Amando la Muerte

Capítulo 5

 

RAISA

Es lunes y he pasado el half term prácticamente encerrada. De repente sintiéndome observada. Seguramente todo se debe al pánico que sentí después de lo ocurrido en el hotel la semana pasada.

Por otro lado, esta mañana he presentado una tarea perfecta y a cambio recibí un reprobado. No entiendo la razón, la hice tal cual como el profesor indicó. Quizá se debe a la nueva noticia: la inexplicable muerte de una chica en el hotel Arcadia, sitio en el que vivo. Todos en el instituto le están dando vueltas al asunto, involucrándome de mil maneras.

No comprendo la razón de su rechazo hacia mí. Sé que mi situación con los fantasmas no es normal, pero dentro de lo que cabe soy una persona normal, y si tan solo me dieran una oportunidad, podría demostrárselos.

Si tan solo pudiera…

—Raisa, Raisa… ¡Raisa!, ¡despierta!

Empiezo a despegar los párpados cuando inesperadamente mi asiento recibe una fuerte patada que me impulsa fuera de la silla.

Caigo al suelo estrepitosamente y las risas de inmediato inundan mis oídos.

¿En qué momento caí dormida?

—Sabes que acudes a este instituto para estudiar, ¿cierto? —El profesor detiene su paso delante de mí. Está realmente cabreado, y bueno, no he podido conciliar el sueño debido a lo ocurrido en el hotel el día de ayer.

—Lo lamento —me disculpo.

Trágame tierra.

—La próxima vez llamaré a tu hermana, ¿me oíste?

Asiento con la cabeza. Preferiría que me castigue con tarea extra a que moleste a mi hermana. Está muy ocupada con el trabajo.

De inmediato escucho una nueva explosión de risas contenidas y también se filtra un:

—Huérfana.

Más risas.

El timbre de finalización de clases suena y todos empiezan a levantarse, incluyéndome.

Me duele el trasero.

—No me importa si eres la mejor estudiante Raisa. —El profesor no ha terminado, por lo que da un manotazo al escritorio y asustada retrocedo—. Estás advertida.

Da media vuelta y camina hacia el frente en busca de sus pertenencias para marcharse.

Volteo hacia mi puesto y contemplo la A+ escrita con tinta roja en la esquina superior derecha de la hoja. Es mi última prueba y él acaba de dejarla ahí. La tomo mientras las manos me empiezan a temblar de alivio.

—Pero qué rarita… —Daisy comenta al pasar por mi lado, chocando su hombro contra el mío con firmeza, por poco arrojándome al suelo por segunda vez.

Contemplo su deslumbrante figura pavonearse. Su cabello castaño con ondas de inmediato es sacudido por el viento mientras apresura el paso hacia el corredor.

—¿Qué esperabas?, no tiene padres —Alexa, su secuaz, va justo detrás. La morena se queda un poco corta en comparación a su mejor amiga. Tiene el cabello muy negro y sobre los hombros, también es ligeramente más pequeña y rellena.

Sus comentarios no duelen porque, de algún modo, sé que no estoy sola. Tengo a mi hermana de mi lado.

Después de unos minutos soy la última en salir del salón.

 

Hoy es un día común como cualquiera, no obstante cerca de casa parece haber una gran fiesta.

De pie en el pequeño balcón que, cabe destacar, es lo que más me gusta de mi habitación, admiro la forma en que el cielo nocturno se empieza a iluminar por las luces pirotécnicas.

Mi hermana se marchó horas atrás al trabajo. Intuyo que no estará de regreso sino hasta altas horas de la madrugada.

Entro, le echo el pestillo a la puerta y me recuesto. Ya he terminado mi tarea para el día de mañana, un hecho que me alivia tremendamente.

Horas más tarde despierto a causa de los ruidos provenientes del pasillo. Casi parece una persona sufriendo.

Me levanto, salgo de mi habitación y desconfiada abro la puerta principal tan solo con el fin de asomar la mirada. La luz del pasillo permanece encendida, extraño puesto que funciona con un sensor de movimiento y no veo nada fuera de lo común.

Empujo un poco más, doy un paso fuera y entonces los gemidos de dolor se vuelven claros. Provienen de las escaleras.

Recorro el corto tramo y me detengo para observar hasta el final de las escaleras, sitio en el cual se encuentra la puerta cerrada, trayéndome recuerdos escalofriantes de lo ocurrido con la pobre mujer.

Está todo muy tranquilo, pero entonces creo ver algo.

Desciendo hasta que mi vista se detiene sobre una silueta que avanza por el pasillo. Se balancea un poco, dando traspiés.

Cuando mi cerebro reconoce al sujeto decido seguirlo hasta la cocina.

Me acerco cuidadosamente al umbral que separa el gran comedor de la cocina y lo escucho murmurar cosas sin sentido.

—Muero de hambre y esta perra no hizo nada… —Es lo único que consigo entender.

—¿Etta? —Es el chef, quien ha enseñado a mi hermana todo lo que ahora sabe. Todavía viste el delantal negro, y por la torpeza con la que intenta quitárselo deduzco que ha bebido más de la cuenta.

Da media vuelta y hay algo en su mirar que por instinto me hace dar un salto hacia atrás, intencionada en devolverme por el camino en el que llegué, pero al escuchar un golpe en seco regreso para advertir que se acaba de caer.

Permanece muy quieto durante los próximos segundos, así como yo, pues no sé qué hacer.

De repente voltea sobre su hombro izquierdo, y es en su intento de levantarse que logra verme.

—¡Ayúdame! —ordena.

Me acerco rápidamente y le ofrezco mi mano. Él no sólo se hace de ella, sino también de mi bata para dormir. Escucho como la tela se rasga un poco al tratar de soportar todo su peso. Es mucho más grande que yo en todos los sentidos.

Lo ayudo a llegar hasta una mesa y me alejo igual de veloz.

—¿Por qué te vas? —Arrastra las palabras.

—En busca de comida…

Aguarda en silencio mientras caliento un poco de sopa que encontré en el frigorífico. Estoy agradecida con él por acoger a mi hermana de aprendiz, pero eso es todo. Hay algo en su persona que nunca terminó de agradarme.




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