Amando entre verdades [saga: Sin verdades – Libro #3]

*Capítulo quince: "La reconciliación"

El primer atisbo de luz alumbró la habitación con una pasividad infernal en cuanto el reloj marcó las 7:00 a.m. Aunque era muy temprano, la calidez y el brillo del verano causaba que la vida comenzara desde que los pájaros comenzaban cantar con alegría y a surcar el cielo con libertad. La hermosa del clima y la ilusión de un nuevo despertar no se comparaba, en lo más mínimo, con la visión perfecta que enloquecía al hombre que reposaba en la cama. Zhou Mi suspiró, emocionado y con el corazón sin sosiego, al sentir el aroma de su piel perlada por unas gotas de sudor. Algunos días despertaba más rápido de lo normal y al contemplar el cuerpo espigado de su ex esposa contra el suyo, le parecía estar viviendo un sueño eterno, del que no pretendía volver a despertar. Sin querer romper la ilusión brindada por los elementos propios de la naturaleza, paseó sus dedos por el cuello largo y elegante de Chunchun, mientras ella dormía inquieta por sus temores más intensos, qué todavía no se atrevía a revelarle, no interesaba lo mucho que lucharan por ser honestos con los secretos ocultos entre capas de silencios, todavía no alcanzaban formar un vínculo limpio.

Pasó casi un mes desde que decidieron retornar a la placidez de una relación que nunca debió acabarse, estaban juntos otra vez, sosteniendo sus manos frías bajo la inclemencia de los pecados cometidos por un sentimiento más allá del amor, buscando reparar un daño irreversible en sus corazones, convertidos en añicos por culpa de sus deseos más oscuros. Aunque su relación no volvería a ser la misma, la devoción, que continuaban profesándose, era inquebrantable para cualquier obstáculo que se presentara de cara a sus existencias. Nada sería igual, pero podía ser mejor.

Zhou Mi apoyó un codo sobre la almohada, levantó un su cuerpo unos centímetros y depositó un beso en la coronilla de su esposa, esa sencilla acción lo instigó a darle un abrazo con posesiva emoción de pertenencia.

¿Quién diría que después de las últimas revelaciones dolorosas de Kangin, ellos volverían a dormir en la misma cama? Por siete días, que parecieron una eternidad llena de penitencias incapaces de aguantar, él la respetó al igual que en los primeros años de su relación: no la tocó, ni beso la delicada figura que en la madrugada se apegaba a él para recibir su calor, ni siquiera se atrevía a mirarla mientras ella se cambiaba de ropa frente suyo, teniendo la marcada intención de provocarlo. Hiraku quería que él se sobrepasara para tener la excusa ideal con la que echarlo de su habitación; sin embargo, su plan no contó con toparse frente al temple de acero de Zhou Mi, quién no pensaba, ni en sus más retorcidas pesadilla, forzarla a entregarse porque eso habría roto su primera regla: hacer que ella volviera a sus brazos por voluntad propia; no obstante, sus sentidos decayeron y se dejó llevar por la reacción natural de su cuerpo cuando la vio semidesnuda frente al armario, buscando un camisón blanco para dormir. Al ver su piel pálida con las marcas rojizas de su último encuentro desapareciendo, supo que no podía resistir el encanto de tener un delicioso manjar delante suyo sin probarlo.

Desesperado por ser salvado del pozo más profundo del infierno, se acercó a ella con la esperanza de conseguir la redención.

—Puedo... —él caminó la lentitud de un león asechando a la presa próxima a devorar y cuando estuvo frente a Hiraku, se animó a enunciar una frase que antes no había tenido necesidad de exteriorizar.

Zhou Mi entró a la habitación en absoluto silencio, por eso, cuando ella oyó su voz, se giró al instante y lo miró desconcertada, un poco asustada por la presión de su presencia. Él se fijó detenidamente en sus pechos, todavía firmes, que le quitaron la concentración. La coherencia de sus pensamientos se esfumó y aunque Chunchun tembló ante la insistencia de su mirada, tuvo la fuerza de voluntad para no dejarse subyugar.

—No, no puedes —sentenció sin una pizca de diversión en su mirada, y dejándolo alterado por sus negativas, ella volvió a buscar el camisón que necesitaba ponerse cuanto antes.

Ella eligió uno semitransparente y se lo puso en poco segundos, y mientras cerraba el armario, Hiraku sintió la respiración de Zhou Mi hacerse pesada.

—Entiende que no podía vivir amándote sabiendo que yo sería el culpable de tu muerte —no era el momento más apropiado para develar los secretos de su separación, pero él era consciente de que no tendría la misma valentía en otra ocasión.

—Bueno… —asintió ella, sin ganas de oír sus falsedades.

Descalza y con premura, avanzó hacia su cama, ignorando el chasquido de lengua de su ex, que no se encontraba muy feliz con su indiferencia. Zhou Mi la tomó del hombro e hizo que se girara, antes de que ella pudiera pegarle una cachetada, él presionó sus muñecas para retener su huida  

—¡Soy un asesino y todo el mundo me quiere ver muerto! —el pecho de Hiraku empezó a subir y bajar con violencia mientras luchaba por liberarse, no porque le doliera la fuerza que el usaba, sino debido a que poco a poco los recuerdos de su pasado tormentoso empezaban a arremolinarse en su memoria—. Se enteraron que tenía un punto débil: una mujer hermosa y dulce a la que amaba... —saberla muerta debido a sus enemigos lo martirizó por meses.

—¡Cállate! —ella logró soltarse. Al verse libre, ella formó dos puños y comenzó a golpear su pecho cubierto con una camiseta azul—. ¡En lugar de huir conmigo y ser felices, te largaste y me dejaste de la peor manera! —le reclamó sin dejar de usar sus puños, quería llorar, pero le era imposible volver a mostrarse débil—. ¡No sabes cuánto sufrí y lloré por ti! —era un horror rememorar la cantidad de noches que se quedó dormida luego de llorar por horas imaginando lo felices que pudieron ser al lado de su hijo—. La falta que me hiciste… —su voz se ahogó mientras sus manos se deslizaban por la dureza de su torso. Ella acomodó sus dos manos sobre su vientre y levantó la mirada para encontrarse con los ojos humedecidos de Zhou Mi—. No me digas que no tenías opción, porque mientes —él apretó los dientes—. Si tanto querías dar tu vida por mí, habrías arriesgado todo por seguir a mi lado.




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