Amando entre verdades [saga: Sin verdades – Libro #3]

*Capítulo dieciocho: "Un puñal para Henry"

Deambuló como una hoja caída en otoño, bajo el cielo sin color del atardecer temprano de su vida; perdida por el viento indómito de la estación que iba acorde a su estado anímico, imitando con el arrastre de sus pies la lentitud innata del galope de un caballo destinado a morir por el cansancio de una vida llena de maltratos y faltante de alimento, que en su caso fue el morir de sed por no poseer el tan indispensable amor natural de una madre primeriza. En silencio fúnebre y cavilando la magnitud de repercusiones que tuvieron las decisiones, que en un arranque de inmadurez, la obligaron a dejar vacío el nido materno, se preguntó si tenía alguna utilidad saber quién era su padre biológico, y por la premura del momento, concluyó que no. No había utilidad alguna de esa reciente adquisición. Zhou Mi era el único papá que reconocía: él la crió con dulzura, la lleno de amor verdadero y le entregó los mejores años de su vida, Yuu no comprendía si las acciones de aquel hombre eran por bondad o si el vivir enamorado de su madre influyó en su actuar; lo único certero es que nadie lograría quitarle el título de padre al “esposo” de Hiraku.

En el avance dentro del pequeño parque al que llegó, Yuu suspiró y agradeció que el aire frío que envolvía su cuerpo tuviera la amabilidad de no revolver su cabello suelto, hasta alcanzar al grado de convertirlo en una maraña horrenda difícil de peinar. La joven supo que la vida no estaba del todo activa cuando no encontró muchos niños divirtiéndose en los juegos, solo pudo atisbar, desde su ubicación, a varios pequeños caminando con sus madres, conversando con la voz en un tono cálido y bajo, capaces de fortalecer el vínculo tan sagrado, que ella no logró desarrollar.

La joven frotó sus manos hasta sentir que el calor inundaba sus palmas, para luego apoyarlas en sus mejillas gélidas por la extensa caminata. No tenía noción del tiempo y tampoco tenía ganas de averiguar lo que ocurriría cuando la noche cayera a reinar la amplitud de la bóveda celeste.

—Es hora de descansar —se dijo al tomar asiento en una de las bancas de madera cercanas a los árboles más grandes del lugar.

¿Descansar? No, eso no lograría un resultado fructuoso, después de todo, su mente proseguirá maniatando su cordura, hasta reducirla a un pedazo putrefacto de cenizas. Ya no tendría la facilidad de una vida llena de ignorancia, en la que desconocía tantos secretos duros para su progenitora.

—¿Por qué tan pensativa, niña? —Yuu no escondió su expresión de sorpresa al hallarse con esos intensos y muertos ojos azules, en constante agonía por no saber dejar pasar al pasado.

—Señor Tetsuhiro —pronunció su nombre con la familiaridad propia de los lazos sanguíneos—, ¿qué hace aquí? —inquirió dándole el espacio suficiente para que el anciano se sentara a su lado.

—Supongo que es una bonita casualidad la que me trajo hasta aquí —respondió con la mayor sinceridad posible. Tomando un lugar a su costado derecho y sin dejar de observar cada detalle de su aspecto.

—Nunca creí que existiera ese grado demencial de casualidad —acertó a decir la jovencita—, pero sea lo que sea, me alegro de verlo después de mucho.

—Creo que eres una de las pocas personas que se alegraría de verme —empezó a reírse a mandíbula tendida, dándole unas palmaditas a sus rodillas, a pesar de tener más de setenta años, continuaba teniendo una figura imponente que no se menguaba ni al reír como un niño.

—Lo dudo mucho —Yuu meneó la cabeza—, usted es un hombre muy amable.

Él levantó la cabeza en dirección al cielo y expresó una realidad sabida por todo aquel que tenía la poca fortuna de conocerlo.

—Pequeña, soy todo menos amable —la compadeció por su nivel de inocencia.

Sin duda alguna, en lugar de hacerle un bien, su madre la arruinó al hacerla vivir en un mundo de fantasías, alejada de la maldad de innata de la gente a su alrededor, que no tendría la menor conmiseración al devorarla al notar que era un alma noble e idiota.

Yuu supo que a pesar de los halagos que le ofrecería, Tetsuhiro seguiría contradiciendo sus palabras para mostrarse tal y como era.

—¿Qué hace aquí? —dijo ella, refiriéndose al país.

—Vine a ver a mi hija —regresó la mirada de la dirección que señalaba las nubes que se amontonaban para formar figuras, solo con la intención de captar cada detalle en el rostro de esa jovencita: todo era una copia exacta de su amada hija, a excepción de sus ojos. Verla era como retroceder en el tiempo y tenerla a su lado ¿Sería capaz de arruinar su vida?—. Pensé que sería una excelente oportunidad para hacerle una visita.

—Ella se alegrará mucho al verlo, de eso no tenga duda —él tuvo la idea de contradecir la ilusión con la que se expresaba, mostrando su candidez; no obstante, decidió que la joven siguiera viviendo en su planeta perfecto y colmado de belleza.

—Yuu ¿quieres trabajar conmigo en Irlanda? —iría directo al precipicio, ya estaba harto de los rodeos, lo cansaba no tomar una decisión que, supuestamente, estaba trazada con meses de anticipación. No podía dar un paso atrás—. A pesar de ser un día laborable, no estás en Coure Giem. Supongo que eso se debe a que renunciaste.

Yuu palideció por su habilidad para leer la situación.

—No he renunciado… —pero planeaba hacerlo en un plazo muy corto.




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