Amando entre verdades [saga: Sin verdades – Libro #3]

*Epílogo:

No era habitual que ocurriera aquello a esa hora de la mañana, pero Hiraku dormía en los brazos de Zhou Mi con una placidez que no encontró en semanas anteriores, producto de la cantidad inimaginable de pesadillas que la acosaba durante las noches frías. No olvidó con sencillez la bestialidad inhumana que le hicieron a esos hombres, incluso, al cerrar los ojos durante el gobierno del sol, ella recordaba la carne magullada esparcirse sobre el suelo, con la sangre salpicando más allá de su ropa, haciendo espacio para contaminar su alma.

Ella al fin descansaba; sin embargo, él no pudo conciliar el sueño en la madrugada, ya que estaba velando que su esposa se adormeciera en un abismo de belleza; además de dedicarse en pensar la decisión que tomaría. Transcurrieron pocas semanas desde el momento en el que consiguió ser libre... A medias…

Dio un largo suspiro que terminó en una falta de aire. Debía hacer un último sacrificio antes de conseguir la ansiada felicidad que tanto peleó por tener o de lo contrario, caería en un pozo sin fondo del que no saldría jamás. Hundirse en el fango era lo de menos, arrastrarla a ella era lo que carcomía su imaginación.

En medio de su adormecimiento, Hiraku se apegó más a él, provocando una suave fricción entre su pancita de cuatro meses de embarazo y su cuerpo. Aquello le hizo entrecerrar los ojos para evitar que el líquido que revelaba su debilidad empañara su rostro. ¿Cómo dejar a su familia? Tetsuhiro le juró que solo serían unos meses de distanciamiento; no obstante, él no era tan idiota para creer semejante patraña. El tiempo prometido se convertirían en años, y no estaba dispuesto a sufrir más, porque irse significaba perderse cosas valiosas para sus recuerdos de anciano: el proceso de embarazo de Hiraku, que vivía más empalagosa que un terrón de azúcar, el nacimiento de su hijo, su crecimiento. Volvió a suspirar con enojo, ya que debía tomar una decisión, esa misma noche, si planeaba mantener a salvo lo poco que amaba debía actuar con rapidez. Era todo por nada.

—Maldición —murmuró rodeando con ambos brazos a Hiraku y ella correspondió con la misma muestra de afecto.

Verla tan amorosa lo tenía babeando. No había día en que no disfrutaran de su vida de "casados", jugando y riendo sin parar, simplificando la monotonía de la vida y construyendo memorias cálidas en cada segundo.

—¿En qué piensas? —Hiraku soltó un bostezo y sorprendió a Zhou Mi con su voz.

Deslizó la mano hacia el abdomen de su esposo y esperó a que él le respondiera.

—En cuanto te amo —sintió que el corazón se le arrugaba al decirle esas palabras tan significativas y reales. 

—¿Por qué tan cursi? —volvió a realizar una pregunta abriendo los ojos en su totalidad y presintiendo que la dulzura de su esposo tenía una tonada inusual. Lo conocía tan bien que la más mínima variación en su voz era sinónimo de alteraciones en su relación.

—Porque no sé cómo dejar de amarte —Hiraku se soltó del abrazo mutuo y se sentó en la cama. Dándole la espalda: nada andaba marchando en el orden correcto.

—¿Qué va mal? Puedes ser honesta conmigo —cómo si fuera fácil engañarla a esas alturas de su vida—. Dime las cosas con la verdad —le exigió con mirarlo.

Tragó saliva con dificultad, y también se sentó para cavilar como darle la noticia. En un acto instintivo de protección, él acarició sus cabellos rubios con la yema de sus dedos, temiendo lastimarla.

—Yo te amo y amo al bebé que estamos esperando —Hiraku hizo una mueca y frunció el ceño—. No sabes lo ansioso que estoy por verlo nacer.

—Ajá

—Hiraku…

No lo dejó terminar, ya conocía esa cantaleta para permitir que volvieran a engañarla con los mismos embustes, así que sin pensarlo demasiado, ella se levantó de la cama y lo señaló con el dedo. Incluso con su bata de seda se veía tan decidida a matarlo.

Zhou Mi se veía más asustado por alterarla que por recibir sus reclamos, y es que ver su pancita pronunciada chocar con la tela de su ropa de dormir, le recordaba a cada momento, que un error le haría perder dos vidas en exceso importantes para él.

—¡No me digas nada! —ella se agachó, tomó una pantufla, y se la lanzó en la cara. Zhou Mi tuvo los reflejos rápidos para esquivar su ataque—. ¡Siempre es así! Siempre estás aquí a mi lado durante un tiempo, somos felices “aparentemente” —dijo enmarcando con sarcasmo la última palabra—, te cansas de tener sexo conmigo en todas las formas posibles, me embarazas y luego me dejas.

—¿Qué? No, no es que yo quiera dejarte —aprovechó la oportunidad que ella le dio para hablar y así defenderse—, pero debo hacerlo.

—¿Por qué? —él al ver que sus barreras de enojo iban cayendo, quitó las sábanas de su cuerpo y se puso de pie. Calculando sus pasos, se posicionó delante de ella y trató de ser lo más delicado posible con tal de no herirla.

—Tu padre me dijo que es lo último que debo hacer —Zhou Mi estiró ambas manos y acarició sus hombros descubiertos—. Tengo que irme un tiempo, desaparecer y luego podré regresar para siempre contigo y con nuestros hijos.

Hiraku retiró sus manos con violencia y espetó con repudio todo lo que pensaba de ese nuevo sacrificio que le tocaba vivir.

—Si te vas a largar, hazlo. No me importa. No te voy a rogar que te quedes. No te voy a pedir nada, pero no vuelvas. A partir de ahora, ya no tienes esposa ni hijos. ¡Lárgate!




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