Amando entre verdades [saga: Sin verdades – Libro #3]

*Capítulo diecinueve: "¿Qué quieres de mí?"

El calor soportable que emanaba cada espacio de su piel blanquecina, revelaba la cercanía inevitable producida por aquel abrazo carente de necesidad erótica, del que ella no recordaba haber sido partícipe estando despierta. Con la cabellera cubriendo la mitad de su rostro y los ojos concentrados en no abrirse a la oscuridad de la habitación, ella sintió como el agarre de Zhou Mi se afianzaba más a su cintura, impidiendo que pudiera liberarse de su toque plagado de un amor que nadie sería capaz de cortar, ni con el acero más afilado o con la ayuda del dueño de la estrella de la mañana.

Hiraku hizo una mueca conformada por los sentimientos de amor y enojo, y es que, la molestia por la discusión de la tarde, aún no se disipaba. Ella pensó que lo correcto era empujarlo fuera de la cama,  porque aquel día había sido un infierno para su corazón de porcelana, ya que hablar por primera vez sobre su hijo con Zhou Mi, no solo había abierto heridas viejas, sino que además, ocasionó que se distanciara del hombre que amaba por una serie de sensaciones que pugnaban por tomar el control de sus decisiones, pero aprovechando que “dormía”, dejaría que él siguiera abrazándola y al amanecer, lo trataría con el rechazo del que era merecedor.

Cuando se disponía a dejarse adormecer por la sosegada respiración que acompañaba sus sueños, la tranquilidad fue desplazada por un desbalance en su sentido de la audición, y es que, sin previo aviso, empezó a oír pasos provenientes en la sala. Con sumo cuidado, quitó las manos de Zhou Mi que resbalaron hacia sus caderas y se levantó de la cama sin hacer ruido. Con los pies descalzos y tropezando un par de veces por no encender la luz, abrió la puerta y direccionó su caminar a la estancia.

Los fluorescentes de ese cuarto estaban encendidos, pero eso no fue lo que llamó su atención, porque no tuvo tiempo de sorprenderse antes de que su corazón diera un vuelco al verlo.

—¡¿Qué te pasa?! —exclamó al estar frente a la pared que se hallaba al costado de la puerta principal—. ¿Qué tienes? ¡LeeTeuk, te ves muy pálido! —las señales de alarma se encendieron en el espíritu de Hiraku al ver que la apariencia de su mejor amigo era deplorable: su ropa estaba llena de polvo, sus pantalones estaban rasgados en las rodillas y su camiseta tenía un poco de sangre salpicada.

Sentado en el suelo de la estancia, apoyando la espalda contra la pared, él solo levantó la cabeza al escuchar la voz de su amiga, quién no cabía de la impresión por semejante sorpresa.

Al mirarlo con mayor detenimiento, ella descubrió que no solo su atuendo estaba hecho un desastre; sus cabellos desordenados parecían manchados con una sustancia pegajosa, mientras que sus ojos perdidos en un punto inexistente, carecían del brillo habitual que los caracterizaba.

—Sabes que salir de la organización no será fácil para Zhou Mi —murmuró sin dejar que ella lo ayudara a ponerse de pie, y es que al ser tocado por las suaves manos de Hiraku, un estremecimiento de culpabilidad hizo que la alejara sin la menor delicadeza—. Es inimaginable lo que le mandarán a hacer con tal de que sea libre… —prosiguió mientras contemplaba el estupor abarrotar la vida de una mujer que le dio una buena amistad a lo largo de sus más de cuarenta años—. Lo que Kangin y yo hicimos para ser libres será una pataleta de niño al compararlo con lo que le obligarán a hacer a él.

—¿Por qué me dices eso? —al intentar ponerse en cuclillas para estar a la misma altura que su amigo, él la detuvo en seco al levantar su dedo índice y menearlo de izquierda a derecha.

—Porque he visto que tienes la esperanza de vivir con él hasta el final de la vida.

Haciendo un esfuerzo enorme, ya que la pesadez de su cuerpo y el dolor de sus músculos prometían dejarlo en cama una semana, LeeTeuk se puso de pie y le dio un abrazo muy fuerte a Hiraku, que se sentía más asustada que tranquila.

—Solo quiero que estés bien —le confesó sin soltarla—. Esperemos que Zhou Mi elija lo correcto esta vez.

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No habían dado ni las ocho de la mañana cuando él deslizó, con sutil toque enamorado, una de sus manos por los cabellos sedosos de Hiraku, que dormía en placidez, recostando su espalda contra el pecho del hombre, que habitualmente, la sacaba de sus casillas. Su calmada y lenta respiración provocaba que las sábanas se movieran unos milímetros, y aunque seguían distanciados al acostarse en la cama, él aprovechaba el momento en el que ella caía en el profundo sueño para llevarla en dirección a sus brazos, para conseguir que sus cuerpos estuvieran sin un centímetro de lejanía.

Con una lentitud premeditada para no despertarla, siguió bajando su mano hasta llegar a su vientre, detuvo el avance y volvió a sentir un remezón en el pecho al recordar que allí habían habitado dos bebés suyos, que estuvieron destinados a la muerte por "culpa suya". Presionó con delicadeza aquella parte del cuerpo de su esposa y creyó que no había tenido tanta desdicha en mucho tiempo. Aquella acción le causaba malestar, pero no podía retroceder el tiempo. ¿Cuánto había sufrido ella por la muerte de sus hijos?

No podía hacer más que seguir a su lado, así ella no quisiera hablarle, por más que Hiraku se negara a tocar ese tema, él había decidido no dejarla nunca más. No podría hacerlo de todos modos, era incapaz de irse de su vida cuando sabía que la primera noche separados, significaría la muerte de su alma.

Zhou Mi le dio un beso a los cabellos de Hiraku al sentir que ella empezaba a removerse inquieta. Hacía varios días que se incomodaba en sueños y comenzaba a moverse.




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