Amando entre verdades [saga: Sin verdades – Libro #3]

*Capítulo diecisiete: "Los bebés que no tuvimos"

No hubo un solo segundo disponible para lograr que sus ideas obtuvieran la agilidad de elucubrar un plan de salvación, que las librara de una calamidad destinada a terminar en ruptura, debido a la sonoridad de aquella voz imponente y llena de virilidad pétrea, ambas se desencajaron hasta que fueron retocadas con una pincelada de deformidad en sus rostros teñidos de tristezas. La pesadez del ambiente eclipsó en un cuadro terrorífico cuando los tres se conectaron en una interminable mirada colmada de: culpabilidad, recriminaciones y llantos. Se observaron sin ningún manto que ocultara sus oscuros secretos, enterrados bajo la inclemencia del tiempo.

Yuu secó las abundantes lágrimas; que continuaban deslizándose por sus mejillas en dirección a su mentón inclinado, a causa de la imposibilidad de proseguir sosteniendo la mirada hacia las personas que la buscaron con ahínco; con suma rapidez y usando su delgada muñeca pretendió exterminar cualquier indicio de debilidad en cuanto vio a Zhou Mi dar cortos pasos dentro de la habitación, manteniendo en su semblante reacio al perdón y una expresión indescifrable combinada con rabia y frustración. Sus lentos pasos, se detuvieron y guardó el celular de Hiraku, que llevaba entre las manos, dentro del bolsillo derecho de sus pantalones. Jamás buscó interrumpir a sus dos amores; sin embargo, tuvo el atrevimiento de inmiscuirse por esos pasillos tras recibir la llamada de suma urgencia de LeeTeuk, quién fue al hotel donde se hospedaron la noche anterior para recoger todas sus pertenencias.

Aunque los sentidos de protección le indicaron que debía marcharse al oír que la conversación de esas dos mujeres se volvía turbia con el pasar de los segundos, él no pudo aguantar la curiosidad de quedarse escondido detrás de una pared al escuchar que pronunciaban algo acerca de la existencia de un bebé, del que jamás tuvo noticias hasta ese instante. Ambas hablaban del bebé fallecido de Hiraku con un aire de solemnidad infeliz y que, sin duda alguna, era hijo suyo también.

—Papá, yo puedo explicar lo que está ocurriendo —la voz distorsionada por la rapidez con la que hablaba Yuu, se perdió en medio de las cuatro paredes mientras se limpiaba los rastros de llanto que quedaban debajo de su nariz. Se sentía la desesperación naciente en su interior, que quemaba la incipiente culpabilidad de su corazón en constante desasosiego por la infinidad de emociones tenidas en la semana.

—Tú no eres la que debe explicaciones —expresó él, acercándose a ella y poniendo una mano en los cabellos de su hija, los despeinó a modo de gesto de conforte. Se negaba a darle mayores inseguridades a Yuu y una caricia le sería suficiente para comunicarle que él la seguía amando—. Sé que tienes demasiadas cosas que hablar con Hiraku, pero te ruego que salgas un momento —le pidió mostrándole una amplia sonrisa que Yuu respondió con un fugaz parpadeo de desesperación—. Debo hablar con tu madre.

Yuu se mordió el labio inferior y empezó a jugar con sus dedos, dudando entre elegir la opción correcta: ¿Debía hacer caso a la petición de su padre? Una separación de ese par significaba nuevas heridas que sanar en su piel. No quería ser culpable de una nueva situación negativa en la vida de su madre. 

—Obedece a tu papá —añadió Hiraku, al silencio que comenzaba a cernirse sobre los tres, calmando los mareos que la asolaban con la determinación de hacerla caer al suelo.

Ella sentía su cuerpo precipitarse al abismo, provocando que el aire frío de la caída libre la convirtiera en un bloque de hielo, incapaz de percibir el dolor que le infringieran. La muchacha agachó la mirada para evitar que vieran su faz enrojecida por los sollozos y la vergüenza que consumía su raciocinio; arrastrando los pies, tragó saliva con dificultad y escapó al ambiente más lejano de esa habitación. Ya estando completamente a solas, Hiraku caminó apoyando las manos a cada lado de la cabeza y se sentó sobre las colchas delgadas de la cama, ya no aguantaba mantenerse de pie un instante más. 

—¿Llamó LeeTeuk? —preguntó sin ver los ojos centelleantes de cólera de su exesposo, con un sonido lento y pausado, pensando cada sílaba pronunciada, quitó las manos de la cabeza y se abanicó el rostro con la palma izquierda, y es que la falta de oxígeno creaba estragos grandes en su salud.

Nunca se había sentido tan mal, pero las últimas semanas le resultaron siendo un infierno con esa sensación de inestabilidad, que le impedían no padecer de vértigos al desplazarse en cualquier dirección o aquel sabor ferroso y putrefacto en el paladar, que le provocaba náuseas y arrugar el rostro por el asco. Ella no le tomó mucha importancia al principio, ya que el médico al que visitó le explicó que eran síntomas normales de la menopausia; sin embargo, cada día empeoraba su condición física. A esas alturas empezaba a considerar tomar las hormonas que le recomendaron para controlar sus alteraciones corporales.

—¡Esperabas un bebé mío y no me lo dijiste! —gritó él, rompiendo la familiaridad de los secretos revelados, la rabia contenida por tantos años lo convirtió en la bestia que solía ser cuando derramaba sangre colmada de pecados.

Siempre anheló concebir un hijo con la mujer que amaba y ahora se enteraba de semejante barbaridad: ella estuvo embarazada y fue tan insensible de ocultarle un hecho que habría cambiado sus vidas. Millones de ideas se arremolinaron para formar un nuevo conflicto en la confianza que los dos lucharon por construir. ¿Lo ocultó por venganza?

—No quiero hablar de eso… —le dolía recordar esa época tan lúgubre y penosa de su vida, en la que amó y tuvo la desdicha de perder la reconstructor de su corazón. Además, su deplorable salud no ayudaba a que pudieran sostener una conversación civilizada




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