picardía al descubrir el gesto enojado de un hombre enamorado. La delicadeza de sus gesticulaciones burlonas desfiguró por completo su expresión reacia.
—¿Qué haces aquí? —la sonoridad de su voz retumbó por toda la extensión del lugar, causando un cataclismo en los nervios de un muchacho con más pantalones que inteligencia. Su tono hacía eco de una masculinidad enérgica, capaz de destruir a cualquier individuo en muchos kilómetros a la redonda—. Responde, mocoso insolente —no encontró otro adjetivo calificativo para “el niño” que lo miraba con cierto aire de superioridad, que rivalizaba con el ser más orgulloso del planeta.
La condensación de sentimientos impolutos tintó las paredes con un color insalubre, convirtiendo a ambos especímenes en animales salvajes, que poseían las ganas de destruirse con un solo golpe certero
—Vaya, no pensé que verme después de tanto tiempo te causaría tanto enojo, tío —el menor se despidió de su faceta angelical para sacar las garras aceradas que guardó por temor de asustar a Yuu. El eterno enamorado tuvo ansias de tomarlo del cuello y estrellarlo contra el suelo, pero su traje se habría desordenado por un ser indigno, que no valía su esfuerzo.
—¿Dónde está Yuu? —preguntó con más fervor que antes, envolviendo su cuerpo en un espiral de pensamientos poco concisos que le gritaban que la situación se saldría de control. No confiaba en los bajos y perversos instintos del hijo de su mejor amigo.
Sin atreverse a poner un pie en la casa de su novia, ya que eso habría sido el empujón suficiente para moler a golpes a su adversario; esperó, con un número incalculable de paciencia albergada por la experiencia de los años, que Henry le brindara una explicación viable, y de ese modo apaciguar el sinfín de ideas que lo bombardeaban. La suave brisa que rozó sus cabellos, lo tranquilizó y el recuerdo preciado de su primer beso, lo instigó a creerse el íntegro dueño del amor primaveral de un joven, que colmaba sus días de paz.
—No lo sé —contestó con sinceridad—, cuando desperté ella ya no estaba durmiendo —añadió con una expresión más apacible que su ya conocida faceta provocadora.
Henry no quiso exponer una frase que tuviera una doble interpretación, solo se dio cuenta de la gravedad de sus palabras, mal interpretadas, cuando se vio tirado en el gélido suelo, con la espalda dolorida por el impacto demoledor, y es que una fuerza implacable no tuvo la consideración de exigir respuestas antes de iniciar un injurio feroz.
Siwon adoptó la postura semejante a la de un perro rabioso, que echaba espuma por la boca, atacando a un cachorrito indefenso. Imaginar que Henry pasó la noche en el departamento de Yuu lo alejó de la realidad eterna de su romance. En pocos segundos, se vio dándole de puñetazos al joven ganador de su abominación. Los moretones que enturbiaban la sublimidad de un rostro que gobernaba los sueños de muchas jóvenes, no terminaban de extinguirse; no obstante, él ya tenía dos agravios más en la cara. Él no hizo preguntas. Ni siquiera escuchó los comentarios clarificantes que pretendían dejar en solucionado el conflicto.
La primorosa manzana de la discordia, que caminaba tranquila por el largo pasillo, cargando tres bolsas del supermercado con productos de cocina, se asombró aumentando la prisa de sus pasos, al notar su puerta abierta. Las peores ideas cruzaron por su mente cuando entró por el umbral y vio a Siwon sobre su nuevo amigo, dándole la golpiza de su vida. La garganta se le secó y su respiración se aceleró
—¡Déjalo, Siwon! —exclamó la joven de moño alto, solo unos mechones rubios enmarcaban su lustrosa piel.
Yuu soltó las bolsas con sus compras semanales y corrió a detener la pelea, pero, a pesar de tener un destello de lucidez, Siwon no permitió que los fuertes jalones de su novia detuvieran su intención de exterminar al niño que, en ese instante, odiaba. Los celos eran una afección corrosiva, apta para diluir la cordura de cualquier ser vivo.
—Hazle caso a tu joven novia —replicó Henry, escupiendo un poco de sangre. Los golpes cesaron, aunque Siwon seguía encima de él, zarandeándolo.
—¡Siwon! —volvió a gritar, tomándolo de su saco negro e intentado hacer que entrara en razón—. ¡Siwon! —como si oyera su voz desde un túnel muy lejano, él soltó por un segundo a su sobrino de nombre y volvió la mirada hacia Yuu, que se había puesto pálida por la impresión de llegar a su casa y hallar una escena tan violenta.
—Yuu —musitó él, levantándose con lentitud. Retornando a la quietud de una laguna en la que solía nadar a su lado.