Amando la Muerte

Capítulo 01

RAISA

¿Qué es el sexo? Teóricamente hablando sé lo que es, sin embargo…

—¿Me pregunto qué se siente? —susurro, echando un vistazo rápido a mi alrededor para asegurarme de que nadie me haya escuchado. Respiro aliviada al confirmar que no hay personas lo bastante cerca para haberlo hecho.

Mis pensamientos deberían avergonzarme, pero ¿es tan doloroso como dicen? Algunos blogs en internet sugieren que en gran medida depende de la calma de la mujer. Personalmente, el simple pensamiento me inquieta bastante. Siento que falta algo, no puede ser tan simple.

Mi mente es un caos en este momento, y culpo a esa sesión de biología y educación sexual que tenemos una vez al mes.

Nunca he tenido novio, y desde la primera clase, la curiosidad que despertó en mí sobre el tema no parece normal. No creo que una adolescente de 17 años debería estar pensando en estas cosas con tanta frecuencia. A veces me hace sentir como si tuviera algún problema, ¿o será que funciona igual para los demás?

Cada vez que la clase concluye, me quedo con un extraño cosquilleo en el estómago y con dudas que no me atrevo a expresar a la profesora por vergüenza.

La luz roja se enciende para los automóviles, y me tomo un momento antes de cruzar la calle, dejando que mis pensamientos vuelvan al que se ha convertido en mi problema habitual un instante después.

Ahora, cada vez que veo una pareja, no puedo evitar preguntarme si ya lo han hecho, y de repente sentir un poco de envidia.

Quizá sí estoy mal de la cabeza.

En frente de mí, dos chicas ríen alegremente mientras hablan de muchachos. Puede que yo también sonriera de esa manera en el pasado, hasta que, por culpa de un gato negro, mi vida cambió.

Ajusto mis audífonos e intento alejar de mi mente el tema que me ha perturbado desde que salí del instituto. El miedo a escuchar a los no vivos y que no me dejen en paz me atormenta de nuevo, así que en la pantalla de mi teléfono me aseguro de que la música esté a todo volumen.

El lento caminar de un par de hermanas sobre la vereda me incomoda, así que acelero el paso, tratando de adelantarlas. Pero mi intento se ve interrumpido cuando una de ellas me sujeta de la chaqueta del uniforme azul, y me sorprende con su sonrisa cargada de gentileza.

Un audífono se desliza de mi oreja, revelando el estruendo de los coches y las personas que pasan cerca.

No lo entiendo. ¿Qué la llevó a detenerme? Su acompañante luce avergonzada y preocupada al mismo tiempo. Mi presencia suele provocar ese tipo de reacciones.

La chica que todavía sostiene mi prenda de vestir debe ser nueva en el instituto. Viste el mismo uniforme que yo, pero parece ajena a quién soy.

—¡Hola! —saluda con auténtico entusiasmo. Aparenta unos catorce años, de cabello negro rizado y pecas salpicadas en sus mejillas. Para ser honesta, tampoco recuerdo haberla visto jamás—. ¿Quieres venir a mi fiesta de cumpleaños este fin de semana? —añade, con una sonrisa que ilumina su rostro.

—Yo... —Mi voz apenas se escucha. No es usual que hable mucho, ni siquiera en donde vivo, así que debo aclararme la garganta—. Lo siento. Estaré ocupada.

No comprendo por qué demonios le muestro la pantalla de mi teléfono celular, como si estuviera planeando una cita con él, o algo mejor que simplemente compadecerme de lo aburrida que es mi vida en realidad.

Aunque quizá debería probar aquello que la profesora llamó exploración personal. Todas las chicas en mi salón hicieron una mueca desagradable cuando habló de tocarse, pero al incluir la palabra placer, obtuvo todo mi interés.

La pelirroja tira de la más pequeña, e intenta sonreírme, aunque casi con desesperación la aleja de mí. Puedo sentir su angustia en la forma en que murmura:

—No puedes invitarla a ella.

—¿Por qué? —pregunta la bajita, con una inocencia que contrasta con su mirada curiosa, mientras se alejan.

—Escucha gente muerta, pero, además, también creo que las ve.

La verdad me golpea con fuerza, sin embargo, antes de que pueda causar ningún estrago, una voz surge de la nada y me susurra al oído:

—Raisa…

Siento escalofríos recorrer mi espalda, pues no tengo idea de dónde proviene. Parece la voz de un hombre, pero ninguno camina cerca de mí en este momento. Tal vez sea un recuerdo de la voz de mi padre llamándome. He tenido sueños recurrentes con ella, aunque también es cierto que esta es incluso más ronca y profunda.

Sacudo la cabeza y la alejo de mi mente.

Hoy es viernes, y salimos a las vacaciones a mitad del trimestre. Todos los colegios cierran durante una semana, lo que significa que pasaré tranquila en casa.

De prisa me ajusto los audífonos y bajo la mirada hacia mis pies para continuar con mi camino, pero hago una pausa al ver al gato negro que comienza a frotarse contra mis tobillos.

—Esta vez te tomaste un poco más de lo normal en aparecer, Prince.




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